El pasado 18 de diciembre, hacia las diez de la noche, el vestuario asignado al Liberbank Oviedo Baloncesto en el polideportivo Riazor 2 era un mar de desesperación y de maldiciones. El equipo había dejado escapar en un fatídico último minuto, y de forma grotesca, una renta de siete puntos ante uno de los grandes favoritos del grupo, el Leyma Coruña. La derrota hacía peligrar el único objetivo que se había marcado el club asturiano: la tranquilidad. Para ello, era fundamental meterse entre los cinco primeros del grupo, y regalar triunfos como ese no era el mejor camino para lograrlo.
Poco más de tres meses después, directivos y aficionados se frotan los ojos por un éxito que está sorprendiendo a la propia empresa. No hay quien pare al OCB en 2021. No es solamente que haya evitado el grupo que lucha por evitar el descenso, es que acumula diez victorias en los últimos once partidos y su nivel de juego es ahora mismo el mejor de la LEB Oro. Los play-offs por el ascenso no son ninguna quimera. Queda mucho, pero los cimientos plantados por Natxo Lezkano parecen firmes.
Ritmo de juego endiablado. Lo que más llama la atención de este renacido Oviedo Baloncesto es la velocidad a la que se mueve por la cancha, resaltada incluso por los entrenadores rivales. Alertado por el déficit físico de la temporada pasada, Lezkano lo convirtió en una prioridad en la confección de la plantilla y el resultado está a la vista. La intensidad es patente en ambos lados de la cancha; atrás permite llegar a todas las rotaciones defensivas, fiando la protección última del aro a dos ogros como Kabasélé y Norelia, y los errores forzados rápidamente se convierten en contraataques fulgurantes. Los mayores problemas que atraviesa el OCB durante los partidos tienen que ver normalmente con un juego más estático. Durante la racha victoriosa, el ritmo ha ido in crescendo y los marcadores son claramente más altos.
Rotación amplia para no bajar el pistón. Para sostener el ritmo que impone el Liberbank durante los cuarenta minutos de todos los partidos se antoja imprescindible tener fondo de armario. Y, contrariamente a lo que era norma en el club, que se ha caracterizado por plantillas cortas, este curso Lekzano puede contar con hasta 13 jugadores: los bases Micah Speight, Harald Frey, Pablo Ferreiro y Alonso Meana; los escoltas Elijah Brown y Saúl Blanco, los aleros Alexis Bartolomé y Cameron Oluyitan, los ala-pivots Marc-Eddy Norelia y Marc Martí y los pivots Oliver Arteaga, Hervé Kabasélé y Massine Fall.
Tanto Alonso como Fall tienen ficha desde hace unas pocas semanas, aunque el gijonés lleva entrenando con el grupo toda la temporada. Esta disponibilidad ha permitido al cuerpo técnico lidiar con los problemas físicos del equipo con más solvencia.
Confianza en los finales apretados. Otra de las características del equipo ovetense en esta magnífica racha ha sido la capacidad para gestionar los tramos decisivos de los encuentros. Meritorios fueron los triunfos en la prórroga en Palencia y en Alicante, cuando los rivales lograron superar la desventaja y forzar el tiempo suplementario. En Almansa, los de Lezkano iban seis abajo a falta de poco más de dos minutos para el final, y terminaron ganando por la mínima. Sin olvidar la arrolladora segunda parte frente al Leyma Coruña en Pumarín, en la que los azules levantaron el -14 del descanso y terminaron incluso llevándose el average, quitándose la espina de la dolorosa derrota de la primera vuelta en Riazor.
Primero Speight y ahora Brown: las individualidades dentro del bloque. Otro de los secretos a voces de este exitoso Oviedo Baloncesto es su condición de bloque homogéneo en el que todos aportan, cada cual tiene su rol, y nadie es indispensable. Ha sido la manera que ha encontrado Natxo Lezkano para eludir la dependencia de un jugador en concreto. Sin embargo, algunos nombres empiezan a sonar con fuerza. El primero, el de Micah Speight, que llegó de NCAA 2, la segunda división universitaria, sin cartel ninguno, en principio para ser el segundo base, y que se ha consolidado como timón del ataque con su velocidad, su habilidad y su lanzamiento.
Cuando, con el comienzo de la segunda fase, la estrella de Speight se apagó un tanto, emergió Elijah Brown, la única incorporación del verano con cierto pedigrí (destacó en Oregon, una universidad de prestigio; jugó en el Breogán y es hijo del técnico de la NBA Mike Brown). Brown ha enseñado los dientes en los cuatro partidos del grupo de ascenso, mostrándose como el jugador creativo y eficaz que se presuponía. Desde que empezó la segunda fase, lleva 19,2 puntos de media y ha incrementado su porcentaje de tiros de tres hasta el 56 por ciento (14 de 25).
Por dentro, el OCB sabe que siempre puede contar con el derroche físico de Norelia, que, pese a arrastrar algunos problemas físicos, ejerce de martillo pilón. En lo que va de segunda fase acumula unas medias de 15 puntos y 7 rebotes por choque.