El pasado fín de semana arrancó en Ceuta la Copa de Regiones de la UEFA, una competición que prestigia al fútbol aficionado y en la que Asturias cuenta con un brillante palmarés. No es fácil destacar en este torneo, al que acuden las mejores canteras de toda Europa bajo la bandera de combinados territoriales. Repasar la relación de participantes es como adentrarse en la historia del viejo continente. Ahí encontramos selecciones representativas de regiones históricas como Bohemia, Moravia, Ticino, Véneto, Piamonte, Maine, Silesia, Renania...Y junto a ellas, las españolas, con no menor carga histórica y entre las que se incluye por méritos propios nuestro Principado. Precisamente los éxitos de la selección asturiana figuran entre lo más llamativo que ofrece esta competición desde que se iniciase allá por el año 1998; y es que, sin figurar entre las favoritas, resulta que ya subió tres veces al podio: Fue campeona de España en 2002, y subcampeona en 2004 y 2012. Y cuando en 2003 le correspondió acceder a la fase europea, terminó quinta. Un más que digno papel, sobre todo si consideramos que por coincidencia con la fase de ascenso a Segunda B se vio privada de sus futbolistas más experimentados.

Las regiones uniprovinciales como Asturias siempre lo han tenido un poco más difícil en un torneo de estas características. La competencia es dura y abundan los rivales con mayor tamaño y demografía. De hecho, además de Asturias la otra comunidad uniprovincial que ha ganado el torneo en su fase nacional es Madrid. Pero, claro, los capitalinos contando con muchísimos más jugadores donde escoger. Esta circunstancia sirve al propósito de resaltar el mérito de los sucesivos combinados asturianos, que para contrarrestar su hándicap han tenido que emplear muy bien otras bazas.

Recientemente tuve ocasión de hablar de ello con Miguel Sánchez Baragaño, el técnico que llevó a Asturias a su único título por ahora, y me comentaba que él supo desde el primer momento que sólo se podría hacer algo importante superando a las demás selecciones en lo que él veía fundamental: En conjunción. "Jugando como un equipo tenemos tantas posibilidades como el que más", se decía. Y no se equivocó.

Hacer equipo, formar un bloque que adquiriera automatismos en su juego, fue por tanto la principal preocupación del técnico, que por otra parte también otorgaba gran importancia a la unión del vestuario. Para lo primero dispuso un apretado programa de encuentros amistosos contra equipos de Segunda B y de Tercera. Asturias se probaba todos los miércoles contra rivales como Langreo, Marino, Sporting B o Universidad. Y lo hacía lloviera o hiciese sol. Fue una exigencia adicional la que Baragaño solicitó a sus futbolistas, todos trabajadores o estudiantes, y cuya generosidad en el esfuerzo resalta: "Por ir a la selección no cobraban, lo que hace aún más encomiable su compromiso". En estos partidos fue donde el combinado engrasó bien sus piezas hasta hacerlas funcionar correctamente. El técnico noreñense reunía a los jugadores una hora antes del ensayo y les comentaba lo que habían hecho bien o mal en el anterior. Siempre insistía en su idea de juego, encaminada a adquirir los automatismos.

El seleccionador no llamaba a futbolistas muy conocidos. La propia normativa del torneo le impedía convocarlos de Tercera hacia arriba. Por ello, equipos como Colloto, Navarro, Condal, Mosconia o Astur figuraban entre los que nutrían de efectivos a la Selección. Uno de los convocados asiduamente, el mediocentro Falo, lo hizo tan bien que desde los "verdes" del Nora dio el salto al Caudal y después al Real Oviedo. Otro, el central Vázquez, pasó del Mosconia al Real Avilés y posteriormente lo fichó el Pontevedra, con el que jugó en Segunda A. Un tercero, el medio Fran Cuétara, salió del club de Grado para incorporarse al Oviedo. Son sólo tres ejemplos, pero que sirven para señalar de dónde venían los futbolistas que se enfundaban la casaca azul de Asturias. Y aunque hubieron de subordinar algunas de sus características personales en beneficio del combinado, esta desprendida actitud no sólo no les perjudicó sino que les llevó al título nacional y a la promoción de su carrera como se ha visto.

Baragaño fue estricto en su idea. Tenía un sistema en mente y llamaba a jugadores capaces de adaptarse a él. El dibujo táctico habitual era el de 4-1-4-1, aunque en alguna ocasión llegó a alinear a sólo tres zagueros, lo que implicaba poblar el centro del campo. Ricardo y Nacho se alternaban en la portería y ambos respondieron perfectamente. Vázquez y Roberto eran dos sólidos centrales, mientras que por delante de ellos realizaba una importante tarea destructiva el veterano Berto Bobes, uno de los jugadores que tuvo más peso específico en el combinado. Más adelante del futbolista de Ponteo se situaba como medio centro creativo Falo, un jugador inteligente y vivaz, imprescindible en su caso porque sabía proteger el cuero y marcar el ritmo del partido. "Le dí los galones y acerté", rememora Baragaño, que se deshace en elogios hacia quien califica como "nuestro particular Xavi Hernández".

Otras bazas asturianas se situaban en las bandas, para las que se disponía de carrileros que aportaban profundidad y desborde en las raudas salidas a la contra. Puertas, Carly y Luis Arturo se movían por la derecha, mientras que Asenjo e Invernón lo hacían por la izquierda. Y aún se contaba con un comodín como Mini, cuya reconocida generosidad en el esfuerzo le permitía actuar en las más variadas posiciones. Todos buscaban enlazar con el punta, que podía ser Hugo Pérez, Santórum o Miguelín. Baragaño tenía y tiene un alto concepto del extremo Carly, que por entonces jugaba en el Navarro avilesino y al que veía con condiciones para llegar a profesional. "No me explico cómo no llegó más arriba; tuvo que ser un caso de mala suerte, porque reunía magníficas condiciones para triunfar", dice.

Las anteriores eran a grandes rasgos las características del equipo asturiano, que desde la fidelidad a un estilo logró superar a rivales que le oponían un fútbol de lo más diverso. En el sector de Algeciras venció (2-1) al conjunto de Aragón, muy combativo, así como al anfitrión, Andalucía (1-0), que en su caso desplegó un fútbol de depurada técnica. Posteriormente, ya en la fase final de Alcalá de Henares, solventó con éxito el compromiso de semifinales ante Madrid (2-1), un rival que además de jugar en casa contaba con notables individualidades, acaso la más conocida de ellas el delantero Riki, un canterano del Real Madrid que como profesional ya jugó en Primera con el Deportivo de La Coruña y actualmente lo sigue haciendo con el Granada. Por último, en la gran final el Principado hubo de vérselas con el País Vasco, equipo que destacaba por su presencia física y cuyo fútbol directo hubo que contrarrestar. La zaga asturiana rayó a gran altura ante unos rivales de poderoso juego aéreo, pero a los que consiguió dejar inéditos.

Destacó asimismo la línea de centrocampistas, que tuvo mucha llegada y creó peligro ante la portería vasca. Aunque era 31 de marzo el partido se desarrolló en una matinal muy calurosa que contribuyó a dejar exhaustos a ambos conjuntos. Al final el marcador no se movió ni en los 90 minutos reglamentados ni en la media hora de prórroga. La decisión llegó en los penaltis, donde Asturias venció por 4-1. El combinado que era un equipo en toda la extensión de la palabra, el que destacaba por los automatismos de su juego (la "manzana mecánica" se le llamaba medio en broma, aunque algo de verdad había en el término), acabó ganando para el fútbol asturiano la más prestigiosa competición de aficionados. Para el recuerdo queda esta alineación en la final: Nacho; Llaneza, Vázquez, Roberto, Asenjo, Falo (Carly, minuto 60), Berto Bobes (Invernón, minuto 110), Ramón, Jonás, Mini y Miguelín (Santórum, minuto 77).

Aquel doctorado en Alcalá supuso el final feliz a una trayectoria que meses antes había arrancado en el sector de Algeciras, cuando aún ocupaba la dirección técnica Roberto Antuña y del que no sería justo olvidarse; Antuña se incorporó después al Langreo y fue su segundo, Baragaño, quien le dio relevo con el buen resultado que conocemos.