Quienes le conocieron como futbolista y como persona recordarán a Hortensio Fernández Extravís, Tensi, como un hombre fuerte y risueño, tan amable como firme. Una roca en la que se podía confiar como esa base sólida que, cuando se excavan los cimientos, se busca en el subsuelo para fundar sobre ella algo tan duradero como una casa.

Su apariencia -un corpachón poderoso y un semblante cordial- no engañaba, porque era un hombre leal. Lo fue a sus orígenes, pues siempre se mostró orgulloso de ser de Les Pieces, el pueblo langreano en el que nació, en una familia minera, y que le imprimió un carácter de por vida. Y lo fue a Oviedo y al Real Oviedo, al que llegó muy joven, impulsado por el trampolín del Alcázar de Sama, el inolvidable equipo juvenil que Cesáreo Baragaño convirtió en un prolífico vivero de estupendos jugadores. En el Oviedo Tensi se convirtió pronto en capitán, un cargo para el que parecía predestinado por sus condiciones naturales, no sólo el temple de su temperamento y el equilibrio de su carácter, sino también una autoridad que supo ejercer tanto en el terreno como en el vestuario o de cara a la afición.

Como futbolista fue un estupendo defensa central. Le ayudó hasta cierto límite su robusta complexión física. Y pudo perjudicarle que no fuera ni muy alto ni muy rápido. Pero esas supuestas limitaciones supo compensarlas con su inteligencia. Se llevaba todos los balones altos, incluso contra contrarios que le superaban en estatura, porque saltaba en el momento exacto. Y aplicaba el mismo cálculo para meter el pie en la disputa del balón o llegar con precisión milimétrica al cruce, ese cometido supremo de los centrales. Como buen defensa, fue a la vez duro y arriesgado. Le gustaba decir que a los defensas se les pide que no pase el balón y unas veces tienen que meter el pie con fuerza y otras, si es preciso, forrar con la cabeza. Fue muy precoz en alcanzar la madurez táctica. La solvencia técnica también la acabó dominando, sobre todo, el golpeo del balón, hasta el punto de que en sus últimos años fue el encargado de lanzar los penaltis, con una eficacia total. Incluso se pudo decir que llegó a lanzarlos demasiado bien, como pudo sugerir una anécdota inolvidable que tuvo como coprotagonista al árbitro Congregado. Fue en un partido de Copa contra el Sabadell. Tensi ejecutó un máximo castigo contra el equipo catalán con un tiro fuerte y preciso que, como mandaban los cánones, buscó el hierro de la portería (cuando éstas lo tenían tras el marco para sujetar la red). Y lo hizo tan bien, con dureza y al sitio justo, que el balón golpeó la barra y volvió al campo con tanta fuerza que el árbitro, tal vez demasiado preocupado de vigilar que los jugadores no entrasen en el área durante el lanzamiento, creyó que la pelota no había entrado en la portería y mandó seguir el juego en medio de un escándalo que no fue a mayores porque el Oviedo ganaba ya por 4-0.

Tal como demandaban su puesto y su cargo, Tensi se convirtió en el más firme baluarte de un Oviedo grande y respetado. Y lo fue durante catorce temporadas, hasta convertirse, como ayer recordaba este periódico, en el segundo jugador, tras Berto, que más veces ha vestido la camiseta azul. Y más tarde, según se lo demandaran, ejerció de técnico solvente y siempre empleado leal de un club con el que conoció momentos de esplendor antes de que llegara un desastre seguramente evitable. Me consta cuánto Tensi sufrió esa caída porque tuve ocasiones para oírlo de sus labios en conversaciones con él que, por otra parte, eran una delicia, porque sabía mucho de fútbol, conocía como pocos sus códigos y dominaba su intrahistoria. Y le encantaba como motivo de charla. Aunque tal vez en los últimos años le gustaba más hablar de las preciosas nietas gemelas que le habían dado su hija Verónica y su yerno Paulo. A Laura y a Gloria les hablarán en el futuro mucho y bien y muchas veces de su abuelo Tensi, el que ahora ha tenido que dejarlas tan pronto y tan inesperadamente, y por ello de forma aun más dolorosa. Lo harán, sin duda, su bisabuela Salud, su abuela Gloria, con la que Tensi creó un matrimonio admirable, su madre y su padre, sus otros abuelos, Avelino y Mary, y su tía Vanessa. O los muchos amigos -¿cómo no citar a Aniceto Campa, además su socio?-, entre ellos muchos compañeros de profesión. En todos ellos ese recuerdo quedará como él era, firme como una roca.