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Crece el número de jóvenes tratadas en Gijón por síntomas de anorexia y bulimia

Conductas impulsivas y obsesión por la imagen, perfil de las usuarias del centro de Montevil que también consumen drogas duras para adelgazar

Crece el número de jóvenes tratadas en Gijón por síntomas de anorexia y bulimia

Con un diagnóstico cada vez más mezclado y una mejor disposición a recuperarse, la atención en el área V a usuarios con trastornos alimentarios continúa al alza pero sin listas de espera. Según explican los responsables del Centro de Tratamiento Integral (CTI) de Montevil, sede del único hospital de día de la región especializado en este tipo de pacientes, los avances en la desmitificación de la salud mental están ayudando a que buena parte de sus nuevos ingresos, que en su mayoría son mujeres jóvenes, accedan voluntariamente a ser tratadas. El área V controla a unos 50 usuarios afectados y alerta de que el problema seguirá aumentando por que la recuperación plena tarda años en llegar.

Antes, lo habitual era que los médicos se topasen con una veinteañera que negaba toda acusación referente a su problema y que llegaba al centro obligada por sus familiares. Sus síntomas, además, se adecuaban a cuadros concretos que permitían "encasillarla" como anoréxica o bulímica. Ahora, según los doctores gijoneses, los trastornos alimentarios muestran un perfil más mezclado y con nuevos matices, como la obsesión por ir al gimnasio o por la estética. El perfil de paciente más habitual en Montevil es una mujer de entre 20 y 35 años con los habituales "problemas impulsivos y patrones de comida desorganizados", pero con nuevos matices: las ingresadas llegan con parte del trabajo hecho. Saben que tienen un problema y quieren resolverlo.

Sin embargo, también se inclinan más hacia otros patrones autodestructivos, destacando el consumo de fármacos, dietéticos y laxantes. Preocupa más que al CTI de Montevil accedan cada vez más enfermas con adicciones a drogas duras (algunas ayudan a adelgazar), al tabaco y al consumo de alcohol a base de atracones, que suele desembocar en vómitos. Los varones gijoneses derivados al centro gijonés, por su parte, siguen suponiendo alrededor de solo la novena parte de los casos.

Tal como explica Alberto Prieto, psiquiatra del servicio citado, al centro gijonés acuden cada día unas 10 o 15 de estas pacientes que eligen, asesoradas por los expertos, su opción de tratamiento. El más necesario sigue siendo el del control de las comidas, un servicio que desde Montevil se camufla con un pequeño comedor en grupo, como en el colegio, en el que las jóvenes deben calentar su propia ración y terminarse el plato. "Nadie las está obligando ni vigilando de cerca y eso las ayuda a que no vean este sitio como el enemigo, que es la clave", concreta el experto.

El proceso de recuperación, aunque tiende a ser largo, es viable y no deja demasiadas secuelas si se ataja a tiempo. "Esto es una carrera de fondo, pero tendrán una vida mayormente normal salvo algún síntoma residual", asegura el psiquiatra. Algunas de estas consecuencias permanentes serán la debilidad de huesos, que serán más evidentes una vez llegada la menopausia -cualquier mujer de cierta edad sufre riesgo de desarrollar osteoporosis-, así como problemas en la capacidad de atención, un trastorno que suele pasar desapercibido pero que, si el trastorno alimentario surge cuando el paciente es aún muy joven, puede volverse irreversible por haberse interrumpido el desarrollo cerebral. También es habitual que se mantenga el desgaste en el esmalte de los dientes, que se liman por la acidez corrosiva del vómito. La atención farmacológica, por su parte, sigue siendo sintomatológica y en el CTI gijonés se usa para aplacar la sensación de tristeza y la incapacidad para controlar los impulsos, pero la recuperación real de una anorexia o un bulimia sigue siendo, a día de hoy, una cuestión de salud mental.

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