J. M. CEINOS

La llamada nave de Lantero estaba situada entre El Parrochu y la fábrica de aceros, que así llamaron siempre los locales a la factoría siderúrgica de Moreda y Gijón. Era una nave, la de Lantero, toda ella de madera y una joya de la arquitectura industrial. Desmontada a propósito del plan de nuevas estaciones ferroviarias de mediados de los años ochenta del siglo pasado, el que perpetuó la barrera ferroviaria que aún padece la villa, sus tablas y tablones acabaron «en una hoguera de San Juan», como contó ayer, en el salón de recepciones de la Casa Consistorial, Ramón María Alvargonzález Rodríguez, que es catedrático de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Oviedo.

Contó Alvargonzález la desgraciada anécdota en el transcurso del parlamento que dirigió en su condición de presentador de la obra «Arquitectura industrial en Gijón. La huella de una ausencia» y de sus autores, los historiadores José Fernando González Romero y Pelayo Muñoz Duarte. Y lo hizo como botón de muestra de la sistemática destrucción del patrimonio industrial de la ciudad y como llamada de atención para preservar los últimos vestigios que quedan de la «ciudad-fábrica», que fue como adjetivó el catedrático a Gijón por su condición de ciudad industrial puntera en España desde mediados del siglo XIX. También puso Alvargonzález el ejemplo afortunado de la recuperación, como Museo del Ferrocarril, de la vieja estación del Norte.

Del libro afirmó Ramón Alvargonzález que «es un trabajo de síntesis muy importante», que se articula con «una secuencia cronológica y estilística», en otras palabras, José Fernando González Romero y Pelayo Muñoz Duarte plasman en su obra la historia de la industria gijonesa desde el punto de vista temporal y de estilismo arquitectónico; desde las primeras fábricas de estilo clásico-isabelino hasta el tejido posindustrial que tiene su imagen en el Parque Científico y Tecnológico de Cabueñes.

También definió Alvargonzález el libro como «un documento de consulta imprescindible», después de que la alcaldesa de Gijón, Paz Fernández Felgueroso, agradeciera a los autores su contribución a la divulgación de una parte muy importante de la historia de la ciudad.

Por su parte, José Fernando González Romero destacó que el ser industrial de Gijón tiene tres nombre: Jovellanos, el puerto y la «poligamia y endogamia del carbón», combustible fósil que, además de ser embarcado en las dársenas locales, también fue determinante para la radicación de un poderoso y heterogéneo tejido industrial en la ciudad, que en el cambio del siglo XIX al XX tenía un centenar de fábricas y una población obrera que representaba más del cincuenta por ciento de los empadronados.

«Es una obra positiva, una obra de amor a Gijón», también afirmó González Romero, quien, desde su condición de especialista de historia del arte, aseguró que el estilo arquitectónico de Gijón a través del tiempo fue y sigue siendo el racionalismo, precisamente el que dignificó las condiciones de trabajo en las fábricas aportando luz natural y ventilación a los talleres.

Pelayo Muñoz Duarte, por último, destacó que, en el libro, además de las fábricas más conocidas históricamente, «buscamos rarezas», centros de trabajo menos conocidos, pero no por ello menos importantes en la historia de la arquitectura industrial local, como La Electra de El Llano.

Sobre estas líneas, a la izquierda, uno de los hornos altos de la fábrica de aceros de Gijón. Al lado, una vista aérea del complejo siderúrgico de la Fábrica de Moreda y Gijón. Debajo, nave industrial de Astilleros del Cantábrico. Y encima de este texto, una vista general de la llamada fábrica de luz La Electra, que estaba situada en El Llano del Medio.