Debemos al compositor y ambientalista canadiense E. Murray Schafer (1933) la conceptualización de lo que se conoce como "paisaje sonoro". Están ahí y sólo hay que saber atender con el oído al sonido ambiente. Cada 18 de julio, desde hace ocho años y coincidiendo con la fecha del nacimiento de Murray, se celebra el Día Mundial de la Escucha. Una aclamación de los mundos sonoros en la que se enrolan, aquí y allá, particulares y asociaciones. Y una iniciativa en la que se enmarca "#Escuchando Gijón".

Por segundo año consecutivo pudo escucharse ayer en el Centro Antiguo Instituto los resultados de una experiencia que sería imposible sin la participación ciudadana. Son los vecinos los que, desde una escucha consciente, graban los sonidos que después se montan hasta formar un collage sonoro, un paisaje audible. El resultado, que incluye cincuenta y cinco grabaciones de procedencia diversa, se puede escuchar en cuatro instalaciones sonoras: en el Antiguo Instituto, como se ha dicho, pero también en el Ateneo de La Calzada, en el Centro del Llano y en la biblioteca de Pumarín Gijón-Sur. "#Escuchando Gijón" está organizado por el Taller de Músicos de la Fundación Municipal de Cultura y por la Escuela Politécnica de Ingeniería de la Universidad de Oviedo.

"Se trata de que la ciudadanía construya su particular paisaje sonoro de la ciudad", afirmó ayer Eduardo García Salueña, del Taller de Músicos. Estuvo acompañado por el profesor Javier Suárez Quirós y por la musicóloga Zaida Hernández-Úrculo. Esta última explicó: "El Día Mundial de la Escucha tenía este año un tema concreto, la reflexión sobre el sonido del futuro". Y añadió: "Estamos ante una improvisación colectiva que muestra hasta dónde podemos actuar como 'performers' y en la que, a veces, los sonidos funcionan también como una protesta".

Escuchemos: una voz de mujer que relaciona el pasado 21 de junio con determinado pasaje de "El verano", de Vivaldi; alguien que graba los sonidos del recorrido urbano de un autobús de Emtusa; las voces de uno de los muchos coros gijoneses; un vionista playero que toca el "Despacito"; la inevitable taladradora; el motor de una nevera; las fiestas de Cabueñes.... Y el mar, claro. Gijón no se entiende sin su pertinaz sinfonía marítima.

Son instalaciones con grabaciones, en bucle, que tienen una duración máxima de catorce minutos, según explicó Suárez Quirós. El 90 por ciento de esas grabaciones son de ciudadanos anónimos. "Muchos de esos sonidos son atmosféricos, fenómenos de la naturaleza, y la mayoría de ellos cumple la labor testimonial", hizo resaltar el profesor. "Testimonios de vida", insistió. Fragmentos de la variada y riquísima sonoridad del mundo.