Como he comentado en anteriores análisis, la expansión crediticia registrada desde finales de 2001 en los EE UU es el origen de su actual crisis. Además de las conocidas consecuencias sobre el mercado inmobiliario, la liquidez del sistema y la confianza en mercados y entidades financieras, el excesivo nivel de inversión incentivado por los bajos tipos de interés ha generado una elevada insuficiencia de ahorro, que a su vez ha situado su déficit por cuenta corriente en niveles máximos desde hace 50 años, del orden del 6% del PIB (0,8 billones de dólares). Para empeorar la situación, su déficit público se ha disparado hasta los 0,4 billones de dólares. Esta elevada deuda, pública y privada, se ha podido financiar gracias a la fuerte entrada de capitales internacionales, atraídos por las garantías de la deuda pública norteamericana y en busca de inversiones directas en el país más poderoso del mundo. Estos capitales han financiado también el enorme caudal de recursos públicos destinados desde 2003 a la guerra de Irak que, según las previsiones del premio Nobel J. Stiglitz, podría ascender a 3 billones de dólares hasta 2017.

Ambos déficits, junto con el diferencial de tipos de interés respecto a otras monedas (agravado por el descenso de tipos de la Reserva Federal -FED- desde el 5,25% de agosto de 2007 al actual 2,25%), provocan una depreciación continuada del dólar, que beneficia a este país pues mejora sus cuentas exteriores y atrae mayor inversión financiera ante el abaratamiento de sus activos. Por otra parte, el dólar está viendo reducido su atractivo como «moneda refugio», debido a esta pérdida de valor y a la incertidumbre financiera, por lo que las autoridades monetarias de países emergentes (con reservas de casi 4 billones de dólares) están recomponiendo sus carteras, sustituyendo parte de estos dólares por euros, lo que acelera el proceso de depreciación.

Desde 2001 el dólar se ha depreciado frente al euro un 45%, pasando de 0,9 a casi 1,6 dólares/euro, y este proceso no ha sido inocuo para el resto del mundo. Las balanzas comerciales europeas empeoran ante el encarecimiento de sus exportaciones a las zonas dolarizadas (incluyendo China) y el abaratamiento de las importaciones en dólares. Además, la depreciación del dólar provoca que las materias primas negociadas en dólares sean más atractivas, lo que aumenta su demanda y sube sus precios, al tiempo que los productores de las mismas realizan operaciones especulativas para incrementar los precios y compensar la caída del dólar. El mejor ejemplo de este proceso es el petróleo, cuyas subidas no se explican únicamente por una mayor demanda, sino precisamente por la depreciación del dólar (como puede comprobarse analizando la correlación entre su precio y la cotización de esta divisa desde el inicio de la crisis), así como por las inestabilidades geopolíticas generadas, entre otras razones, por la guerra de Irak. Estas subidas de precio contribuyen a las espirales inflacionistas en Europa.

En España estos negativos efectos son especialmente preocupantes por un triple motivo. En primer lugar, porque la «burbuja inmobiliaria» es mucho mayor que en el resto de países europeos, y por tanto, también el riesgo asociado. En segundo lugar, porque la estructura de nuestra balanza comercial es altamente sensible a dichos efectos -ya sin la posibilidad de devaluar nuestra moneda-, dada la tradicional falta de competitividad de nuestras exportaciones, así como la elevada rigidez de nuestras importaciones, lastradas por una excesiva dependencia energética y tecnológica del exterior. Y en tercer lugar, por nuestro permanente diferencial de inflación, que se ve agravado a consecuencia de los mencionados procesos.

Ante esta realidad incuestionable, sorprende que gran cantidad de «expertos» europeos, y también españoles, critiquen con dureza la actual política del Banco Central Europeo y las políticas de control del gasto público de los países europeos en este período de crisis, mientras alaban las «rápidas y ágiles» medidas crediticias de la FED y fiscales del Gobierno de los EE UU. Sería interesante que profundizaran algo más en las consecuencias que para Europa, y concretamente para España, están teniendo las políticas económicas del amigo americano.Nadie duda de la portancia que la economía norteamericana tiene para el resto del mundo, hecho que durante estos últimos meses se ha podido constatar con mayor claridad. Sin embargo, y a pesar de la gran cantidad de información disponible al respecto, pocos análisis desde este lado del Atlántico cuestionan la actual gestión económica norteamericana -especialmente en política monetaria- y sus negativos efectos sobre las economías europeas, incluida la española.