Hace un año, muchos veían a Isco como un candidato al podio del Balón de Oro, un jugador clave en los éxitos del Real Madrid y en el amago de resurrección de la selección española. Por estas fechas de 2017, Dembélé se recuperaba de una lesión, mientras en el entorno del Barcelona empezaban a filtrarse detalles de su mala vida, impropia de un profesional. Isco fue uno de los señalados por la caída de la Roja en el Mundial y ahora, con la llegada de Solari, ni siquiera hay un sitio para él en la alineación blanca. La suplencia le ha desquiciado y cuando tiene oportunidad de reivindicarse, en partidos de medio pelo, está más preocupado de las reacciones del público que del balón. Dembélé sigue con sus malos hábitos, pero cada vez que Valverde le da bola se mete a los "culés" en el bolsillo. Sirvan estos dos casos como ejemplos de lo voluble que es el fútbol profesional, condicionado por tantos factores que no tienen nada que ver con lo que ocurre en el verde. Pero si algo tienen en común es la capacidad para decidir su futuro: atesoran tanta calidad que serán lo que quieran ser, con independencia de los clubes, entrenadores, aficiones y entornos más o menos recomendables. Está en sus pies.