Si hay una figura singular en el paisaje cultural asturianista, tan coloreado por los pinceles de la izquierda, es la de Humberto Gonzali (1961). Y es que este mierense de Figaredo, poeta de la mejor hornada del Surdimientu y prolífico hacedor de no sé cuántas otras páginas con sustancia (narraciones, traducciones, revistas...), te puede colocar el elogio del tribuno Melquíades Álvarez en cualquier esquina, declararse liberal (es uno de los popes de esa especie de masonería que es el Círculu Lliberal) y, poco después, asegurarte que milita en el Partido Popular (PP), donde asesora nada menos que a Pilar Fernández Pardo. Si le preguntas cómo sobrevive a todo ese barullo alguien que fue secretario nacional de la Xunta pola Defensa de la Llingua, quizá sonría, o te deje con la palabra en la boca, o hilvane una conferencia sobre la necesidad de un asturianismo centrado, central, centrista, liberal y sólo conservador en su justa medida.

Será porque su biografía es la de quien ha estado en la agitación permanente, ese estado febril del intelecto que los mierenses (ahora desperdigados por el mundo y por Gijón, que es casi lo mismo) aprendían desde niños, en aquellas conversaciones, discusiones y conspiraciones a las que tan aficionados eran mineros y metalúrgicos, cuando los había. Lo raro, ya digo, es que Humberto Gonzali, que ha reivindicado por vía epistolar ante Dios y el Rey (es decir, ante el Vaticano y Juan Carlos I) un estatuto oficial para la lengua asturiana, haya cultivado ese liberalismo melquiadista (otros dirán que es de derechas), casi como un tulipán extraño, cuando tenía tan a mano las rosas y claveles de la izquierda de su tierra. Tal vez ser el hijo del dueño del cine de Figaredo, aquel Royalty que cerró sus puertas después de la muerte de Franco, tras pasar «Tiburón», tenga algo que ver con la película ideológica que protagoniza Humberto Gonzali y en la que ha hecho unos cuantos papeles desde que, en 1985, tras estudiar Sociología en Valencia, jurar bandera y cumplir con todas aquellas cosas de cuando entonces, se instaló en Gijón. Desde aquella fecha ha publicado más de una decena de libros («Decenariu» reúne buena parte de su obra poética) y ha intervenido en la formación y organización de sociedades, «conceyos» y «xuntes» de escritores asturianos.

De toda esa experiencia surgió, creo, «Arribada», que se mantiene desde hace cuatro años como un encuentro nada sectario de quienes demuestran, con sus libros y su trabajo, que la cultura asturiana sigue viva y aún habla de la vida. ¿Cuatro gatos ronroneando asuntos que no interesan a la mayoría? Es una manera de ver lo que no queremos ver, pero sin «barcos» con un poco de calado este puerto ilustrado sería tan sólo una breve charca y chapoteo de nada. Si le preguntan a Humberto Gonzali, quizá sonría, o les deje con la palabra en la boca, o hilvane una conferencia sobre la necesidad de organizar foros en los que no se pida el carné ideológico. Está llamado a mandar.