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Los versos rescatados de la bibliotecaria

Rosalía Oliver, directora de la Biblioteca Jovellanos durante 35 años, dejó a su muerte un puñado de poemas que ahora publica su nieta Paula Doce

Rosalía Oliver recibe emocionada un beso de su nieta Paula Doce cuando cumplió los 80 años, en 2009.

Rosalía Oliver falleció en Madrid, la ciudad en la que había nacido en 1929, hace dos años. Llegó a Gijón a finales de los años 50 para dirigir la Biblioteca Pública Jovellanos. Durante tres décadas y media tuvo esa pasión: la de los libros, los tejuelos y los préstamos. También la de la familia. En su ciudad de adopción conoció al profesor e historiador Miguel Ángel González Muñiz, colaborador de empresas culturales tan notables como la de la "Gran Enciclopedia Asturiana". Tuvieron dos hijas, Nuria y Alicia. Ahora, la nieta de aquella bibliotecaria que fue pionera en muchas cosas (se licenció en Filosofía y Letras; vivió en Italia y Francia trabajando como restauradora de obras de arte y archivista) acaba de reunir en un volumen los poemas que su abuela fue escribiendo silenciosamente, desde el "desconcierto" tras su jubilación y un "frío" final, entre el verano de 1995 y el otoño de 2013. Versos que nos hablan, con palabra cuidada, de un rico y generoso mundo interior: "Somos nuestros recuerdos".

"Los pliegues del tiempo", que acaba de publicar la editorial Bajamar, se presentará el próximo día 27. Será en la Biblioteca Jovellanos, la institución a la que Rosalía Oliver dedicó tantos desvelos. ¿Qué otro lugar más apropiado? "Cuando falleció y al poner orden en sus papeles, nos encontramos con esos escritos", relata la nieta, Paula Doce. Y encadena: "Los transcribí al ordenador y se me ocurrió que tal vez estaría bien, porque hay calidad literaria, sacarlos a la luz". Y de esa decisión, compartida por la familia, salió este libro que tiene algo de homenaje filial y de rescate, también, de la figura de una mujer inteligente, sensible, memoriosa, que dedica los últimos años de su vida a contar su relación con el mundo y con el paso de los días. "Con llanto y desasimiento empiezo a vaciarme de miedos y esperanzas, empiezo a olvidar el futuro: tengo así, bajo mi nueva mirada, la sólida presencia del pasado", escribe. Un poema fechado en Gijón el 23 de junio de 1995.

"Pasé los originales a Nacho (Juan Ignacio) González (es también poeta) y le gustaron", explica Paula, que es hija del a su vez conocido poeta y traductor Jordi Doce. Y añade. "Mi padre también ha colaborado con la revisión del volumen". "Los pliegues del tiempo" reúne cuarenta y cuatro composiciones divididas en dos secciones o partes. La primera, agrupada bajo el epígrafe "Reflexiones", incluye textos en prosa que Rosalía Oliver escribió entre el 10 de julio de 1995 y el 28 de septiembre de ese mismo año. Líneas que se explican por una página previa en la que la ya exdirectora de la Biblioteca Jovellanos, desde las "clases pasivas", explica su nueva situación: "Lo que esto ha significado en mi vida (la jubilación), la revelación de desafecciones, la percepción de vacíos, junto a una lacerante sensación de tiempo y de lugar equivocados, fueron suscitando un desconocido impulso de escritura".

La segunda parte del volumen, "Canciones en silencio y otros poemas", se inicia con un breve poema: "Sentir la voz alzarse desde dentro,/sufrir el grito y el silencio a un tiempo, sin paredes que acoten el desierto,/ sin alas y sin nubes el vacío". El libro concluye con "Frío del alma", un texto fechado en Barcelona, cuando Rosalía Oliver había cumplido los 84 años. Paula Doce recuerda que su abuela sintió siempre como "parte esencial de su vida" el trabajo como directora de la Biblioteca Jovellanos. Nuria González y Jordi Doce llegaron a hacer con algunos de estos poemas, en 1996, un cuadernillo para uso de familia y amigos. "Los pliegues del tiempo" tiene el interés de mostrarnos la voz de una mujer que afronta la última etapa de su vida, la de la vejez, la de la espera de "algún renacimiento de soles y de brisas".

Rosalía Oliver recuerda en "Memoria de Miguel" a su marido muerto, el compañero dedicado a los "deportes esforzados,/ a la música, a la lectura valiosa y fértil, a la/ enseñanza ejemplar". Ambos habían sido socios de Gesto. Dos gijoneses, como señala Jordi Doce, muy "implicados" con la vida de una ciudad que ahora los recupera.

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