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El seleccionador argentino reclama a Mateu LahozCARL RECINE

Fútbol es fútbol

Antonio Rico

Antonio Rico opina sobre el tiempo de descuento, la gloria del gol y el sacrificio de los defensas: Amor eterno al corto invierno

El Mundial de Qatar nos dejó un interesante legado futbolístico que, como casi todo en el fútbol moderno, puede que dure lo que dura un corto invierno. Lástima, porque hay tres cosas que merecerían el premio de la eternidad finita. Los descuentos generosos y, por lo tanto, justos. Las celebraciones no solo de los goles, sino también de las buenas jugadas defensivas. Y la resurrección de la gran sentencia de Alfredo Si Stéfano: ningún jugador es tan bueno como todos juntos.

Los cenizos de siempre ya se están organizando para que cale el mensaje de que a los futboleros no nos gustan los descuentos largos (es decir, justos) porque lo que queremos es que un partido dure noventa y tres minutos, como mucho. Un partido con muchos minutos de descuento sería como una película de Bruce Willis con demasiadas escenas de acción o una película de Woody Allen con demasiados diálogos. La acción desquiciada y los diálogos ingeniosos solo tienen gracia en su justa medida. Ya. Pero es que un descuento de ocho o diez minutos en un partido de fútbol en el que se han perdido quizás veinte minutos en chorradas, diálogos con el árbitro, lesiones después de chocar en una disputa del balón (la nueva moda) y consultas con el VAR no es lo mismo que alargar cinco minutos una pelea o un diálogo desternillante.

No se trata de encontrar la justa medida del descuento como si se tratara de dar con la justa medida de la acción o del diálogo. Un descuento de ocho o diez minutos (incluso más) sirve para devolver al pueblo lo que se le robó al pueblo en el partido. La pérdida de tiempo es un robo. Los árbitros deberían ser como Robin Hood. En el fútbol, el gol no es que esté sobrevalorado, sino que ha arrasado con todo como los galos de Astérix borrachos de poción mágica arrasarían los campamentos romanos de Babaorum, Laudanum, Aquarium y Petibonum. Después de un gol no queda nada. Ni la jugada, ni la estrategia, ni la suerte, ni la inteligencia ni nada de nada. Solo queda el gol y la celebración del gol. Esto es así y parece que no hay forma de remediarlo. Pero en el Mundial de Qatar vimos a muchos futbolistas celebrar jugadas defensivas con la misma fiereza con la que un delantero celebra un gol. Y eso está bien, sobre todo porque la vida de un defensa es muy dura. Un delantero puede fallar diez ocasiones clarísimas y, si acierta en una, salir del campo como un héroe mitológico. Un defensa puede acertar en veinte acciones defensivas y, si falla en una, terminar siendo carne de meme por los siglos de los siglos. Así que está bien que los defensas celebren sus aciertos porque evitar un gol tiene tanto valor como marcar un golazo. Total, a los delanteros les da igual porque les basta con meter el balón en la portería contraria una vez para justificar su presencia en el terreno de juego.

Decía el filósofo Heráclito de Éfeso que se había buscado a sí mismo y de sí mismo lo había aprendido todo. Pues vale. Algo parecido deben pensar, pero sin decirlo en voz alta, muchos futbolistas que van por la vida como si no debieran nada a nadie y creen que todo lo que tienen es porque lo han encontrado en sí mismos. Ibrahimovic, por ejemplo. O Cristiano Ronaldo. O Neymar. Puede que hasta el sobrevaloradísimo Joao Félix. O Vinicius, si se deja llevar por lo que dicen de él. Si han visto jugar a la selección croata de Modric o a la selección marroquí de Ziyech o incluso la selección argentina de Messi, habrán visto que no es Modric, ni Ziyech, ni siquiera Messi. Es todos juntos. No sé si la selección francesa de Mbappé o la selección brasileña de Neymar han entendido algo. Creo que no. Pero el legado del Mundial de Qatar enlaza por fin con el de Di Stéfano.

Diez minutos de descuento por perder tiempo celebrando una buena jugada defensiva en la que nadie fue tan bueno como todos juntos. Amor eterno al corto invierno después de Qatar.

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