La concesión del Premio Príncipe de Asturias a las organizaciones que luchan contra la malaria en Africa supone un estímulo para quienes investigan para lograr su vacuna e incluso para quienes por aquí sufren las consecuencias de la picadura de la mosquita. El sacerdote José Manuel Alvarez, parroco de Santa Cruz de Jove, que trabajó como misionero en Benín, entre 1986 y 1991, conoce en su propio cuerpo las crisis de la malaria, sus fiebres ondulatorias, dolores musculares, sus impactos demoledores que alivia con «Resochín». A su juicio, esta enfermedad que mata a un millón de personas al año, si fuera en el Norte, ya tendría vacuna. Hoy, con este premio, da la impresión de que el objetivo está más cerca.