Oviedo, Mario D. BRAÑA

De patio de colegio. Así son los primeros recuerdos futbolísticos de Ignacio Vidau Argüelles (Oviedo, 13 de septiembre de 1952), participante habitual de los tumultuosos partidos de los recreos en el colegio de los Maristas a principios de los sesenta: «Jugábamos constantemente, con unas pelotas de goma negras, pequeñas y muy duras, que te abrasaban. Eran partidos de 20 contra 20, un jaleo tremendo, aunque había gente que apuntaba buenas maneras, como Javier Mendoza».

Como estaba claro que el fútbol no era lo suyo («me gustaba, pero era bastante torpe») y pegó el estirón muy pronto, Ignacio Vidau hizo sus pinitos en el equipo de baloncesto. Pero el fútbol y, sobre todo, el Oviedo le tiraban más. Su padre le había hecho socio con 12 años y los domingos de partido en el viejo Tartiere eran especiales: «Había que comer muy temprano para coger un autobús en la calle Uría porque entonces parecía que el campo quedaba muy lejos».

De aquella época le quedaron grabados nombres como Datzira, José Luis, José María y Toni, además de algún vago recuerdo de haber visto a ídolos como Di Stéfano y Puskas. Probablemente, también disfrutó de otras estrellas del momento, pero por ahí da pistas sobre su otra gran pasión futbolística: «Siempre fui muy madridista y no sé por qué. Quizá porque era el equipo que más ganaba en aquel momento».

Pero por muchas copas de Europa que sumaran los blancos, Vidau siempre antepuso el Oviedo. Incluso en aquella temporada 1978-79, inolvidable por razones futbolísticas y personales: «Ingresé en la carrera en 1978 y mi primer destino fue Badalona, el primer semestre de 1979. Fue el año del Oviedo en Segunda B y casi siempre tenía que esperar al lunes para enterarme del resultado. Menos mal que el equipo subió con el famoso gol de Atilano en Miranda de Ebro».

Aunque no se movió en un ambiente futbolístico, su experiencia catalana dio para un detalle que se le quedó grabado: «Un funcionario del Juzgado donde trabajaba era socio del Barcelona, con un sitio estupendo. El día que fue a jugar el Sporting al Camp Nou me invitó, con tan mala suerte que el Barça le metió seis. El Lobo Carrasco volvió loco a Redondo. Lo pasé mal porque fui allí como asturiano y, además, nunca me alegro de los males del Sporting. No soy un anti. Además, cuando estás fuera de Asturias la perspectiva de estas cosas es distinta».

De vuelta a casa, con unos primeros años en el Juzgado de Llanes, Ignacio Vidau no cejó en su entusiasmo futbolístico. Y eso que ya tenía una posición y eran momentos en los que el fútbol estaba mal visto en según qué ambientes: «Sí, hubo un tiempo en que cierta progresía consideraba estos espectáculos como alienantes. Pero eso se acabó y ahora ocurre todo lo contrario. Son muchos los que quieren ir al fútbol, que levanta pasiones por todas partes».

Vidau aguantó a pie firme, o mejor ya sentado en la tribuna de preferente del Tartiere, la travesía del desierto azul, cerrada con aquella promoción contra el Mallorca que celebró por todo lo alto en Villaviciosa. También fue muy especial el primer derbi en el Tartiere, con el gol de Tomás en los últimos minutos, o la visita del Génova en la Copa de la UEFA.

Fueron trece años en Primera, que empezaron a cerrarse por un partido en el nuevo Tartiere entre sus dos equipos: «El Oviedo se jugaba la permanencia y el Madrid fue de lo más condescendiente, pero no hubo manera. El empate nos condenó, aunque el descenso llegó una semana después en Mallorca».

Siguió al lado del equipo en las duras, hasta que aquel recordado partido frente al Elche (3-6) colmó su paciencia: «Al descanso, el Oviedo ya perdía 0-3 o 0-4 y me marché». El magistrado y sus amigos se perdieron un altercado de juzgado de guardia. Y Vidau nunca más volvió al Tartiere a un partido del Oviedo. «Me intereso por el resultado, pero me da mucha pena ver un campo para 30.000 personas al que sólo van cuatro o cinco mil». Desde 2002 no es socio, pero tampoco se cambió de chaqueta: «Quisieron hacerme del ACF, pero no participé ni apoyé aquella operación, que fue un gran error porque sólo contribuyó a la división».

En los últimos años, la televisión es el único cordón umbilical que le mantiene unido al fútbol. Y, casi siempre, para apasionarse con el Real Madrid. «Es que cambia mucho cuando tienes interés por alguno, más que ver un partido entre dos equipos que no te dicen nada. Para disfrutar puramente del espectáculo ya están el teatro y la ópera, o un concierto. El fútbol es otra cosa». Y eso que con los años se ha atenuado aquel fervor: «Cuando era más joven, la programación del fin de semana estaba en función del fútbol. Ahora, ya no. Si me pilla en casa veo el partido de los sábados por la noche, o el de Canal Plus del domingo. Pero si hay otros planes me pierdo hasta los del Madrid».