Los últimos datos de la encuesta de población activa sitúan el número de parados en casi 6 millones, resultado del aumento sostenido que se ha registrado desde el año 2007. Para luchar contra este grave problema, el Gobierno ha aprobado reformas laborales y medidas de diferente tipo. Entre ellas, los programas de fomento del espíritu emprendedor destacan como una de las soluciones «mágicas» para luchar contra el paro, aunque no parecen diferenciar entre emprendedores y autónomos.

Sin embargo, «ni son todos los que están, ni están todos los que son», puesto que si hay algo que pueda caracterizar a los autónomos es su elevada diversidad. El empleo autónomo en España supone en torno al 20% del empleo total. Dentro de este colectivo, se encuentran tanto personas que regentan negocios de hostelería o de pequeño comercio como quienes ejercen la medicina, la abogacía o quienes ponen en marcha ideas novedosas e innovadoras, por poner algunos ejemplos.

Por otra parte, hay quienes son autónomos porque han tenido una idea de negocio o porque quieren ser su propio jefe, pero también hay personas que lo son ante la falta de oportunidades de trabajo por cuenta ajena, lo que se conoce como «empleo refugio». Los datos de la encuesta de calidad de vida en el trabajo (que elaboró el Ministerio de Empleo y Seguridad Social hasta 2010) nos aportan información en este sentido. Así, mientras que en 2006 un 28% de los autónomos manifestaba su preferencia por el empleo por cuenta ajena, en 2010 este porcentaje alcanzaba el 40%. Desafortunadamente, no tenemos datos más recientes, debido a que en los dos últimos años la encuesta no se ha realizado, pero en el actual contexto de crisis podríamos pensar que ha seguido aumentando.

Esta preferencia por el empleo autónomo puede darnos una pista sobre quiénes son realmente emprendedores y quiénes son autónomos porque no tienen otra opción. La diferencia es importante porque tiene implicaciones sobre la permanencia del negocio y sobre la creación de más puestos de trabajo. Por ejemplo, un 92 por ciento de los autónomos que prefieren ser autónomos espera mantener su empleo, mientras que este porcentaje desciende al 78 por ciento entre quienes preferirían ser asalariados.

Asumir que todos los autónomos son emprendedores lleva a que se potencie de forma generalizada el autoempleo, quizá sin considerar que mantener un negocio es difícil y necesita de habilidades específicas. Es decir, si bien una ayuda financiera es importante, quizá lo es tanto o más saber qué se va a encontrar quien inicie un negocio por cuenta propia.

Detectar emprendedores no resulta ni mucho menos sencillo. Generalizar las ayudas en lugar de poner en marcha programas de apoyo a quienes tengan una idea empresarial puede resultar más fácil, pero no suele dar mejores resultados. El fomento del autoempleo entre las personas desempleadas puede ser una buena política para disminuir las cifras de paro. Sin embargo, nada garantiza que esa vuelta al empleo sea duradera ni exitosa.

En un país como Estados Unidos, que podemos asociar de forma muy directa con la existencia de un ambiente de fomento del espíritu emprendedor, la tasa de empleo autónomo no supera el 10% (la mitad que la española). Lo que queremos decir con esto es que más cantidad no implica más calidad. Las políticas de fomento del empleo autónomo más eficientes no son aquellas que de forma generalizada e indiscriminada incentivan el autoempleo, sino las que apoyan ideas concretas haciendo estudios de mercado, planes de viabilidad, buscando fuentes de financiación, apoyando con formación y, en definitiva, estableciendo las bases para que el negocio se mantenga en el tiempo.

Empezar una actividad por cuenta propia puede ser relativamente sencillo. Sin embargo, lo más complicado es su mantenimiento y crecimiento en el medio y largo plazo. Es aquí donde las políticas de apoyo pueden ser más importantes, pero no sólo con subvenciones, sino también con formación y el soporte de quienes han pasado previamente por esa experiencia o tienen una larga trayectoria como emprendedores.