Los días de cautiverio, Pablo Juan Sánchez estuvo alimentado. Sus secuestradores, que en ningún momento le agredieron físicamente, le dieron embutido y galletas para comer, así como zumos y agua. Así durante los cinco días que pasaron hasta que le soltaron. Luego, decidieron llevarle hasta la provincia de Albacete y allí dejarle ir, bajo la amenaza de que no dijese absolutamente nada de su liberación. Le dieron cien euros que el joven utilizó para coger un autobús que iba que cubría la línea Benidorm-Madrid y ya en la estación de Méndez Álvaro, en la capital, coger otro autobús hasta Gijón. También le dio el dinero para subirse a un taxi en la estación gijonesa y llegar hasta su casa, en Roces.
Una vez que Pablo Juan Sánchez estuvo a salvo –esa fue desde el primer momento la gran prioridad para los miembros del equipo de Unidad Orgánica de Policía Judicial de la Comandancia de Gijón que iniciaron la investigación, en la que también colaboró la UCO– las pesquisas se enfocaron en localizar a los responsables. Fue quizás lo más difícil por las grandes medidas de seguridad empleadas y la experiencia como delincuentes que tenían a sus espaldas. De hecho, ya habían cometido un secuestro con antelación y todo apunta a que estaban preparados para llevar a cabo nuevas retenciones. Uno de los implicados había tenido “relaciones económicas” con el hermano del surfista gijonés en el pasado. La investigación sigue abierta.
Material para más secuestros
Los agentes se vieron sorprendidos al entrar en la nave donde tuvieron retenido al gijonés Pablo Juan Sánchez al ver las “enormes medidas de seguridad” que existían y la cantidad de material intervenido que reflejaba una “clara intención” para seguir cometiendo secuestros, como cadenas y bidones con ácido sulfúrico.