De cuando el poeta Luis Felipe escribió que la metáfora poética desemboca en la gran metáfora social. «Cuando el hombre doméstico, egoísta y tramposo, degrada el mundo y todo lo rebaja, cuando las cosas no son lo que deben ser, el mecanismo metafórico del poeta es el primer signo revolucionario. Y antes denuncia nuestras miserias el poeta que el moralista».La Revolución de los Claveles del 25 de abril de 1974 no puede quedar desenfocada del primer plano de la Historia, ya que este hecho real, a mi juicio, es inseparable de la metáfora revolucionaria, pues supuso la concesión posibilista al cambio político y social, identificación e integración posterior de Portugal en la UE. Fue una especie de sarampión agudísimo del que salió con renovada vitalidad la nación lusa. Por ello, treinta y cuatro años después, el vecino país sirve aún de referencia a aquellos que sentimos viva la épica revolucionaria.La inspiración, la sublime audacia de unos pocos militares de distinta graduación del Ejército colonial portugués vieron en el levantamiento pacífico la embestida final para la derrota del colonialismo luso, la derrota de un régimen colonial arbitrario, de desprecio a la ley, de caciquismo y nepotismo, del fin del derramamiento de sangre de la población colonizada.La Revolución de los Claveles dio a luz el pragmatismo revolucionario. El nacimiento de esta criatura demostró que los efectos revolucionarios podrán caer en el terreno, ante los sistemas políticos de las naciones más conservadoras, pero no traen, por fortuna, el acabamiento de la especie humana, que, contra viento y marea, continuamos cantando el himno de su fecundidad.La llegada a la capital de los revolucionarios se convirtió en un rito esperado, majestuoso, repleto de poesía y solemnidad. La mirada del pueblo, intensa, recogía la voluntad de los soldados sin fijarse en la diferencia de uniforme y ropaje. Para el pueblo portugués, ese día no fue un acto corriente y usual como otros. No salió a la calle sólo a curiosear; aquel día se convirtió en soñador caminante marcando el mismo paso de marcialidad de las columnas militares, además de cargar sus armas con claveles.Civiles y militares se entremezclaban y confundían dando mayor realce de fraternidad entre ellos. Apenas hubo disparos; lo único que se disparó fueron claveles y vítores de exclamaciones de sorpresa y de júbilo. La sangre no enrojeció las calles, nadie fue molestado. La jornada del 25 de abril no fue tragedia ni drama: fue poema.Mientras esto ocurría en la calle, el llamado poder fáctico, la banca retraída en el sagrario de cuentas, Ejército y Armada se mantenían quietos, embozados en sí mismos, a la espera de otras razones, como perros fieros, fieles al inmovilismo.Momento hubo, ante la sede del Gobierno luso, que la proclama revolucionaria tomó proporciones de firmeza, en la medida que aquél permanecía indeciso, frágil ante el cariz de los acontecimientos. Un Gobierno sin organización, sin criterio estratégico ni táctico, sin planes ni concierto, una nulidad en manos del fervor de la Revolución. El abandono del país por parte del primer ministro portugués no sólo enloqueció los cerebros libertarios, sino que vislumbró una arquitectura perfecta para el discurso revolucionario de cambio político y de libertades.Fieles a la Historia, siempre hay poderes que admiran la retórica revolucionaria, pero ponen en cuarentena sus ideas, viendo en ellas un ariete contra sus posiciones sociales, privilegios y castas. Esta doctrina antirrevolucionaria externa e interna desplegada al instante en Portugal, como en tantos otros lugares, se impuso al ir penetrando en los entendimientos de personas temerosas y se fue extendiendo por ciudades y campos como los sones de un órgano potente. Lamentablemente, el alma de los pueblos revestidos de temor gusta de esa música oratoria expresada con ritmo y cadencia por los poderes retrógrados.La Revolución de los Claveles, a mi entender, no debería perderse en el sumidero del olvido, adonde van a parar muchas historias revolucionarias pregonadas cuando surgen y silenciadas después. Los íntimos lances de los pueblos que aspiran al juicio de la posteridad son ramas que dan la madera histórica con la que se forma la vida extensa de sus gobiernos, de su Constitución, de sus guerras y paces. Con esa madera levantamos el andamiaje desde donde vemos con perspectiva el alma, el cuerpo y los humores de una nación.El levantamiento revolucionario del 25 de abril está acabando en un singular vacío de olvido, precisamente por esas inconsecuencias políticas temerosas de los profundos cambios sociales que traen consigo las revoluciones, si se alimenta su espíritu. Los revolucionarios son, por excelencia, heroicos, y nunca son despreciables cuando van avalados de un compromiso moral e implícito de la conducta humana que los mueve.En honor de todos aquellos militares y civiles que enarbolaron aquel señuelo de rebeldía ilusionante, les dedico la cita idealista y revolucionaria del Che Guevara «Se han convertido en héroes, eternamente jóvenes, valientes, fuertes y audaces».Juan Manuel Moreno Cubino es coordinador de Izquierda Unida de la zona oeste de Gijón