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ANÁLISIS

Atenas continúa bajo el riesgo de fracaso

El país afronta desafíos acuciantes e inmediatos y lastres enormes a medio y largo plazo que precisan más medidas que el crédito y el ajuste

Grecia no es un capítulo cerrado y no lo será aunque se despejen las incertidumbres más acuciantes -todas, de extrema gravedad- y que mantendrán en suspenso, al menos durante algunas semanas, el tercer rescate. Grecia es un urgentísimo problema financiero, económico, humano y social de enorme alcance y sujeto a un elevado riesgo de fracaso inminente. Y, aunque se eluda el colapso en el cortísimo plazo, el fracaso de dos rescates sucesivos en cinco años por 240.000 millones no presagia nada bueno sobre la capacidad salvadora de otros 86.000 millones en los próximos tres ejercicios. El FMI no cree que sea suficiente este nuevo plan e insiste en la necesidad de una segunda condonación de deuda. Pero ya hubo una quita por 100.000 millones y las cosas están como están. Así que se va a necesitar eso y mucho más.

Se precisan ajustes, contención de gasto y cerrar los miles de poros por los que la economía griega actúa como un sumidero por el que el dinero se cuela y se disipa. Y se necesitan ayudas como las que se prometen pero también políticas internas (reformas) y externas (un "plan Marshall") que permitan restablecer el círculo virtuoso del crecimiento actuando desde los dos flancos: el de la oferta y el de la demanda.

Sólo con más créditos y sólo con más recortes Grecia no sale. Fiando la solución a este binomio como único remedio, la deuda griega -pese a la condonación- creció en 16.092 millones mientras que el PIB nacional (que es la capacidad de pago del país) se hundió en ese tiempo en 58.350 millones. El problema se agigantó: hoy hay menos PIB para afrontar más deuda. El PIB por habitante cayó en 4.900 euros en cinco años mientras que la deuda pública por ciudadano creció en 1.985. La deriva es muy inquietante. Grecia es una bomba de relojería. Y aunque se necesita austeridad y crédito, también se precisan estímulos, algunos de los cuales acaban de esbozarse en el pacto de este lunes con la promesa de un plan inversor de 35.000 millones supeditado a un programa de reformas estructurales y sectoriales que permitan ganar competitividad a un país con un bajo perfil de productividad. Que, según la OCDE, los griegos trabajen muchas más horas que cualquier otro país europeo, sin que por ello destaquen por la generación de riqueza, lejos de ser un motivo de admiración, es un indicador del inmenso esfuerzo de modernización que se precisa.

Queda pendiente además un compromiso griego de seriedad, moralidad y rigor. El país campeón en Europa de la economía sumergida, la evasión de impuestos, la fuga de capitales y las jubilaciones tempranas no puede invocar inocencia y pretender que todo siga igual. Frente a la acusación de que Europa ha violado la soberanía nacional griega imponiéndole políticas no votadas por la ciudadanía helena (endeudarse en extremo conlleva siempre la renuncia al poder decisorio), la alternativa que se sugiere es la soberanía invasiva, por la que un país decidiría por las 18 naciones socias: "Yo gasto y tú pagas".

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