El gijonés Ramón Rivas, de 37 años, explica que llevaba una vida "perfectamente normal" hasta hace cosa de dos años, cuando se le juntó una crisis económica de la que no logró recuperarse con su divorcio. "Intenté salir adelante; no pude. Acabé viviendo en la calle durante meses y ahora, con todo esto del coronavirus, sé que las cosas se van a complicar más", resume. La pandemia, sin embargo, le ha dado una buena noticia: hacía semanas había ocupado una nave industrial abandonada en la que ahora el Ayuntamiento de Gijón le ha permitido empadronarse. Vive allí con su perra, Noviembre, cumpliendo con el confinamiento.
Rivas, tatuador profesional, ha aprovechado su faceta creativa para decorar su nueva casa con grandes murales, y con la ayuda de amigos ha podido crear un pequeño hogar dentro de una nave "antes parecía un vertedero". "Sigo pidiendo en la calle para pagarme la comida y el pienso de Noviembre, eso sí, porque no tengo ingresos", relata. Por el estado de alarma, lleva mes y medio sin poder ver a su hijo, que tiene un año y medio. "Para los que viven como yo el confinamiento es especialmente duro; yo antes iba a una fuente cercana a por agua y ahora está precintada. La gente tiene que saber que no elegimos vivir así; mi vida era normal antes. Esto podría haberle pasado a cualquiera", relata.