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Alfredo, el paisano

El lado cercano y socarrón de un político irrepetible, en cinco escenas y una oferta de entrevista al revés que ya no podrá ser

Tuve la suerte de conocer a Rubalcaba, el político, y a Alfredo, el paisano. Y de compartir momentos sin cámaras, sin bolígrafos ni micrófonos, en los que aparecía el segundo, el hombre sencillo, cercano, cariñoso, amable y socarrón que el primero eclipsaba la mayor parte del tiempo. Quizá la mejor manera de explicar cómo era en realidad Alfredo, el paisano, sea retratándolo con cinco sucedidos.

Escena primera.

Casa de veraneo de Rubalcaba, en Bricia (Llanes). Visita mañanera y solicitud de entrevista. Después de hacerse el remolón un rato dice que hay que negociar (ese era, con toda seguridad, su verbo favorito). "Si me dejas que elija yo el titular te concedo la entrevista", comenta entre bromas. "Eso no es posible, pero tengo una buena contraoferta: te doy unas clases de mus gratis", respondo. "Sabes que soy un maestro del mus, simplemente el mejor. Pero, ya lo tengo: vente conmigo a Nueva a comprar unos puros, me cuentas cómo ves al PSOE de Asturias y al Gobierno de España y después hacemos la entrevista". Hecho.

Escena segunda.

Mismo escenario anterior, años más tarde, al atardecer. El entonces ministro del Interior está exultante, nunca antes lo había visto tan contento. Después de finalizar la entrevista le pregunto el motivo y responde: "Solo te puedo decir que el fin de ETA está muy cerca, pero no puedes publicar absolutamente nada de esto". La conversación posterior dejó entrever que el Gobierno estaba negociando la rendición de la banda terrorista y que lo tenía todo "bien atado". Aunque el fin de la organización se demoró más de lo que el Ministro creía en aquel momento, el anuncio del cese definitivo de la lucha armada llegó en octubre de 2011. Gran parte del mérito, sin duda, fue suyo.

Escena tercera.

Desayuno tardío en su casa de veraneo. El dirigente socialista, entonces máximo dirigente del partido, reconoce que es un hombre con suerte, que consigue casi todo lo que se propone. "Lo que no acabo de conseguir es que Fulanito (dirigente socialista asturiano amigo suyo) y tú os llevéis bien. Pero no me rindo: el verano que viene nos sentaremos los tres y negociaremos".

Escena cuarta.

Bar Acuario de Posada. Asuntos políticos en unas ocasiones y familiares en otras obligaron varias veces a Rubalcaba a suspender su veraneo llanisco para regresar días después. No descansaba lo que deseaba y rechazaba las entrevistas. Pero se quedaba mal a gusto, así que el día antes de volver a Madrid, invariablemente, llamaba por teléfono para ir a tomar un café y charlar. Explicaba el porqué de su negativa, se disculpaba y proponía: "Pero puedes sacar mañana un reportaje contando lo que hice, que estuve con este, que gané al mus a ese todos los días, que cené con aquellos, y que volví a ponerme el mismo bañador y las mismas chanclas de siempre, que eso da mucho juego".

Última escena.

Camino de Lledíes (Llanes), el verano pasado. Nos encontramos de frente mientras paseábamos, él con su amigo y compañero de veraneo Jaime Lissavetzky, yo con mi esposa. "¡Coño, Ramón, cuando te vi de lejos me pareciste una manifestación", me espeta entre risas. Siempre reñía a los que engordaban: "Tienes que cuidarte, que los kilos son muy malos para la salud", solía decir. Al instante me apeteció contestarle con una frase que ya le había dedicado en otras situaciones parecidas: "Habló el que cada día se parece más a la pata de un grillu". Pero, a la vez, ese día parecía decaído, como si tuviera algún problema de salud, así que preferí guardar para otro momento la contestación y me limite a reír la gracia. Nos paramos unos minutos y hablamos de política, de universidad, de LA NUEVA ESPAÑA (la leía a diario), de nuestras familias... Y cuando, al despedirnos, le recordé que teníamos pendiente una entrevista me replicó: "Pero si yo soy un dinosaurio, un 'jubileta', si ya no le intereso a nadie. Mira, si nos dejan tus jefes, el verano que viene lo hacemos al revés, yo te entrevisto a ti, ¿hace?". Le contesté con una frase que sabía que le encantaría: "Vale, lo negociaremos". Hubiera estado bien. Desgraciadamente, ya no podrá ser.

Que la tierra le sea leve.

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