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Cuando fuimos los mejores | 30 años de la última época dorada del fútbol asturiano

Los mejores años del Real Avilés: cuando Llaranes era una fiesta

Con un equipo de cantera, reforzado por exjugadores del Oviedo y el Sporting, el equipo blanquiazul acabó noveno en Segunda División en 1990-91

Por la izquierda, Vicente González, Joaquín, Rafa, Heres, Lito, Quico, Coloma, Cernuda, Calvo, Segundo y Monchu posan ante la tribuna de fondo del estadio Muro de Zaro. Mara Villamuza

En los primeros meses de 1991, mientras el Sporting y el Oviedo se encaminaban hacia la UEFA, en Llaranes un equipo rompía todos los pronósticos. El Avilés Industrial, fruto de la fusión en 1983 del Real Avilés y del Ensidesa, no solo disfrutaba de su primera temporada en Segunda División, sino que competía sin miramientos con históricos como el Deportivo, Murcia y Málaga, o superaba a otros como el Rayo Vallecano, Sabadell, Celta, Las Palmas, Elche, Salamanca y Levante. Treinta años después de aquel noveno puesto, LA NUEVA ESPAÑA reunió a una representación de aquella plantilla que sigue en contacto. “Fue el mejor vestuario de mi carrera”, resalta Monchu, entonces un joven delantero que ayudó a la causa con sus nueve goles y un trabajo incansable.

Precisamente la llegada de Monchu, junto a Torres, cedidos por el Sporting con la temporada ya en marcha, fue para el entrenador, Vicente González, y el resto de los jugadores la otra clave del éxito. “Los necesitábamos porque defensivamente éramos fuertes. Torres era un jugador diferente, con una calidad tremenda. Y Monchu trabajaba y finalizaba”, destaca el técnico, que logró los refuerzos necesarios para apuntalar el equipo del ascenso, basado en la cantera: “No había dinero, así que tuvimos que tirar de contactos”.

Así llegó, por ejemplo, García Barrero: “Tenía dos años de contrato con el Levante, pero la llamada de Vicente fue clave”. El ovetense también destaca la unión, pero matiza que “también había buenos jugadores. Muchos compañeros no habían jugado en Segunda, pero la escasez de medios nos unió. Me acuerdo de que nos pasamos la pretemporada dando vueltas por el Parque Ferrera. Es verdad que la llegada de Monchu y Torres nos dio un impulso. Y la figura de Vicente, que no perdió nunca la compostura”.

El temple del entrenador fue importante para remontar tras un inicio de liga desalentador. En el descanso del partido de la jornada 13, todavía sin victorias y con 1-0 en el campo del Xerez, Vicente contó con un aliado inesperado: “Les dije que teníamos que seguir igual porque merecíamos ir ganando. Después Torres, que además era de allí, dijo que éramos mejores que ellos y que íbamos a remontar”. Aquel partido acabó 1-2 y el Avilés enlazó diez jornadas sin perder, con victorias en casa frente al Éibar, Lleida, Elche y Las Palmas. Llaranes era una fiesta.

“El Muro de Zaro tenía mucho encanto”, apunta Rafa, entonces un portero de 20 años que, recién acabada la mili, vio muchos partidos desde la grada, a la sombra de Zapata y de Heres, titular tras su accidentado paso por el Oviedo: “Necesitaba jugar y el Avilés era una buena opción, en Segunda y al lado de casa”. El “Gato de Podes”, como se le conoció en sus inicios en El Requexón, respondió a las expectativas, con solo 30 goles recibidos en 31 partidos: “Defendíamos muy bien porque se trabajaba mucho desde arriba, sobre todo Monchu, que no dejaba que saliesen con el balón jugado”. Así que Heres acabó venciendo todas las reticencias: “Algunos, al principio, me tenían machacado”.

Una alineación del Avilés en la temporada 1990-91. Por la izquierda, de pie, Heres, Monchu, Coloma, Luis Castro, Benito y Blas; agachados, Iñaki Marigil, Torres, García Barrero, Joaquín y Lito

Otro exoviedista Segundo sí que se había ganado a la afición después de cuatro temporadas en el club: “Me adapté muy bien al equipo. Los años de experiencia me dieron el poso que necesita un futbolista para rendir”. Al margen de lo apuntado por sus compañeros el defensa cree que fue muy importante la continuidad del proyecto: “Con Raúl estuvimos a punto de conseguir el ascenso. Con esa base y chavales que subieron del juvenil Vicente aportó su experiencia como futbolista y el buen manejo del grupo. El míster siempre tuvo mucha mano izquierda”. Y riqueza táctica.

Con la llegada de Torres y Monchu Vicente se decantó por una defensa con tres centrales y un pivote por delante Coloma que daba equilibrio al equipo. “Como los que estaban por delante Torres y García Barrero eran tan buenos yo tenía que dedicarme a cubrirles las espaldas a tapar huecos. Lo importante era jugar en equipo” proclama Coloma que pese a su buena temporada dejó el equipo y el fútbol con el regusto de ese noveno puesto: “Estaba haciendo Económicas y con tanta exigencia tuve un bajón en los estudios. Prioricé acabar la carrera”. Aquel Avilés también sirvió para relanzar la carrera de jugadores como Lito un defensa que no pudo asentarse en el Oviedo: “Salía de una lesión importante y quería jugar. Vicente me había entrenado en el Vetusta y con él iba al fin del mundo. Sabía que donde él estuviese iba a haber seriedad.

Es un señor igual que el presidente Pepe Frana y hasta los utilleros. En aquel Avilés había muy buena gente un grupo increíble”. Un equipo que como destaca el propio Lito rompió muchos pronósticos: “Al principio de temporada nos decían que éramos de Segunda B pero se demostró que teníamos un buen equipo. Confiábamos en nosotros. Teníamos una plantilla muy joven con chavales de la cantera y dos o tres refuerzos importantes. Es el mejor vestuario en el que he estado. No había rivalidad nos ayudábamos. Fue mi mejor etapa cuando más disfruté con la temporada del ascenso y las dos de Segunda aunque al final bajamos”. Lito llegó con Vicente y se marchó con él. “Esos tres años fueron una bendición” confirma el entrenador que apunta que todo empezó el año del ascenso: “Como el equipo iba bien la gente empezó a animarse y en los últimos partidos llenamos el Suárez Puerta”.

Quico y Lito se saludan en presencia de Heres, el pasado martes, junto al Muro de Zaro

El traslado al Muro de Zaro no apagó el entusiasmo de la afición según recuerda García Barrero: “En cada partido había tres o cuatro mil personas que animaban muchísimo con los chavales de Galiana Xoven. El campo era una caldera”. Uno de los preferidos de la grada era Joaquín un extremo que daba espectáculo y que aquella temporada marcó ocho goles “aunque nunca destaqué como goleador. La clave fue que en Avilés me dieron confianza porque en aquella época en Oviedo los de la cantera pasábamos desapercibidos”. Joaquín da un detalle de la unión del vestuario: “Después de los entrenamientos íbamos a tomar unas cañas y solíamos juntarnos 14 o 15.

Y Vicente era uno más nos trataba muy bien”. Vicente también acertó al elegir a su ayudante Quico que en unos meses pasó del campo al banquillo: “Tenía las rodillas muy fastidiadas y cuando me lo propuso Vicente no lo dudé. Había estado ocho años de capitán y quería que arropase a la gente joven. Aquel vestuario era fenomenal. A partir de ahí fue coser y cantar”. Gracias en su opinión sobre todo a Vicente: “Le tengo mucha admiración.

Con él aprendí mucho y disfruté. Era muy dialogante dejaba que todos dieran su opinión”. Aquella histórica temporada también dio oportunidad al Avilés para visitar campos míticos como Riazor que quedó grabado en la memoria de José Miguel Iglesias Cernuda entonces un prometedor defensa de 19 años. “Debuté en Segunda en Riazor marcando a Fran” señala Cernuda muy satisfecho de su trabajo ante el fino centrocampista gallego que sería campeón de Liga y de Copa con el Dépor además de internacional.

Aquello le valió una oferta para hacer ficha profesional y el interés de varios equipos de Primera División pero poco después todo se fue al traste. “Me rompí el ligamento cruzado anterior de la rodilla y aunque me recuperé no volví a ser el mismo” se lamenta Cernuda que en el inicio de su carrera tuvo que buscarse la vida: “Pasó el tren del fútbol y decidí estudiar INEF”. Pero le queda la satisfacción de aquel año inolvidable: “Teníamos un equipo consolidado compacto Vicente supo aunar veteranía y juventud. Llegó Monchu que finalizaba de una forma espectacular. Y Torres que era un extraterrestre manejaba el balón como quería”. A Monchu aquello le sirvió para dar el deseado salto al Sporting: “Fue una temporada buenísima en todos los sentidos. Cuando volví estaba de entrenador Ciriaco con el que había estado los dos años en juveniles y venía de jugar muchas veces los 90 minutos”.

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