J. L. ARGÜELLES

«Pese a la lejanía, no dejó de estar un solo día en Gijón; siempre echó de menos el mar, la lluvia...». Maite Álvarez quiso evocar ayer la intensa y estrecha relación que su padre, el poeta Luis Álvarez Piñer, mantuvo con la ciudad que le vio nacer, en 1910, y de la que permaneció alejado durante largos años de silencio, ostracismo y solitaria rumia literaria hasta su muerte, el 26 de julio de 1999, después de recibir ocho años antes el Premio Nacional de Poesía y revelarse, octogenario ya, como una de las grandes sorpresas literarias del panorama lírico español.

Eran muy pocos los que conocían la poesía del gijonés, una obra que como recordó ayer el profesor Juan Manuel Díez de Guereñu, el estudioso que más ha hecho por desvelar y difundir la calidad de Álvarez Piñer, tiene paralelismos con la de los autores de la Generación del 27 (cierto vanguardismo de raíz creacionista, el concepto de «poesía pura»...), pero también un sello personal de gran hondura metáfica. «El dominio métrico es excepcional», explicó Díez de Guereñu. «Espero que con el tiempo su poesía vaya afirmándose aún más; quizás sería necesaria una mayor atención a esa poesía», añadió el estudioso.

Maite Álvarez y Díez de Guereñu inauguraron ayer junto a los nietos del poeta, Teresa y Carlos, la exposición «Luis Álvarez Piñer (1910-1990)», con la que el Ayuntamiento de Gijón conmemora, a través de su Fundación Municipal de Cultura, el centenario del nacimiento del escritor en el barrio de Cimadevilla. La muestra tiene un complemento de calidad en una cuidada publicación en la que colaboran, junto al citado Díez de Guereñu, José Luis Bernal, Francisco Javier Díez de Revenga (analiza, precisamente, las vinculaciones del gijonés con la estética del 27) y Fernando Aramburu.

La exposición propone un acercamiento al poeta a través de fotografías que captan distintos momentos vitales de Álvarez Piñer, además de autógrafos, detallistas dibujos de su mano, cartas o libros dedicados por otros autores, desde sus maestros Gerardo Diego y Juan Larrea, hasta ejemplares de Bergamín, Alberti o el también asturiano José García Nieto.

El lugar elegido para reunir todos estos sensibles materiales es el Antiguo Instituto, un edificio muy unido a la biografía de Álvarez Piñer. En sus aulas fue alumno, junto con el también gran poeta Basilio Fernández (sería interesante poner en relación la vida de uno y otro), de Gerardo Diego. El autor de «Manual de espumas» confió a su discípulo la administración de la revista «Carmen», donde Piñer publicó sus primeros textos.

El poeta gijonés fue una doble víctima de la guerra civil. Sufrió la represión de los derrotados en la contienda (estuvo interno en el campo de concentración de Camposancos y se libró por muy poco de ser fusilado) y se refugió, posteriormente, en un exilio interior alejado del mundo literario oficial. «No guardaba ningún rencor y nos decía que nadie debía pagar por aquellos años», explicó su hija. Segmentos de ese tiempo están condensados en las tersas páginas de «Recordatorio», que Piñer firmó como Ramón Cuesta. Silencio sólo editorial. Maite Álvarez relató que su padre escribía, pese a sus trabajos para ganarse el sustento, todos los días: «También leyó hasta el último momento». ¿Queda aún obra sin publicar de Piñer? Según indicó Díaz de Guereñu, siguen inéditas unas dos mil páginas de un dietario, además de un centenar de poemas y varios ensayos.