En argot gijonés dícese «atacau» de aquellos que se supone bien podrían figurar en la edición local de la revista Forbes.

Gijón, por poner tan solo unos ejemplos, es también una ciudad atacada de belleza. Vean sino: puesta de sol, entre culinos, en la cuesta el Cholo; amanecer en la bahía con les lanchones al chipirón como figurantes; escuchar la mar y contemplarla desde el Elogio del Horizonte; asomarse a la Torre de la Laboral y embriagarse de los idílicos y lujuriosos alrededores; un baño a pleamar en la Cantábrica, con calma chicha, mirando a Rosario Acuña y al parque de San Lorenzo; deambular por la ruta fluvial, la costera, la de la LLorea; adentrarse en el Botánico o caleyear por Somió, Deva, Cabueñes, Granda, Santurio?; subir a la Campa Torres, al picu San Martín, al parque de los Pericones; sentarse frente al estanque de Isabel la Católica, a leer el periódico (chapeau por cierto al jardinero mayor); playas de San Lorenzo, Poniente, El Arbeyal, Estaño; Peñarrubia; Las Mestas, el Molinón (con equipo de primera), El Grupo, Club de Regatas, Santolaya, puerto deportivo, Talasoponiente, acuario, casino?..

En fin aunque le cause migraña al emboinado alcalde de la capital, no marítima, del Principado, está claro que por estos lares estamos, reitero, atacados de belleza, ¡vaya que sí!