Álvaro FAES

La escabechina futbolística no se reflejó en el marcador hasta tarde, muy tarde. Demasiado para el repaso que le pegó el Barcelona ayer al Valencia, porque igual que fueron cinco, les pudieron caer diez, doce o dos docenas. Diego Alves se fue con la mochila llena, pero puede estar orgulloso de su partido. Fue por su culpa que se retrasó la goleada y que el Barça tuvo que jugar muchos minutos a expensas de que un despiste le complicase la vida. A veinte minutos del final, todavía con un ajustado 2-1, el meta brasileño acumulaba nueve paradas, alguna de ellas de esas que parecen imposibles. En una noche mágica, el Camp Nou volvió a paladear fútbol de autor, el que tenía últimamente escondido su equipo. Fue como si del vestuario hubiera partido una conjura para convencer a Guardiola de que debe renovar cuanto antes, de que el grupo todavía tiene hambre de títulos y gloria. Muy al final, el estadio dio su veredicto y coreó con generosidad al idolatrado Pep.

Pero la noche había comenzado torcida. Sin tiempo para ver qué tono tenía el Barça, la coincidencia en el tiempo de sus únicos errores individuales trajeron el gol del Valencia. Feghouli se sacó un centro que firmaría el mejor Beckham y como Valdés falló en la salida y entre Montoya y Piqué dejaron suelto a Piatti, el argentino no tuvo ningún problema para silenciar al Camp Nou.

Los fantasmas duraron un suspiro porque pronto se vio que el Barça había sacado su versión de más quilates. A los cinco minutos, Messi ya le había dado la vuelta al partido. El primer gol le define. El mal despeje de Víctor Ruiz le cayó a los pies y, en el área pequeña, aguantó a Alves unas centésimas de segundo eternas. Inclinó el cuerpo levemente para el engaño hasta que cedió el portero y pudo elegir por dónde marcar.

El Valencia ya estaba anulado y sólo le quedaba Alves, mientras el Barcelona abrillantaba su juego, tiraba de lo mejor de su repertorio y construía todo un homenaje al fútbol. Viéndolos ayer, nadie diría que son un equipo que viaja a diez puntos del líder, y que los venían señalando en una cuesta abajo que delimita el presunto final de un ciclo.

El Barça se olvidó de todo eso anoche y desplegó un juego para gourmets. Si a eso se le añade Messi, otro que debía estar en crisis, con sus cuatro goles, sus cabalgadas infinitas y ya con 43 tantos oficiales este curso, el resultado no puede ser otro que un soberano repaso.