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GERMÁN BLANCO | ENÓLOGO Y VITICULTOR

El vinícola viajero con refugio en Gijón

El cosechero pasa la mitad del año fuera de España, es padre de dos niños, ama la montaña y entiende la elaboración de vinos como un arte

El vinícola viajero con refugio en Gijón

Germán R. Blanco (Gijón, 1977) es enólogo y viticultor. La mitad del año la pasa de viaje para visitar a sus clientes, promocionar y vender su vino en 17 países. Los otros seis meses está por las bodegas y viñedos que tiene en la Ribera del Duero (La Aguilera, Burgos), Rioja (Calahorra) y Bierzo (San Esteban de Toral y Albares) y lo que queda de tiempo lo intenta pasar en casa, en Gijón, con su mujer, Cristina, y sus hijos Lucas, de 10 años, y Pilar, de 7.

Lo suyo con el vino empezó de casualidad. "No sé cómo me dio el punto. Desde joven iba a catas y un día decidí que quería elaborar mi propio vino", explica Blanco, que de niño fue al colegio del Corazón de María y al IES El Piles. Su madre tenía una escuela de arte y su padre fabricaba ropa impermeable, y en casa siempre "gustó mucho el arte e ir de museos". Esta circunstancia, reconoce, podría haberle influido para elegir profesión. "Yo el vino lo entiendo como una disciplina artística. Moldeo la uva como un pintor pinta un cuadro", señala.

Estudió en la Escuela de Hostelería de Gijón y luego se fue a Madrid a estudiar Enología. No tardó en montar su propio negocio. "Fue una época buena, en la que hubo una pequeña revolución en toda Europa de gente joven que no tenía dinero para hacerse con una bodega y alquilaba pequeños espacios para fabricar", explica. Así nació su primera bodega, Quinta Milú (un guiño al mote de su hijo mayor, Lucas) en una esquina alquilada en la Ribera del Duero con un compañero de promoción.

Cuando el negocio creció, tuvo que hacer frente a la disyuntiva de mudarse cerca de sus bodegas o seguir viviendo en Gijón. No tardó en decidirse. "Vivir en Gijón me encanta. Me gusta todo. El ambiente, la sidra, los gijoneses... En resumen, la calidad de vida", afirma. Tanto él como su mujer asumieron el sacrificio que esta decisión suponía: para él, horas y horas de coche, y para ella, resignarse a ver a su marido sólo los fines de semana.

Pero mereció la pena. "Al principio me preocupaba no vivir donde tenía las bodegas y no estar próximo a la gente del sector. Con los años me di cuenta de que fue la mejor decisión, porque me permite desconectar y ver todo con perspectiva", afirma.

Blanco vive con su familia en Castiello. Es, además del vino, un apasionado de la montaña e intenta ir de excursión cuando puede, siempre en compañía de su perra, "Uva". Se define como "exigente e intenso", y afirma que entiende su profesión como una disciplina artística. "Me gusta hacer vinos sanos, orgánicos, siguiendo los métodos tradicionales, con la menor mecanización posible. Además, con exclusividad geográfica, siempre del mismo pueblo", señala.

Además de fabricarlo, también es un gran consumidor, y confiesa que beber vino es su mayor placer. Eso sí, acompañado de buena gastronomía. "No entiendo el vino y la comida separados. A mí que me lo pongan con un poco de jamón, un pincho de tortilla... si no, no es lo mismo", afirma. Los mejores vinos de Gijón, dice, los ponen en la sidrería Las Rías Bajas, en el barrio de El Llano, donde los tienen "de muchas partes del mundo y muy variados". "A mí lo que me gusta es probar y probar vinos, que me sorprendan. Y en este sitio me siguen sorprendiendo, y eso que estoy harto de beber vino", reconoce entre risas. También recomienda los de la sidrería Canteli, en el barrio de El Carmen.

Durante los primeros seis meses del año se dedica a vender sus vinos por todo el mundo. Tiene clientes en Japón, Estados Unidos y Reino Unido, y así hasta llegar a diecisiete países. Reconoce que le gusta estar en todas partes. "Es emocionante. Al final es gente que te quiere ver, que admira tu trabajo. Te invitan a catas, conoces a gente... en fin, es agradable", explica. El apoyo y la comprensión de su familia, asegura, es fundamental y le permite hacerlo más llevadero. "Mi mujer siempre me dice que me paso la vida en el coche. Pero si no fuera por ella, por la sonrisa con la que siempre me despide cuando me voy, esto no sería posible", afirma.

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