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El inevitable y lógico "Ranieri somos todos"

El lenguaje gestual de Claudio Ranieri en la noche del miércoles en el Sánchez Pizjuán, apenas unos minutos después de que el Leicester lograse un resultado esperanzador de cara al partido de vuelta de la Liga de Campeones, transmitía más melancolía que esperanza, más resignación que confianza en su equipo. Desde ese punto de vista y, sobre todo, por su trayectoria en la Premier League, se puede entender la decisión de destituirlo sólo un día después. Por todo lo demás, no hay explicación posible. En la temporada 2016-17, el Leicester está cumpliendo el papel que le corresponde por historia y capacidad económica: un equipo ascensor, que las pasa canutas para mantenerse con regularidad en una de las mejores ligas del mundo. Lo realmente excepcional fue el título de la temporada pasada, en la que Claudio Ranieri tuvo mucho que ver. Por eso creció la ola de indignación contra los dirigentes del Leicester -con un dueño tailandés de apellido irreproducible- y de apoyo a Claudio Ranieri. A la que se subió incluso José Mourinho, el mismo que hace un año intentó denigrar al entrenador italiano llamándolo viejo y fracasado.

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