Oviedo, Á. FAES

«¡Por favor, que suba Jorge a sacarme! ¡Que suba Jorge!». A 7.600 metros, agotado, incapaz de moverse y camino de su segunda noche al raso, Tolo Calafat imploraba por radio al campo base. Se había metido en la boca del lobo y sabía que de aquel atolladero sólo podía sacarle Jorge Egocheaga, ovetense, médico y alpinista con once «ochomiles» en la mochila.

Lo explicó Juanito Oiarzabal, el español con más cimas en el Himalaya, ya en el campo base, con severas congelaciones en los pies y la muerte de su amigo y compañero de expedición retumbando una y otra vez en su cabeza. «Pudimos hacer algo más, pudimos hacer algo más», repetía machaconamente en una radio ayer de madrugada. Se refería a los sherpas de la millonaria expedición de la coreana Oh Eun-Sun. «Les ofrecimos 6.000 euros a cada uno, pero no quisieron subir. Ella tenía cuatro sherpas de reserva, pero le faltó mando para hacerles subir».

A esas alturas Jorge Egocheaga era ajeno al calvario de Calafat. Con él, con Oiarzabal, el zamorano Martín Ramo, el catalán Carlos Pauner y el rumano Horia Colibasanu había hecho cumbre el asturiano.

Juanito Oiarzabal explica quién es Egocheaga, montañero discreto, huidizo, poco amigo de los focos de la fama, pero que ha sido imprescindible ya en decenas de rescates. «Un alpinista tremendamente fuerte que tenemos en España, que ha vivido en la montaña muchas situaciones como ésta. Pero dio la casualidad de que estaba en el campo III». Demasiado lejos para intentar el rescate.

En cuanto lo supo, Jorge se subió al helicóptero que intentó el último rescate a la desesperada. Quería saltar, salvar a toda costa al mallorquín de la montaña asesina (8.091 metros). Sólo es el décimo «ochomil» en altura, pero el primero en peligrosidad. Uno de cada cuatro que las conquistan no viven para contarlo. El registro de ascensiones dice que se han logrado 177. De ellos, 61 nunca llegaron al campo base.

Tampoco el sherpa que buscó durante once horas al borde de la muerte en las coordenadas que Tolo Calafat indicó al campo base en una de sus últimas comunicaciones. La nieve de la noche le había sepultado. Oiarzabal, 23 «ochomiles», descarta que sufriera un edema y apunta a una «muerte dulce». «Una persona con un edema no saca el teléfono vía satélite y da unas coordenadas», dice. Calafat se había quedado atrás en el descenso tras coronar. Oiarzabal y Pauner, uno congelado, el otro con la ceguera de las nieves, no pudieron volver a por él. Era de noche. «Tolo no sabía que iba a morir. Confiaba en que llegara ayuda. Pero nieva, bajas la guardia, te duermes y falleces. Fue una muerte dulce».