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EL PARTIDAZO DE ASTURIAS

Poco ruido y muchas voces

Mientras Javi Fuego susurra y Femenías anima, Christian y Mariño imponen sus órdenes: son los jefes de un duelo que acaba con canción del triunfo azul

Aficionado del Oviedo

La voz ronca de Christian Fernández rompe el vacío en el primer balón en juego. "¡Cada balón, cada balón! ¿Eh? ¡Cada balón es el más importante!", grita a sus compañeros. Christian es ese jefe que no permite que el personal se relaje durante un segundo. En el bando rojiblanco, Mariño lleva la voz cantante, aunque sus indicaciones son más tácticas que motivacionales. "¡Saúl, ojo a Sangalli!", vocifera. "Babin, espalda Leschuk!", advierte. En un derbi sin decibelios en la grada, el primero de la historia en el Tartiere, las voces de los futbolistas tomaron el protagonismo. La salsa, esta vez, se centraba exclusivamente en el césped.

Fue un partido descafeinado porque al final este tipo de choques son diferentes por el sentimiento de la gente. Y sin ese elemento, la cosa pierde un poco de gracia. Al margen de eso, pocas novedades. Un día más en la oficina, como comentaban los empleados del Oviedo al acceso de fotógrafos y periodistas.

Sí extrañó la llegada del autobús del conjunto azul un poco más tarde lo habitual. El reloj señalaba más de las 20.10 horas cuando la expedición carbayona enfiló la rampa de acceso a los aparcamientos interiores del estadio. Solo había un autobús. El protocolo exige que en cada bus vaya un máximo de 25 personas. El resto de expedición, cuerpo técnico y personal, acompañaban detrás en una furgoneta. Los dos vehículos, escoltados por la policía y jaleados por los cientos de aficionados que dieron el último aliento antes del derbi.

Ya dentro del estadio, la set list de canciones para la previa, con clásicos de ACDC o Green Day y los guiños azules de Babylon Chay o Melendi. El himno del club, como siempre, presidió la salida de los dos equipos al terreno de juego, impoluto por cierto, la tónica en lo que va de temporada. Hay rutinas que es mejor no alterar.

De vuelta al césped. Hay una persona que parece estar en todo. Es Javi Fuego. Susurra a sus compañeros aquí y allá. Gesticula. Parece un guardia de tráfico, atento a todo. Solo levanta la voz para pedir adelantar la línea de presión. Todos obedecen.

En el bando local, una voz aguda rompe la monotonía. La de Femenías, en un rol diferente al de Christian. El portero es el amigo de todos, ese hombro al que arrimarse para contar las penas. Anima a sus compañeros. Les consuela. "Lucas, ¡enorme!", le suelta tras un fallo del lateral.

El partido transcurre sin alteraciones hasta que Christian vuelve a entonar una orden. "¡Reviéntala!", le dice a Lucas antes de que el lateral se complique en la banda. A los entrenadores se les ve nerviosos en la zona técnica, son poco de sentarse, pero apenas se perciben sus órdenes. Gallego se deja oír mediado el primer tiempo, en una jugada en la que Manu García busca un pase en vez de chutar. "Manu, ¡control y gol! ¡Control y portero!", le corrige.

Los instantes finales traen nervios. También más voces de lo normal. Especialmente en la zona donde se sitúan los suplentes del Sporting, mucho más bulliciosos durante todo el partido. Hay quien echa de menos a Champagne y su voz gutural entre los azules.

Con el pitido final, las protestas en cada acción se apagan y la alegría del Oviedo se desboca. Hay gritos y abrazos. Felicitaciones en alto. Cuando el Tartiere parece apagarse, vuelven los vencedores del duelo. Forman para la foto y de manera improvisada entonan el "¡Vamos, vamos Oviedo!". Colofón musical para un derbi con poco ruido y muchas voces.

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