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Lecciones de Chema Castiello

El profesor y escritor fallecido laboró siempre en favor de un mundo mejor, atento a los perdedores

Chema Castiello. Juan Plaza

En "Una lenta impaciencia", sus muy interesantes memorias, Daniel Bensaïd postula la necesidad de una izquierda distinta para que sea de verdad posible un mundo menos injusto. Una izquierda, digamos, con mayor grado de insubordinación a los paradigmas neoliberales que han gobernado la globalización. Chema Castiello, fallecido el pasado martes después de meses de una enfermedad a la que hizo frente valerosamente, militaba en ese lado de la inconformidad. Expresado de otra manera: no se resignaba a que las cosas fueran mal siempre para los mismos y no se plegaba a los discursos únicos que obliteran al pobre, al diferente y a los perdedores, en fin, de las guerras económicas.

Chema Castiello -sé que resumo- era uno de esos impacientes tranquilos a los que las feroces mutaciones de los tiempos que hemos vivido a lo largo del último medio siglo nunca apartó de su vocación y su tarea: enseñar a los demás a ser mejores personas mediante las herramientas de la educación, la cultura y la identificación con quienes sufren. Una labor que desempeñó con aplicación en las aulas asturianas y en el Grupo de Trabajo Eleuterio Quintanilla. Desde su humanismo coherente, sabía muy bien que ese trabajo no se acaba nunca, que es el principio de todo.

Bajo el bigote nietzscheano y la ironía cordial, Chema Castiello fue un lúcido superviviente de las derrotas sociales y políticas de su generación. Su sentido de la justa rebelión no se doblegó ni ante la terrible ELA de sus días finales. La prueba en su último libro, "Un guaje de barrio". Y antes, los eruditos estudios que dedicó a la fotografía documental. Sabía que esas imágenes (todo esto lo vemos por ejemplo en "El infierno de los vivos") son sin duda una prueba de cargo en el tribunal de la historia.

Con Chema Castiello compartí pitillos, conversaciones, proyectos suyos que comentaba con contenido entusiasmo. Y una cierta melancolía de izquierda, que es lo que queda "después del naufragio", según ha dicho Enzo Traverso. Una melancolía que, por seguir al autor italiano, no significa en ningún caso el olvido de la posibilidad de una sociedad menos lacerada por la arbitrariedad estructural del sistema. No le despediremos como merece, aunque en estos días atribulados tampoco olvidamos su honrosa gran lección.

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