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La economía asturiana, a los veinte años del euro: más abierta pero menos industrial

La comunidad no ha logrado revertir el declive de su sector fabril y se asoma a una nueva reconversión sin alternativas claras

El euro no llegó a los bolsillos de los ciudadanos de los once primeros países integrantes de la naciente región monetaria (hoy formada por diecinueve) hasta el mes de enero de 2002, pero en 1998 ya había comenzado a ser utilizada en las transacciones financieras y a influir desde ese lugar de la anatomía capitalista -su aparato circulatorio, según una metáfora recurrente- en la economía de los hogares, de las empresas y de los estados. La moneda común iba a favorecer el intercambio de bienes y servicios y la movilidad de las personas y de la innovación, a contribuir en suma a una mayor prosperidad de una parte sustancial de los europeos y, sobre el papel también, a propiciar la convergencia entre los de unos y otros territorios partícipes. ¿Qué balance puede hacerse de estos años y cuáles han sido los resultados para Asturias?

Desde una perspectiva global, estos primeros veinte años del euro se dividen en una primera década de expansión económica y una segunda repartida entre la Gran Recesión (2008-2013) y la recuperación posterior. Francisco González, catedrático de Economía Financiera de la Universidad de Oviedo, matiza que el origen de la crisis no debe atribuirse a la moneda europea, aunque su aparición pudiera alimentar algunas de las fuerzas y desequilibrios que dieron lugar a ella. El tsunami financiero que precedió a la depresión partió de EE UU y, expone González, "de no haber habido euro y con cada país conservando su propia divisa, los procesos de endeudamiento excesivo -como el magno apalancamiento privado que alimentó la burbuja inmobiliaria española- se hubieran producido igual, por la liberalización y globalización financiera".

Más PIB. "La creación de una moneda única tuvo efectos positivos sobre el crecimiento económico en la zona euro, favoreció el comercio e incrementó la competencia", diagnostica también Francisco González. Aun con una crisis global por el medio que ha sido particularmente severa con la región, la economía asturiana ganó dinamismo en la era del euro, aunque no sacara tanto partido de ella como otros espacios más pujantes. El producto interior bruto (PIB) por habitante de Asturias casi se duplicó entre 1998 y 2017 (creció en torno al 90%, frente al 84% de la media española y al 101% del País Vasco). La comunidad también ha ganado empleo (327.000 ocupados en 1998 y 395.000 en 2017, según la Encuesta de Población Activa) y la tasa de paro, que entonces se aproximaba al 20%, ronda ahora el 13%.

Son resultados que ponen en cuarentena las visiones más pesimistas sobre la trayectoria de la economía regional, pero que pierden objetividad sin una referencia a la situación por la que atravesaba Asturias a la llegada del euro. En 1998, la región venía de dos décadas anteriores de cirugía mayor en sus principales sectores productivos, hasta entonces con un protagonismo mayúsculo de la empresa pública. Las reconversiones en la industria estatal minera y siderúrgica (de factura socialdemócrata, sin despidos y con compromisos de políticas reindustrializadoras) y los impactos en los sectores fabriles auxiliares habían destruido unos 60.000 puestos de trabajo desde los años 80, a la vez que el campo perdía decenas de miles más en otra reconversión, esta sin barricadas ni prejubilaciones, que aceleró el éxodo rural. En aquellos años finales de los 90, en los que todo el país venía además de otra crisis de naturaleza global (la recesión de 1993), Asturias estaba tocando fondo y desplegaba políticas (inversión en comunicaciones, suelo industrial, incentivos a la localización empresarial...) para tomar un impulso industrial que no llegaría nítidamente ni con la ayuda del cambio de moneda.

Más comercio. "En la medida en que intensificó la competencia dentro de la eurozona y levantó barreras para el comercio (supresión el riesgo de tipo de cambio), el euro aceleró la manifestación de la crisis de aquellas empresas y sectores asturianos que no tenían futuro, y benefició a las empresas con vocación internacional ", reflexiona el catedrático Francisco González. En los veinte años de la moneda única, el grado de apertura de la economía asturiana se intensificó, por el lado de las exportaciones y por el de las importaciones. En 1998, las ventas de las empresas asturianas en el extranjero (1.337 millones de euros) eran equivalentes al 10,8% del PIB regional. En 2017, el negocio superó los 4.175 millones, tanto como el 18,2% de la riqueza generada en el año por la economía y con un protagonismo capital de la exportación a los socios del euro (en torno al 52% del total). Bien es cierto que el saldo comercial de Asturias, relevante para un crecimiento robusto y equilibrado, no fue favorable a la región hasta 2013, cuando se moderaron las importaciones por la crisis y las empresas reforzaron su salida a los mercados exteriores ante el hundimiento de la demanda doméstica. Hasta entonces, el euro había alentado la exportación, pero quizá más aún el negocio que hicieron empresas foráneos en Asturias y en España. El déficit comercial y de la balanza de pagos (y con ello la dependencia del endeudamiento exterior) fue un rasgo de la economía española que se agigantó en la primera mitad de las dos décadas del euro, de vigoroso crecimiento, y que agravó las consecuencias de la crisis con la que se inició la segunda.

Menos industria. La referida expansión del comercio exterior asturiano puede llevar a pensar que la industria regional, sobre la que pivotan las exportaciones, encontró en esos años la palanca para despegar, pero la realidad es otra, opina Joaquín Lorences, catedrático de Fundamentos del Análisis Económico. "Durante estos veinte años hemos visto como el corazón de nuestra economía, la industria, iba perdiendo peso, debilitándose su presencia y apareciendo cada vez más incertidumbres sobre su futuro. Eso tiene una trascendencia brutal: estamos pasando de ser una región industrial a una de servicios, y además de servicios blandos (de bajo valor añadido)", opina Lorences. Y avisa: "La industria es irrenunciable para el futuro de Asturias: es la que genera mayor valor añadido, más rendimiento y renta per cápita, la que es fuente de innovación para el sistema productivo y la que crea empleo más estable y mejor remunerado".

La región, como otras dentro y fuera de España, ha ido en la dirección contraria en los últimos años. El sector fabril (incluida la energía y la manufactura) ha perdido peso en la economía asturiana: en 1998, aportaba el 28,4% del valor añadido bruto (VAB, cuenta estadística semejante al PIB) y en 2017 representó el 23,8%. Y también ha habido retroceso en el empleo, acentuado por la Gran Recesión: casi el 20% de los asturianos trabajaba en la industria hace dos décadas, frente al 15% actual.

Ahora, la descarbonización acecha al núcleo fabril asturiano, formado por industrias básicas, maduras y que, incluso sin ese riesgo, tienen una tendencia intrínseca a perder dimensión. Asturias se asoma así a otra reconversión "sin que se haya conseguido arrancar sostenidamente todavía un ciclo de reindustrialización que continúa siendo incierto e imprescindible". Son palabras que escribieron hace casi veinte años los economistas Juan Vázquez y Ramiro Lomba sobre la Asturias de entonces y que valen para la de hoy.

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