Su nombre ha ocupado en las últimas fechas la actualidad cultural al formar parte de la terna de artistas que han dado origen a un libro excepcional, «Tras la huella de Jovellanos». En él, Juan Rionda, con la maestría de sus pinceles, ilustra las páginas que describen uno de los itinerarios seguidos por Jovino hace más de dos siglos, en su pertinaz estudio y admiración de Asturias.

-Por favor, defínase.

-Soy un gijonés, nacido en 1951, que desde hace quince años se dedica a la pintura y escultura de modo exclusivo; antes había alternado estas actividades con un trabajo comercial. Me jacto de tener muchos y muy buenos amigos. Casado, dos hijos varones... Busco la disciplina para todo, soy muy exigente conmigo mismo y me gustan las personas cumplidoras. Creo que nací pintor.

-¿Dónde vive?

-En un piso próximo a la zona de El Bibio, pero el estudio lo tengo lejos, cerca del colegio de los Jesuitas.

-¿La pintura es su firme enclave en la vida?

-Nunca he tenido problemas de ubicación, pienso que en cualquier otro oficio también sería feliz.

-¿Qué hubiera querido ser, en tal caso?

-Algo relacionado con la arquitectura. De hecho, es una afición que he profesionalizado a través de la pintura y la escultura. En ella me fui situando a través del tiempo y el trabajo.

-¿Qué es antes, la panorámica o la idea?

-Depende... Suelo llevar un caballete en el coche, y a veces, ante un paisaje que me sorprende, me detengo. En otras ocasiones lo tengo localizado y definido. Pero diría que la mayor parte de mi creación surge del encuentro con el espectáculo que ofrece la Naturaleza. Siento la necesidad de pintar, y de ahí nace la búsqueda.

-Si le digo que pintan bastos, ¿qué definiría?

-Algo malo, algo que me obligará a romper la acuarela y empezar de nuevo sobre un papel limpio.

-¿Y si pintan monas?

-Puede resultar algo muy bonito...

-¿Nunca ha hecho un desnudo?

-No, no suelo trabajar figuras humanas ni retratos, aunque en bronce sí he realizado algún busto. Por ejemplo, el de José Miguel Caso que me encargó el Foro Jovellanos, siendo presidente Francisco Carantoña.

-¿Ha empuñado alguna vez la brocha gorda?

-Muchas, y lo paso fenomenal. Las paredes del estudio las he pintado yo, entre otras. Soy bastante mañoso, de lo cual se alegra mucho Loli Rodríguez, mi mujer.

-¿Cómo ha llegado a relacionarse y conocer a Jovellanos?

-Tengo la gran suerte de mantener amistad con Agustín Guzmán Sancho y Vicente Cueto, dos auténticas autoridades en el conocimiento del siglo XVIII, concretamente de la figura de Jovellanos. Por ellos he podido llegar hasta el personaje.

-¿De qué se siente más satisfecho?

-Casi siempre de lo último que he realizado. Tuve la fortuna de recibir el encargo de ilustrar tres obras monográficas muy importantes. Una de ellas sobre arquitectura asturiana, editada por el Colegio de Aparejadores de Asturias, y las otras dos, que recopilan viajes de Jovellanos, fueron patrocinadas por la empresa Ideas en Metal, que preside José Antonio Hevia Corte.

-¿A quién admira como acuarelista?

-Los hay muy buenos, como Mariano Fortuny, Turner... En la actualidad, Juan Díaz es un gran innovador. Ha expuesto en Gijón hace poco.

-¿Siente temor ante el óleo?

-Nunca lo pensé... Siempre tuve como soporte el papel, bien para la acuarela o para el grafito. Alguna vez que hice un intento respecto al óleo vi que no era mi sitio. Creo que los acuarelistas somos especiales, inquietos, rápidos...

-¿Hay temas recurrentes en su colección, digamos la iglesia de San Pedro cerrando la playa de San Lorenzo, el Muelle...?

-Son lugares emblemáticos y es casi imposible evitarlos. Tanto San Pedro con su arenal, o el Muelle con la Colegiata son equiparables a las imágenes que ofrece Oviedo con la Catedral, o el Fontán, y Llanes con su ría de Niembro, la iglesia y el cementerio.

-¿Cuál es la gama de color que considera más elocuente?

-La cálida, la que varía en torno al siena.

-Supongamos que le obligan a expresarse sólo en dos colores para definir un tema, ¿cuáles elegiría?

-Dos primarios: amarillo y azul; son básicos y de ellos salen otros.

-¿En dónde sueña estar? Digamos Museo de Bellas Artes de Asturias, Casa Natal de Jovellanos...

-Para mí la mayor satisfacción es ver el esfuerzo de un amante del arte al adquirir una de mis obras. Ése es el mejor museo que pueden ofrecerme. Además sé que a partir de ese momento van a hablar de mi nombre y de mi trabajo, funcionará el boca a boca como una garantía de prestigio

-¿Cuándo ha celebrado su última exposición?

-En 2002, en el auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, titulada «Entre el mar y el Eo»; a la inauguración asistió el propio Príncipe de Asturias. Desde entonces no he vuelto a exponer porque mi trabajo suelo hacerlo por encargo.

-¿En qué se emplea en este momento?

-Estoy preparando una obra que me ha solicitado la comunidad de Castilla y León, relacionada con la arquitectura de la zona.

-Vicente Cueto dijo al presentar «Tras la huella de Jovellanos», que se había iniciado la colección de los viajes del ilustrado. ¿Cree que lo volverán a llamar?

-Eche usted el freno, por Dios, que todavía estoy agotado del viaje anterior. Nadie sabe el trabajo tan complicado que supuso seguir el mismo itinerario, siempre a pie. Nuestras esposas han sido las grandes sacrificadas al colaborar con nosotros.

-¿Ve Asturias como una fuente inagotable de inspiración?

-Totalmente. Nuestro patrimonio es maravilloso, aunque los asturianos no creamos en él. Asturias se sale... En belleza, en el trato de la gente, en la gastronomía...

-Así que su ocio...

-Me apasiona la montaña. Aparte, la lectura y la música me llevan a la pintura.

«Alguna vez hice un intento al óleo y vi que no era mi sitio; creo que los acuarelistas somos especiales, inquietos, rápidos...»

«Si me tuviera que expresar sólo en dos colores serían dos primarios: amarillo y azul; de ellos salen otros»