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Gijón en el retrovisor

Los arqueólogos no encontraron capa del "gran incendio" de Cimadevilla

Las excavaciones realizadas descartaron que allí fuese la historiada destrucción de la villa por el fuego en el siglo XIV

Caldaria en Cimadevilla antes de ser restaurada. ARCHIVO MUSEOS ARQUEOLÓGICOS DE GIJÓN

Gracias al entusiasmo que puso el arqueólogo gijonés Manuel Fernández Miranda -en su época de director general de Bellas Artes- pudimos saber algo más de nuestros orígenes, aunque -por razones que desconozco- tras aquellas excavaciones que fueron iniciadas por el equipo que dirigía Carmen Fernández Ochoa en el año 1981, nunca se hicieron públicas alguna de las conclusiones, ya que no se encontró capa de incendio en Cimadevilla -tal como me ha asegurado Paloma García que allí trabajó y actualmente es directora de los Museos Arqueológicos de Gijón- por lo que el histórico fuego devastador del siglo XIV no fue en el antiguo barrio de pesquerías. Aunque encontraron bolaños de piedra caliza que motivaron la destrucción de las construcciones que allí podría haber, lo que no hallaron fue resto alguno de capa de incendio, lo que echa por tierra todos aquellos imaginarios escritos y crónicas falsarias que afirmaban que en Cimadevilla hubo un inmenso incendio que destrozó monumentos romanos, góticos y bizantinos, torres y palacios. Lo que inicialmente sí encontraron fueron los restos de veinte metros de lienzo de una muralla tardorromana con paños de dos metros y sesenta centímetros de anchura, con una altura que iba desde los dos metros hasta los cuatro, el más alto de ellos se encontraba junto a la Torre del Reloj -que está ubicada sobre el lateral oeste de la puerta- que fueron construidos con sillares de arenisca. Todo lo demás hallado en un principio carecía de interés arqueológico.

El alcázar de Rodrigo Álvarez de las Asturias en Trubia. Hay dos datos fundamentales para centrarnos en la verdadera historia de nuestra villa marinera: el pequeño puerto de Gijón estaba al abrigo del cerro en lo que luego se denominó La Cantábrica y Rodrigo Álvarez de las Asturias, conde de Noreña -aunque algunos lo denominaron equivocadamente como de Gijón- quien tenía su alcázar con torre construida a finales del siglo XIII en lo que hoy llamamos Trubia (Cenero) desvió los tráficos hacia otro puerto más seguro que era también de su propiedad: el del castillo de Gauzón, en lo que sería territorio del alfoz de Avilés. Hasta cuatro siglos después no se empezó a pensar en trasladar el puerto que se encontraba en el arenal de San Lorenzo hasta lo que hoy en día llamamos el Muelle.

Pero los historiadores ortodoxos se empeñaron en convencernos de que el Gijón antiguo estaba en la desértica "civitas" romana protegida por la muralla, pero con las conclusiones tras las excavaciones ha quedado en evidencia que las tradicionales tesis carecen de fundamento histórico. Siempre mantengo que cuando se realizan excavaciones arqueológicas muchos libros quedan obsoletos, ya que nada tienen que ver con la realidad, a pesar de que durante siglos sus autores se han refritado a sí mismos, copiándose unos a otros, pero sin ningún fundamento real. Solamente el clarividente Jovellanos -quien ya se preguntó dónde estaba realmente Monteyo- y Caveda dudaron sobre el rigor de lo que dejaron escrito los historiadores de tiempos pretéritos.

Todo esto ya lo advirtió el arqueólogo Manuel Fernández-Miranda quien como bien escribió: "La historia de Gijón o, para ser más exacto, el estudio de su pasado, no ha sido precisamente cuestión que haya apasionado a los gijoneses. Pero, lo peor del caso no es que Gijón haya carecido prácticamente de estudiosos de su pasado, sino que en diversas ocasiones han amenazado a sus habitantes con tormentosos textos, tan desafortunados como atrevidos".

El incendio de la fortaleza de los Valdés. En Trubia todavía se conserva hoy la casa matriz de los Valdés de Gijón y así la describió Manuel Valdés Gutiérrez en un manuscrito inédito que encontré: "La casa de planta baja adosada al torrexón de Trubia, rodeada de una muralla de tres metros de altura que todavía subsiste. Y que, como a la altura del pecho de un hombre y de cuatro en cuatro metros tiene unas aberturas o saeteras para defenderse desde el interior de los enemigos que intentaran asaltarlos. Esta casa es anterior al siglo X". Si seis siglos después todavía se conservaba una muralla de tres metros de altura hay que imaginarse sus dimensiones originales.

Esta fortaleza -desde la que vislumbra una magnífica panorámica hasta la mar- fue asaltada e incendiada en el mes de octubre de 1383 por don Alfonso Enríquez matando a su defensor don Menem Pérez de Valdés, por ser la familia siempre leal al rey. La leyenda de la tradición oral de los vecinos que vivieron aquellos tiempos cuenta que su gran portón de madera maciza fue desmontado en los años cuarenta para su aprovechamiento en la reconstrucción de la iglesia de San Julián de Somió. Este dato no es fácilmente comprobable ya que actualmente se encuentra chapado.

Aquella insurrección acabó con la derrota de Alfonso Enríquez en una batalla con su sobrino Enrique III de Castilla quien -con posterioridad y para dejar bien claro quien mandaba en aquellos territorios- destrozó su escudo en la tercera planta de la cuadrangular torre de los Álvarez de las Asturias -porque allí había nacido el hijo bastardo de Enrique de Trastámara- que todavía está a la vista de todas las personas que hasta allí se quieran acercar para que lo puedan comprobar, sin género de dudas, a fin de silenciar las lenguas de los escépticos de siempre.

Los historiadores gijoneses ignoraron la existencia de estos monumentos medievales. Lo que resulta sorprendente para aquellos que queremos ver nuestra historia real desde una perspectiva basada en edificaciones que todavía se conservan y no en historias de ficción sin fundamento alguno, es que los monumentos medievales existentes en el entorno de la "Catedral del Románico de Gijón" -que hemos puesto en valor con la potenciación de la "Ruta Arqueológica de Cenero", con motivo del centenario del descubrimiento del yacimiento arqueológico de Veranes- no fuesen conocidos por: Gregorio Menéndez Valdés, Estanislao Rendueles Llanos, Julio Somoza, Bellmunt y Canella, Joaquín Alonso Bonet y Carlos Martínez, ya que en ninguno de sus libros citan los vestigios arquitectónicos medievales existentes en lo que hoy se denomina Trubia y que antiguamente pudiera llamarse Monteyo, dado que Sotiello está debajo del monte. Ni tampoco nada han escrito sobre la Abadía de Cenero construida, a partir del año de 1260, aunque su existencia ya estaba documentalmente constatada en el siglo XI, por lo que se conserva del siglo XIII fue, sin lugar a dudas, sobre un templo anterior. O sea, que es muy anterior al emblemático templo parroquial de San Pedro.

El mapa arqueológico de nuestra verdadera historia. A partir de las excavaciones iniciadas en 1981 se fue configurando un mapa con los yacimientos arqueológicos existentes en nuestro concejo y la mayoría de ellos, curiosamente, se encuentran en el entorno de la Abadía de Cenero. Además de Veranes, del único que había hasta entonces constancia era de las llamadas murias de Beloño, gracias a las excavaciones realizadas en 1957 por Francisco Jordá Cerdá, director del Servicio de Investigaciones Arqueológicas de la Diputación Provincial de Asturias, tras haber allí realizado unas catas Manuel Valdés Gutiérrez.

Que así ha sido todo lo demuestran dos pruebas arqueológicas evidentes de que nuestra historia real no estuvo en Cimadevilla: el ara sestiana que está en el "Tabularium Artis Asturiensis" procede de la Campa Torres y la Fortuna Balnearia, propiedad de Manolo Castillo, fue encontrada en la fuente de La Mortera, cerca de Tremañes, en unas termas muy importantes que también allí hubo en época romana.

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