Eloy MÉNDEZ

La única regla en una clase de krav maga es que no hay reglas. Este sistema de combate «en el que todo vale», surgió en el seno de una comunidad judía de Bratislava que quería poner coto a las agresiones nazis de los años 30 y se convirtió con el tiempo en un método institucionalizado y obligatorio para todos los miembros de las fuerzas armadas y de los servicios secretos israelíes (Mosad). Ahora, un grupo de gijoneses imita a los soldados hebreos gracias a las instrucciones de Armando Carriles, el primer monitor que imparte clases de esta modalidad en la ciudad. Tres veces por semana, se reúnen en un gimnasio de la calle Avilés para saber cómo pararle los pies a cualquier sujeto capaz de perder la cabeza.

«Los deportes de lucha tienen una serie de normas, pero esas normas en la calle no existen», explica Carriles, en la sala del Sport Center, donde imparte sus conocimientos, adquiridos tras muchos años de relación con las artes marciales. «El kárate, el judo o el boxeo imponen límites a la hora de defenderse. Por el contrario, el krav maga no se puede considerar una práctica reglada, sino pensada para saber desenvolverse en la vida real, ante los posibles peligros a los que cualquier persona puede enfrentarse», continúa, rodeado de varios de sus alumnos que, tras más de una hora de ejercicios, apenas pueden respirar. «Los entrenamientos exigen mucha concentración porque se viven situaciones límite», concluye.

Situaciones que simulan una agresión con arma blanca o, incluso, un intento de violación. «Lo que pretendo es que los chicos y las chicas venzan el miedo, la parálisis que provoca un ataque inesperado», dice el monitor, que durante varios años recibió nociones en Madrid y también en Israel. «El pueblo judío ha tenido que aprender a defenderse a lo largo de su historia. De ahí, que el krav maga sea un método muy evolucionado», explica.

Y así lo ven también sus discípulos, encantados tras casi dos meses de lecciones. «Lo que más me llama la atención es la sencillez de los movimientos», afirma Rafael García, que años atrás había practicado otras técnicas de autodefensa. Precisamente la simplicidad, la contundencia y la rapidez son los tres pilares del krav maga, pensado para no dar opciones a un hipotético agresor y para contrarrestar ipso facto su ataque inicial. Pero también para iniciar un ataque en caso de necesidad. «Se aprende a pegar, a zafarte de los agarrones, a sacar la agresividad que todos llevamos dentro y que, a veces, no sabemos canalizar», apunta el alumno.

García y el resto de sus compañeros se han convertido, casi sin saberlo, en los herederos de Imi Lichtenfeld, considerado el primer maestro de krav maga. «En la actualidad, esta práctica se ha extendido por todo el mundo con mucha fuerza y la mayoría de los guardaespaldas de personajes célebres la han incorporado a sus conocimientos», dice Carriles, tras citar como ejemplo de este «boom» a la película «Nunca Más», donde Jennifer López muestra sus habilidades en el arte de dar patadas y empujones.

Un éxito que también se ha instalado en Gijón y que ha obligado a Carriles a compaginar sus clases en el Sport Center con otras que imparte en el Palacio de los Deportes. «Además de servir como ejercicio físico, la gente adquiere conocimientos prácticos que le pueden ser de mucha utilidad», concluye Carriles, importador asturiano de un método arraigado en Oriente Próximo que se ha extendido por los países occidentales a la misma velocidad que los movimientos que hacen sus alumnos del barrio de Laviada.