Música

El relevo coge impulso

Klaus Mäkelä

Klaus Mäkelä / AP

Cosme Marina

Cosme Marina

El reciente nombramiento de Klaus Mäkelä –de 28 años– como director titular de la Orquesta Sinfónica de Chicago, en sustitución de Riccardo Muti, ha levantado enorme revuelo mediático al acelerar un cambio de ciclo que se está produciendo en el ámbito de la dirección orquestal en todo el mundo.

Los maestros históricos están, poco a poco, renunciando a titularidades que siempre exigen otra energía y dedicación y una nueva generación, entre los treinta o cuarenta años, está tomando el relevo a enorme velocidad. Mäkelä es un magnífico exponente de este proceso por su precocidad. Pese a su juventud ya es titular de la Orquesta de París y de la Filarmónica de Oslo y, además de a la mejor formación americana, también se incorpora a la del Concertgebow de Amsterdam, hecho verdaderamente llamativo y que está haciendo que se confirme como el maestro, a día de hoy, con más poder en el circuito y uno de los nombres que van a marcar el devenir de la música clásica, junto otros compañeros como Gustavo Dudamel, Nézet-Séguin, Lorenzo Viotti, Mirga Gražinytè-Tyla, Alondra de la Parra y un selecto grupo que está escalando posiciones, cada uno, como es lógico, a niveles diferentes.

Se trata de una nueva generación que marcará una forma de trabajar distinta a las anteriores. Estamos ante directores que ya asumen su trabajo desde otra perspectiva mucho más integradora, de colaboración con las orquestas y no tanto como imposición de su punto de vista ante los músicos. La figura del maestro al que nada se le discute, con una visión muy estricta del repertorio, que apenas admite sugerencias y cuyo modus operandi entendía el liderazgo desde el ordeno y mando, pronto será cosa del pasado. En las jóvenes batutas el rol directoral está cambiando de manera vertiginosa. Se percibe un trabajo más colaborativo desde el respeto mutuo que no deslegitima, en ningún momento, la autoridad del líder.

Hay otro aspecto novedoso en este campo. Y no es otro que el de la incorporación de la mujer al podio, algo que décadas atrás estaba totalmente vetado. Poco a poco las directoras van normalizando una situación que era una anomalía clamorosa y están también accediendo no sólo a los circuitos sino también a la titularidad de las orquestas, que es lo que, verdaderamente, permite tener la opción de ejercer un poder real.

Por lo tanto, en los próximos años esta nueva generación tendrá sobre sus espaldas la responsabilidad de propiciar también un cambio generacional entre los espectadores que acuden a los conciertos. Un relevo que se iba produciendo de manera gradual y que la pandemia aceleró. Deberán dar su visión del repertorio tradicional, sus aportaciones genuinas al mismo, tanto al más conocido como al que permanece en ángulos muertos, y a la vez empujar la creación contemporánea, algo que no todos sus predecesores hicieron con idéntico énfasis. Es clave aquí su implicación para ser los verdaderos garantes de la nueva música.

Muchos de ellos ya encuentran en las redes sociales aliados imprescindibles. Es terreno ya conquistado. Pero, a la vez, deberán ser capaces de no dejarse llevar por los fáciles territorios del mundo del pop que tiene otras reglas y otras pautas de actuación, más cercanas al consumo inmediato y a cierta frivolidad que no siempre está bien encauzada si hablamos de música sinfónica. Será un deber ineludible dar un giro a las orquestas, hacia una mayor flexibilidad de las mismas y no tanto centradas únicamente en temporadas de abono que acaban espantando a los espectadores de menor edad. Retos gigantes que, a buen seguro, encontrarán profesionales adecuados para sortear cada dificultad.

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