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La hora del Hierro entrenador

Tras pacificar un vestuario alterado por la marcha de Lopetegui, el técnico necesita tomar decisiones de calado para reanimar a la selección

El arranque del Mundial fue tan tormentoso para España que a nadie se le ocurrió pedirle cuentas a Fernando Hierro en los tres partidos de la fase de grupos. Tres fallos individuales arruinaron un buen trabajo colectivo frente a Portugal. El antediluviano planteamiento de Irán sirvió de excusa para el monumental atasco del segundo partido. Y los horrores del lunes frente a Marruecos quedaron silenciados por la consecución del objetivo: clasificada para octavos y como primera de grupo. Ahora, con los datos y las sensaciones de 270 minutos mundialistas, llega el momento de Fernando Hierro. En su única experiencia profesional, en Oviedo, Hierro dejó la impronta de un entrenador poco intervencionista y amable con los jugadores. Un estilo que le ha permitido controlar un vestuario alterado por la marcha de Lopetegui. A partir del domingo necesitará algo más para que España siga aspirando a su segunda estrella.

Tres partidos de gracia. Tras una fase de clasificación convincente, en la que Lopetegui logró armar un equipo más sólido que brillante, España ya ofreció una imagen desmejorada en los dos amistosos previos al Mundial, todavía con el anterior seleccionador al mando. El juego fue tan flojo que hasta el propio Iago Aspas reconoció que las sensaciones no eran muy positivas. El resto de la expedición, incluido Lopetegui, lo atribuyó a cierta relajación y el temor lógico a lesiones antes de la competición. Todo sería diferente cuando llegara la hora de la verdad, y más con un rival exigente de mano como Portugal. Pero en medio explotó la "bomba Lopetegui" en la concentración y el juicio a la selección quedó condicionado por los factores extrafutbolísticos. Hierro salió bien librado del debut porque alineó el equipo que había dejado dibujado su antecesor y España funcionó razonablemente bien. Nadie miró al banquillo por los errores de Nacho, De Gea o Piqué que costaron un empate inmerecido. Tampoco extrañaron los cambios -Carvajal y Lucas Vázquez por Nacho y Koke- para el segundo. Pero sí que se le pidieron decisiones de calado el lunes para reanimar a un equipo que dejaba síntomas preocupantes. Se había acabado el período de gracia para Fernando Hierro.

Individual y colectivamente. Aunque el partido frente a Marruecos se volvió a poner cuesta arriba por errores individuales absurdos, colectivamente fue la peor versión de la "era Hierro". A las debilidades defensivas, impensables en un equipo que cuenta con jugadores tan acreditados como Carvajal, Piqué, Ramos, Jordi Alba y Busquets, se ha sumado la incapacidad para convertir la posesión en un arma letal para los rivales. España ha tenido mucho el balón, pero pocas oportunidades, salvo frente a Portugal. Ha habido un poco de todo. Iniesta sólo ha aparecido con dos chispazos. Silva, ni eso. Y a dos laterales tan desequilibrantes como Carvajal y Jordi Alba les ha entrado un ataque de timidez. Sólo Isco ha estado a la altura que se le supone. Eso individualmente. Porque en lo colectivo, la Roja ha abusado del control sin profundidad. Sólo cuando no le ha quedado más remedio -en desventaja ante Portugal y Marruecos, o con el 0-0 después de 45 minutos flojos contra Irán-, España ha buscado sin miramientos la puerta contraria. Y siempre con buenos resultados. Curiosamente, un equipo que siempre se ha defendido con el balón con el resultado a favor, pasa apuros sin que el equipo contrario necesite un ataque desbocado. Cualquier jugada a balón parado o un desplazamiento largo desde la defensa al área española acaba convirtiéndose en un peligro para De Gea.

Recuperar las señas de identidad. La selección española, que cumple una década marcando un estilo de fútbol de éxito mundial, imitado incluso por otros paises, parece haber renunciado también a una de sus señas de identidad: la presión adelantada tras pérdida. Es cierto que se ha enfrentado a selecciones que renunciaban a salir jugando, pero en algunas ocasiones quedaron en evidencia las dudas del equipo en ese aspecto. El lunes, sin ir más lejos, Diego Costa no encontró acompañamiento en su presión a los defensas marroquíes, quizá porque sus compañeros miraban de reojo a un marcador (1-1) que les servía para seguir adelante. Ya en la etapa de Julen Lopetegui, la selección daba un paso atrás en cuanto se ponía con ventaja. Así completó su partido más brillante, en el Bernabéu frente a Italia, a la que mató a la contra. Ahora Hierro tiene cuatro días para dejar su sello en el equipo. Ya advirtió -y lo cumplió con la entrada de Thiago- que la solución no pasa por inyectar más músculo al centro del campo. El problema es que para recuperar a la mejor España necesita un paso adelante de los pesos pesados -empezando por la portería-, y quizá la entrada de algún jugador de refresco. Iago Aspas, por ejemplo, volvió a aprovechar magníficamente los pocos minutos de que dispuso. Y Nacho demostró que es una alternativa para cualquier puesto de una defensa que hace aguas. El seleccionador, apoyado por Albert Celades y Julián Calero -su hombre de confianza en el Oviedo-, tiene que ser consciente de que ya no basta con ser un gestor, una figura respetada por el vestuario. España necesita argumentos futbolísticos, algo a lo que agarrarse ahora que empieza el Mundial de verdad. Por muchas razones, aquella España del período triunfal entre 2008 y 2012 es irrepetible. Pero este grupo tiene calidad, talento y experiencia de sobra para llegar lejos. A Fernando Hierro le corresponde enseñarles el camino.

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