De las cincuenta y dos semanas que lleva el año, tres hay en nuestro Gijón que animan y hasta calientan la vida local, una, la primera, en invierno-primavera, y las otras dos en verano... Son las tres, por su orden: la Semana Santa, la «Semana negra» y la semana grande. Sin contar con la semana, que dura todo el año, de rechupete y «cucharón», en el restaurante Tino, donde en su día fijo de la semana se puede catar el garbanzu, la faba o la berza, uno y otras en las mejores compañías...

Semana Santa, la primera en llegar, y la más breve que, en el mejor de los casos, dura cinco días. Semana que reverdece la devoción libre recién reestrenada, que antes, la devoción y el silencio de la semana se imponía por decreto y ordenanza. Semana Santa que, a más devoción procesional, cada año destaca más por su sustancia festiva y viajera. Corre el gijonés, de posibles, ¡cada vez menos!, aprovechando estos días, a las Quimbambas; y el «quimbambero» de tierra adentro corre a Gijón por ver las vías, las procesiones y, desde Liquerique, la mar brava... Si el tiempo está bueno, mejor. Y si está malo..., bueno: que contra la nube y el viento de Cuaresma, nada pueden, ni las preces de «la antigua, ilustre, venerable y real congregación de indignos y humildes esclavos del Santísimo Sacramento», que ya no procesiona, ni las imprecaciones contra «el parte» del poderoso gremio de las hostelerías varias, inermes ante el posible temporal a pesar de todas sus estrellas, tenedores, cucharas y cucharones. Pena que las vistosas cofradías aún no haya recuperado las carracas..., ¡Inolvidable y enloquecedor ronquido, único que consintió la ordenanza!».

Tras la Semana Santa llega, abriendo los glorias del verano, la «Semana negra». Invento culto, cuanto reciente, donde, desde el mismo tren, la autoridad, el novelista, el ensayista y el invitado comparten mesa, mantel, cultura, y cuenta. A la «negra» concurren el vendedor de raposerías, el gruísta de la gigantesca noria con el humilde pulpeiro y, según qué años, el empresario de la montaña rusa, la del sofocón y vertiginoso mareo.

Semana, la «negra», larga, por lo menos de nueve días, para el sonoro reclamo del euromillón festivo, que Gijón demanda; «Semana negra», campo magnético de la juventud rebelde y leída, y de la consentida del «botellón» integral...

Gijón, sin el efluvio verbenero y el follón multitudinario de la «negra», como nuestras calles, sin las sonoridades de las «motoritas» y el pumpumpumpum de los equipos de sonido que los mozos sordos lanzan a todo volumen y a ventanilla abierta, sería sobrio, silencioso, sereno... ¡Sería, Dios mío, otro Gijón! Que Gigia, sino la reina del mambo, es, todo el año, y más en vísperas de ascenso, y más con la «negra», la reina del ruido desenfrenado.

De ahí que, no por vicio ni negocio, sino por hacer un buen servicio a la sonora identidad de la villa, tanto la autoridad electa como el impulsor elegido busquen, unidos, serenos, alegres, valientes y osados, entre campos y praderas que ya casi ni existen, lugar próximo, cómodo y seguro donde poner a la «negra» semanal... lejos del oído judicial.

Un rincón conozco, bien bueno, que no voy a ocultar: las praderas bajo el cementerio, casi contiguos a los Pericones, donde no protestará el finado, y de las que el vecino vivo se encuentra a razonable distancia... Prados, que podríamos llamar de los «Arrollones», algo inclinados, sí, pero ideales para levantar norias, coches de choque, chiringuitos, churrerías, librerías, caballitos, instalar la montaña rusa, el salón de los encuentros, la enfermería... y, además, idóneos para montar percherones...

Semana grande, otros cuantos días, casi siempre más de siete, cuando los días, y las bolsas, comienzan a decrecer y agotarse. Semana con misa mayor, procesión de la patrona y mil corridas: seis o siete por los toros, el resto por las prisas. Verbenas de farolillo. Bailes en los clubes, en los salones de Begoña o en la explanada de Fomento. Fuegos de artificio sobre la mar de la playa... y mil zambombas con sus conciertos y copas. Cenas en Gallery y exposiciones en el futuro Van Veylo.

¡Lástima que este año se quede la semana grande sin que el gijonés don Arturo nos instale su «Montaña rusa», pero ya lo había anunciado don Antonio Maura en una de sus famosas «Oraciones fúnebres» que se dicen cuando la vida se acaba, «no pocos se pierden por ansia de segar y vendimiar antes de sazón...» Y es lo que pasó al afanoso actor, que perdió la taquilla de Begoña por querer segar, por la Asunción, la de Oviedo, antes de cumplir con la Virgen de Gijón... Y es que hay que vendimiar en cada lugar por su tiempo: por Begoña en Gijón y por San Mateo, en el lado carbayón. Díjolo muy claro «Manín de Tuya», el famoso maestro, que tampoco había leído a Maura, ¡«Cuidadín moninos, que l'avaricia rompe'l sacu»...!

Y para consuelo universal, de mares, ríos, taibos, valles y montañas, rusas y nacionales, los cocidos, les fabes con gallina, los potes con todo, en la tradicional casa Tino, donde ye «semana de fartura», tol añu..., «Pa eso, vida, acabamos con el régimen».