Miramos una y otra vez los cuadros del gijonés Ángel Hurtado de Saracho (1973) y no dejamos de decirnos, sólo desde la atención a su pintura y sin que medie conocimiento personal del artista, que estamos ante un pintor que se divierte desplegando en sus cuadros figuras y colores, rincones de una Europa por la que transita con la mirada presta a captar instantes y lugares que a los demás, menos perspicaces y sutiles, nos pasan desapercibidos. Es una belleza fugaz, detenida sólo un instante, casi una impresión, que él toma con sus pinceles rápidos para decirnos o sugerirnos cuánta hermosa verdad hay también en ese grupo de turistas que arrastra sus maletas por una calle, en la bicicleta apoyada al descuido en una farola o en el escaparate de una transitada acera inglesa.

La pintura de Hurtado de Saracho, que cuelga por tercera vez su obra en la galería gijonesa El Arte de lo Imposible (Jacobo Olañeta, 10), tiene, sí, la jovialidad y la luz de quien encuentra en las imágenes de sus viajes una afirmación de la variedad de la vida, deslizándose por lo que a otros sólo parecerían momentos anodinos, sin mayor gracia o pulso. Ahí, y en su dominio de los procedimientos técnicos del oficio, está el gran hallazgo de este artista. Expone ahora, en «Tú a Londres, yo a la Toscana», que así titula su última muestra, 19 cuadro (acrílicos) s en los que revela esa condición de atento degustador de lo que fluye ante nuestros ojos con los colores del tiempo.

Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Lejona, Hurtado de Saracho es un pintor figurativo que pinta sus viajes, las ciudades: «Azul Ámsterdam» y «Gris de Dublín» llamó a sus dos exposiciones anteriores en esta misma galería, con las que obtuvo un notable éxito. Sus cuadros se asoman ahora espacios, plazas y rincones de Londres y Florencia. Hemos dicho que este pintor gijonés se siente a gusto en la figuración, aunque hay algún cuadro en el que su mano parece dejarse llevar, en algunos tramos de la obra, por una incipiente abstracción que no se atreve aún a decir su nombre. Es el caso de la parte superior de la pieza «Ragazza», de «Ne love pace, we hate war» o de «Portobello Road». Veremos lo que puede dar de sí en un futuro esa posibilidad insinuada. La muestra incorpora, además, dos cuadros ligeramente distintos: un paisaje estricto de San Gimignano (curiosamente, no nos ofrece aquí las esbeltas torres de este hermoso pueblo toscano, sino el paisaje de su vega, con un resultado que recuerda en parte la manera con que Vaquero Palacios pintó Castilla) y un grupo humano en un interior. Un grato artista, en fin, que merece una detenida visita.