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Las escuelas infantiles abren a medio gas: plantilla libre de covid y con el 60% de niños

l Las guarderías esperan una asistencia "más irregular" este curso l "Si hay cuarentenas, no podremos conciliar", advierten las familias

Silvia García con su hijo Alex García, en El Llano

Con más llantos y ausencias de las esperadas, las escuelas infantiles públicas de la ciudad reabrieron ayer tras el parón durante la pandemia con un estricto protocolo de seguridad que implica, entre otras medidas, que los pequeños tengan un calzado reservado para su uso en el centro, que los padres no puedan acceder al recinto y que las salidas se hagan de uno a uno y de forma escalonada. Las educadoras, viendo la asistencia de esta primera jornada en la que solo acudieron un 60% de los inscritos, auguran un curso con una asistencia "más irregular", y las familias, aunque entienden las restricciones, ya intuyen que tendrán problemas para conciliar. "Muchos no tenemos ningún plan alternativo si mandan al niño a hacer cuarentena", reconoce. El personal de todas las escuelas públicas de 0 a 3 años se sometió este fin de semana a un cribado general por pruebas PCR sin que, de momento, se haya detectado ningún contagio.

En la ciudad hay 893 niños matriculados en las guarderías municipales, que realizarán durante las próximas semanas una vuela al cole progresiva. Ayer solo estaban convocados los niños que ya habían sido alumnos del centro en cursos anteriores, para los que, en general, la experiencia, según explican los responsables de los centros, es menos traumática. La realidad no fue exactamente así. El confinamiento, que provocó el encierro en casa de padres e hijos, creó vínculos que ayer se tuvieron que deshacer entre llantos y pataletas.

Cada familia se está organizando un poco como puede, y algunas -las más previsoras- han decidido que a la salida cambiarán tanto el calzado como los calcetines, por si durante la jornada el pequeño se quita a patadas los playeros. Otros no acaban de entender muy bien la medida y, los más cuidadosos, han rotulado el nombre del niño en el borde del zapato, como en el mandilón, para evitar confusiones. Centros más concurridos como La Serena de El Llano o la de Viesques sí provocaron alguna aglomeración -pese a que las salidas y entrada se hacen de forma escalonada-, pero los responsables de los centros reconocen que "los líos" vendrán a finales de mes, cuando se reincorporen todos los matriculados.

En Viesques, la niña Paula Ramos, a punto de cumplir dos años, empezó a chillar en cuanto su madre hacía el amago de irse. "Vivo justo al lado y la dejé llorando, qué remedio. Al poco me asomé a la ventana y escuché a voces "¡mamá!" y dije: uy, si esa es la mía", recuerda entre risas su madre, Cristina Almudévar. El protocolo no ayuda en este aspecto. Los padres tienen que cambiarle el calzado al niño antes de atravesar la puerta (en algunos centros lo hacen las educadoras, pero para los pequeños resulta igualmente extraño) y pueden entrar, como mucho, hasta el rellano del edificio. Y de uno en uno. "En nuestro caso además coincidió que no estaba la profe de siempre. Es comprensible que se pongan así. Imagina que te dejan en el cuello de una persona que no conoces, que te descalzan y que te dejan en la puerta. Paula me miraba como diciendo, 'esto otros años no era así'", describe la progenitora.

La mejor adaptación se está viviendo en las escuelinas menos concurridas, como la de Los Playinos, anexa al colegio Honesto Batalón en Cimadevilla. Allí Carlos Vega pudo dejar a su pequeño de dos años, Diego, sin necesidad de colas ni esperas. Él, no obstante, tampoco se libró del berrinche y se fue resignado, con los playeros diminutos en una mano y diciendo adiós con la otra. "Ya me lo esperaba. Fueron muchos meses en casa y la rutina se rompe, pero aquí está encantando, se le pasará en dos días", razona. Aunque tanto él como su mujer teletrabajan, también cree que la conciliación se volverá "tensa" en caso de que algún positivo en el centro le obligue a quedarse con el niño en casa. "Aunque trabajemos desde casa, es trabajo igual y es muy difícil compaginarlo con el crío por allí, sobre todo, porque el no estar en la oficina a veces te caen llamadas fuera de hora y encargos que no esperabas. No es fácil para nadie", concreta.

Isabel de Nicolás, educadora de este centro -tiene a unos 40 niños-, aclara que "lo normal" es que estos primeros días los pequeños se sientan asustados y espera que las familias no se preocupen. "Es un año raro para todos y básicamente hemos tenido que poner horarios individualizados para cada familia. No había otra manera y está dando un poco de pena que tanto los padres como nosotros nos quedemos con la sensación de estar cogiendo y recogiendo a niños en la puerta sin ninguna adaptación real", explica. En su caso, a la entrada han instalado una silla infantil para que sean los padres los que descalcen a sus hijos en un espacio habilitado en el rellano junto a la puerta, donde también han instalado una taquilla con el calzado de clase.

En La Serena, con el doble de plazas, la logística es forzosamente distinta. "Hemos tenido la complicación de que hay dos plantas, así que nos toca subir a la mayoría de peques en el cuello. Lo que sí pedimos es que los calcen y descalcen fuera porque no podemos abarcar más", reconoce la directora, Eva María Carrio. Nieves Sanz, responsable de las escuelinas de Los Escolinos y de Viesques, añade que esta primera jornada lo esperable era que hubiesen acudido más niños -la cifra del 60% en una jornada establecida como de adaptación es bastante baja-, pero en su caso los llantos fueron los menos. "Los habrá cuando empiecen los nuevos y en general a partir del 28 de septiembre, cuando ya estemos al completo y haya más trajín de gente", calcula.

Sin plan B para la conciliación

A las familias, ahora, solo les queda cruzar los dedos para que todo vaya bien. Kine Dinza, madre de Carla Natalie Verdesia (tiene año y medio y se tranquilizaba ayer tras su pataleta por la modorra del mediodía), se reía a la entrada de La Serena ante la pregunta de cómo pensaba conciliar. "¿Conciliar? No se puede. Yo soy esteticién, mi marido es cocinero y no tenemos a nadie más. No hay plan B", reconoce. Para Zaida Miguélez, madre de Ainhoa Rodríguez, la situación es similar. "Trabajo barriendo calles, necesito una guardería sí o sí". Su pequeña tuvo "un momento crisis" a la entrada, "porque no entendía nada", pero salió entre carcajadas. La pequeña, además, ya superó tres pruebas PCR, dos por procesos febriles y la otra por haber pasado por delante de un bar en el que se declaró un brote. "Si pasa algo, ya sabemos cómo va", añade Miguélez. Silvia García, trabajadora social y madre de Alex García, de dos años y medio, espera recurrir a los abuelos del pequeño: "No me hace gracia tampoco, porque no quiero que nadie se contagie, pero no hay mucha más opción. Puede que no pase nada, parece todo bien controlado".

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