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La última gran visita regia

La apertura de los Jardines de la Reina tras un recorrido que realizó por la ciudad la regente María Cristina con sus hijos hace justo 120 años

Dos páginas de la revista "La Ilustración Española y Americana" que hacen referencia a la visita real a Gijón del año 1900.

El día 19 de agosto de 1900, cinco arcos de triunfo se sucedían en el centro neurálgico de Gijón, repartidos entre la ribera del muelle y las calles Corrida y Munuza. Cada uno con un diseño distinto, compuesto con diferentes materiales y con alturas que variaban entre los cuatro y los diez metros. Aquellas estructuras sobresalientes apenas llevaban una semana en pie y no tardarían en desaparecer más que unas pocas horas, a lo sumo unos días, tras aquel domingo estival.

Una grandilocuente puesta en escena -completada con un desembarcadero, tribunas y dos pares de columnas monumentales- que se realizó para recibir a la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena y a sus hijos, el rey Alfonso XIII y las infantas Mercedes y María Teresa de Borbón, y engrandecer su recorrido por la ciudad.

El acontecimiento fue el culmen de la temporada estival de aquel último verano del siglo XIX y también de una década en la que definitivamente se habían sentado las bases de lo que iba a ser Gijón, para bien y para mal, durante la mayor parte de la siguiente centuria.

Aquella fue la última gran visita regia celebrada en la ciudad, el cierre de un ciclo que había comenzado con las estancias estivales de la reina madre, María Cristina de Borbón, de los duques de Montpensier y de la reina Isabel II, respectivamente, en 1852, 1857 y 1858. En esa década de 1850 se establecieron como tradición los fastos asociados a las visitas de la Casa Real, profusos en construcciones efímeras aparatosas y llamativas entre las que arcos de triunfo y pabellones de baño fueron las piezas más singulares.

Tras las citadas vendrían las también festejadas estancias de Alfonso XII, con diferentes miembros de su familia, en 1877 y 1884 como contrapunto de la visita de Amadeo I en 1872, austera y comedida como reflejo del rechazo que el monarca suscitaba entre las fuerzas vivas locales.

Aunque Alfonso XIII, ya finalizada la regencia, volvió a Gijón en el verano de 1902 y después retornó con cierta asiduidad durante los estíos de la década siguiente, en solitario o acompañado por la reina Victoria Eugenia y sus vástagos, ya nada volvió a ser igual.

El boato y la magnificencia que llevaban asociadas aquellas visitas regias del siglo XIX habían tenido mucho de campañas de mercadotecnia buscando fortalecer la imagen de cada monarca ante sus súbditos frente a las vicisitudes que marcaron sus respectivos reinados: el conflicto carlista en el de Isabel II, la restauración borbónica encarnada en Alfonso XII y la continuidad de la monarquía durante la regencia de María Cristina tras el temprano fallecimiento de su marido y la minoría de edad de su hijo. Después de 1902 las visitas regias mantuvieron su componente protocolario de alto nivel pero desaparecieron aquellas puestas en escena teatrales y fastuosas ya innecesarias en un contexto en el que se entendía que los pilares de la monarquía se asentaban en firme de manera definitiva.

Pero no fue así. Paradójicamente estos fastos no volverán hasta la posguerra, cuando la dictadura franquista precise nuevamente del oropel y de la parafernalia para representar su poder y dominio sobre un país al que había cercenado sus libertades y sumido en la miseria. Y así en 1939 Gijón se llenó de arcos de triunfo, con una profusión que nunca antes se había visto ni se volvería a ver después, para los dos primeros grandes actos del nuevo régimen en la ciudad: el retorno de la imagen de la Virgen de Covadonga de Francia y la primera visita de Francisco Franco. Una anacronía que recuperaba una puesta en escena propia de la monarquía para representar ahora el nuevo orden impuesto mediante las armas.

Volviendo a aquel domingo de verano de 1900, esa visita nos dejó en Gijón como herencia los Jardines de la Reina, dispuestos en honor de María Cristina de Habsburgo quien los pudo contemplar desde la carroza que la paseó por la ciudad. Este parquecito hoy abandonado y ajado parece que va a ser el único que mantendrá su nombre de entre los espacios públicos que llevaron el de monarcas que visitaron Gijón: Isabel II -actual calle de la Libertad-, Alfonso XII -actual paseo de Begoña-, cuartel de Alfonso XIII -actual centro municipal integrado de El Coto- y, parece probable, Juan Carlos I.

Paradójicamente, si hace 120 años se dedicaban unos jardines de Gijón a una reina al final de un turbulento siglo para la casa de Borbón que parecía llegar a buen término, actualmente se plantea quitar el nombre de un rey a una avenida de Gijón tras un azaroso inicio del siglo XXI que barrunta notorias incertidumbres para la Casa Real.

En todo caso, para quien quiera conocer ese peculiar, sorprendente y desconocido mundo de las construcciones efímeras realizadas en Gijón durante el último siglo y medio, tiene la oportunidad de visitar la exposición "Pompa y circunstancia" en el Muséu del Pueblu d'Asturies donde un centenar de imágenes reviven momentos, como aquel día de verano de 1900, en los que Gijón fue otro Gijón.

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