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Barcelona, calma tras la tormenta

Tras los tumultos del lunes en el aeropuerto de El Prat, la ciudad vivió una mañana plácida y veraniega sin restos de hostilidades, mientras el ardor guerrero se refugiaba en las redes

Un vendedor de pulseras independentistas, ayer, en el centro de Barcelona. REUTERS

Qué guapa estaba Barcelona ayer por la mañana. Cielos despejados. Temperatura agradable con ligera tendencia a refrescar. Tráfico fluido. Absoluta placidez en las calles. Autobuses turísticos llenos de cazadores de selfies. Estudiantes en su burbuja de cascos inalámbricos. Grandes almacenes con buen ambiente. El centro comercial de L'Illa Diagonal es un remanso de paz y bolsas de la compra. En unas grandes tiendas de ocio un paseante ocioso aprovecha un ordenador de prueba para echar un vistazo a un vídeo. Gritos, carreras, tumulto. Aeropuerto de El Prat, ayer. Cuando llegó la tempestad de la que esta mañana no queda ni rastro en las calles. En los pasillos del aeropuerto quedan los restos del naufragio: tanta gente que perdió vuelos, enlaces, ilusiones, urgencias. Los daños colaterales que no figuran en las estadísticas. A falta de nuevos alborotos, la Ciudad Condal amaneció ayer sin resaca y en calma chicha. El ardor guerrero se reducía a las redes sociales, donde el intercambio de fuegos (artificiales en unos casos, fatuos en otros, iracundos en su mayoría por parte y parte) convertía Facebook y Twitter en campos minados de insultos, arengas y monsergas. También de argumentos pacíficos y ecuánimes, como el de un señor que ocupa con un amigo un banco bien soleado y que no tiene aspecto de frecuentar las redes.

-Esto no tiene arreglo porque a los que mandan aquí y allí les viene muy bien que todo vaya mal.

Su amigo prefiere hablar de fútbol, así que los dejamos tranquilos.

Por la noche se falla el "premio Planeta" y en el equipo organizador hay preocupación por los invitados que podrán llegar. O no. Una escritora, María Oruña, se muestra optimista en Twitter sobre su presencia en la gala: "Allí estaremos". O, "al menos, vamos a intentarlo". Volar ayer era incierto, hoy es más fácil pero aún quedan flecos. Dos jurados, por ejemplo, se las vieron y se las desearon para llegar a tiempo a la rueda de prensa del mediodía. Que se retrasó. Sudores y prisas: poca literatura en ese tránsito inesperado. O tal vez mucha: el sosiego tras los episodios emocionales de ayer en el aeropuerto (y mucho más contenidos en plazas y calles cortadas) es casi irreal. Cuesta encontrar a alguien que hable del "asunto". En una terraza, dos hombres trajeados conversan a la vez que teclean en su móvil. Un tercero lo usa para hablar.

-Que no, mamá, que no hay peligro. Donde estoy no pasa nada. Claro que no. Lo tendré, pero lo que sale en televisión ya sabes que es muy escandaloso y no es para tanto.

Hay que rebajar preocupaciones, relajar inquietudes. Carlos, un taxista murciano que lleva veinte años al volante en la ciudad, lo tiene claro:

-Esto es como una olla a presión. Ayer dejaron que saliera un poco el vapor, y el viernes más. La próxima semana, a relajar. ¿Pero no ve usted que hasta los de la CUP se presentan a las elecciones? ¿Y qué es eso de que el Torra mande a la gente a la bronca y luego sean sus policías los que les aticen? ¿Ha visto a ese pobre chico al que le destrozaron un ojo? Es que nos toman el pelo.

Contradicciones, incoherencias, repelús ante los mensajes confusos que llegan de las altas esferas. Manuel V., jubilado de la enseñanza que llegó a Barcelona siendo veinteañero desde su Villaviciosa natal -le hemos detectado cuando recordaba a un amigo en unas animadas Ramblas sus correrías juveniles en verbenas astures- intenta poner un poco de juicio entre tanta sentencia radical.

-Entre todos la mataron y ella sola se murió. Unos por engañar a la buena gente que de verdad se cree lo de la independencia. Yo les ponía a todos cara a la pared un buen rato, para que reflexionen. Y sin recreo una buena temporada.

A Manuel le gustó ayer el monólogo de Buenafuente en la tele: "Nos empujan a trincheras en las que no queremos estar".

-Los generales nunca están en las trincheras- añade, y es curioso que frente a él, colgando de un balcón, haya una estelada descolorida que lleva ahí años sin ser sustituida por otra nueva. El pensamiento se ha detenido, como el tiempo en esta mañana soleada en la que cuesta imaginar escenas de contenedores volcados, aullidos de sirenas, griterío y pelotas de goma.

-Yo estoy aquí de vacaciones, bastantes problemas tengo allá en la Argentina- proclama un turista cargado con dos cámaras de fotografía y un palo de selfies. Su esposa asiente:

-Mi familia me pregunta si estamos en peligro y yo les digo que el mayor peligro acá son las bicicletas y los patinetes.

Un periodista gallego bastante moderado en sus opiniones está indignado. Muy indignado. Indignadísimo.

-¿Pero tú has visto lo que ha dicho el Xavi Hernández?

Su compañero de desayuno no anda muy puesto en asuntos de balones. ¿Xavi qué?

-Uno que jugó en el Barcelona y ahora trabaja en Qatar. Otro Guardiola de la vida. Metiéndose con la sentencia. O sea, un tipo que vive en un país donde se ejecuta a quien haga lo mismo que los que él defiende aquí. ¿Cómo puedes tener tanto morro de criticar la democracia española cuando vives como un rey en un país que no es democrático?

Habrá más momentos de tensión en las próximas horas. Paros, carreras, miradas retadoras, quizá objetos que vuelen y odios cruzados. Hoy, esta mañana de otoño veraniego en la que apenas quedan periódicos en los quioscos y las mayores broncas salen de algunas emisoras de radio cuando te subes a un taxi que toma partido, Barcelona respira tranquila como si nada grave hubiera pasado. Como si nada grave fuera a pasar.

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