La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El Clara Ferrer blinda sus puertas al virus

El centro de mayores de El Polígono, tras seis casos y dos fallecidos, logra convertirse en una residencia limpia con "previsión y trabajo en equipo"

9

Centro de mayores Clara Ferrer de Gijón

Entre los 72 usuarios de la residencia de ancianos Clara Ferrer, en el barrio de El Polígono, no hay ni un solo contagiado por COVID-19. Los hubo, pero el centro ha cerrado la puerta al virus. Después de que seis de sus residentes diesen positivo (dos en el centro y otros cuatro en el hospital, adonde fueron derivados por tener síntomas de la enfermedad), han logrado convertirse en un caso de éxito entre las residencias geriátricas de la región, azotadas por la enfermedad, donde se suman más de la mitad de los fallecidos del Principado. Eso sí, en su pesar está la muerte de dos personas a consecuencia del COVID-19, incluida la madre del director del centro, José Manuel López. "Es un éxito entre comillas, pero no podemos bajar la guardia", afirma el que fue gerente del ERA.

Para el director del Clara Ferrer, la clave de que sus cifras no sean tan negativas como en otros centros son dos: la previsión y el trabajo en equipo. "Desde el principio, hicimos mucho para que todo fuera bien", enfatiza. Ya a finales de febrero, antes de existir un protocolo en firme, "hicimos muchas reuniones para tomar decisiones". Por ejemplo, hacer acopio de mascarillas o subir a todos los usuarios a planta, para evitar aglomeraciones en zonas comunes que pudieran derivar en contagios.

Para ello fue fundamental la comprensión del director del centro. "Tuvo muy buena predisposición a todo lo que le pedíamos y colaboró en todas las decisiones que íbamos tomando", enfatizan Eva García y Ana María Honrado, enfermeras. También alaban la buena relación que tuvieron con el centro de salud de Perchera, que "nos resolvía todas las dudas y consultas que teníamos", ejemplifican.

El camino no fue fácil, sobre todo al principio. "Tuvimos que cambiar la forma de trabajar, y fue duro", explica López. "Íbamos como pollos sin cabeza", asumen Maite Hernández, cocinera del centro, y Begoña Castañón, del servicio de limpieza y lavandería. "Son piezas imprescindibles, y hasta ahora no se les valoraba como tal", explica el director.

Fundamental es también Lucía Colunga, trabajadora social. Ella es la encargada de conectar a los usuarios con sus familias, con una tablet y un teléfono móvil que les fueron donados. Gracias a estos dispositivos, Gervasio Álvarez, de 75 años, puede hablar a diario con su hija y, varias veces a la semana, también verla por videollamada. "Me gusta mucho poder verla y saludarla", explica Álvarez, que afirma rotundamente que, desde que llegó al centro hace casi un año, "estoy mejor que nunca". También durante la cuarentena, en la que están confinados en sus habitaciones y pasillos, sin poder salir al exterior del centro. "No me agobio porque me gusta mucho leer y tengo televisión", afirma, "además el personal es excepcional, son de lo mejor del mundo".

"Están aguantando como jabatos", explica López. También sus familias. "Desde el primer momento convenimos tener una transparencia total, avisándoles de cada caso nuevo y tranquilizándoles para que confiaran en nosotros", asegura Colunga, "así nos ganamos su apoyo".

"Estos momentos saca lo mejor de cada uno", explica la trabajadora social. Como ejemplo, los alumnos del colegio público Rey Pelayo "adoptaron" cada uno a un usuario, al que mandan vídeos y con el que mantienen una suerte de correspondencia telemática. Más gestos: una vecina donó mascarillas realizadas en casa y otra mucha gente radios o televisores para los ancianos.

"No somos héroes, solo pedimos que nos dejen hacer nuestro trabajo tranquilos", pide López, que solicita a las administraciones "mantener los refuerzos de personal que se hicieron. Tenemos que evitar volver a dar un paso atrás para que todo esto sirva de aprendizaje", concluye.

Compartir el artículo

stats