De entre los paraísos en la Tierra que fueron algunas de las posesiones levantadas en Somió durante el siglo XIX, quizás el primero fue la finca “Montealegre” también conocida popularmente como la “Quinta del Duque”. Igualmente hubiese sido correcto llamarla “Quinta del Marqués”, “Quinta del Conde” o “Quinta del Vizconde” ya que quien la habitó durante medio siglo, Fernando María Muñoz y Borbón, hermanastro de la reina Isabel II, sumó a lo largo de su vida los títulos nobiliarios de duque de Tarancón, duque de Riánsares, marqués de San Agustín, conde de Casa Muñoz, vizconde de la Alborada y vizconde de Rostrollano. Fernando Muñoz adquirió la finca muy probablemente hacia 1861 tras su enlace con la asturiana Eladia Bernaldo de Quirós. En esa residencia fallecieron ambos, ella en 1909 y él en 1910, y allí también nacieron casi todos sus vástagos, once en total.

Localizada en el barrio de Candenal esa quinta tenía originalmente algo más de 11 hectáreas, en tiempos de su primer propietario ocupadas en gran parte por cultivos, arbolado y jardines; siendo su construcción principal el palacio de la familia ubicado en su punto más alto, un caserón con una veintena de habitaciones y de sobrio estilo isabelino por lo que puede verse en las escasas fotografías existentes. La posesión fue cercada con una recia tapia de mampostería que aún hoy pervive en grandes tramos a la vera de los caminos de las Gardenias y de los Claveles, al igual que la que fue su entrada primigenia, también de traza clasicista.

Literalmente, la zona habitada de la propiedad tuvo que ser un “monte alegre” como rezaba su nombre original. En la colina sobre la que se emplazó la casona no faltaron arbolado ornamental, jardines y construcciones complementarias, unas de carácter utilitario como oratorio, hórreo, cocheras y caballerizas, y otras pensadas para el recreo de sus propietarios. La más singular, y que supone un elemento excepcional dentro del concejo, es una obra que por su aspecto de torre almenada recibió popularmente el nombre de el “Castillín”. Construido sobre un montículo artificial horadado por un falso túnel con sección en forma de herradura, la obra se completó con un puente y una torre a modo de cenador o belvedere, todo ello realizado en ladrillo macizo visto. El “Castillín” garantizaba el disfrute a cubierto del paisaje de la quinta y su entorno, pero también le daba un toque pintoresco a la propiedad vista desde el exterior.

Gracias a una fotografía hecha por Laureano Vinck, probablemente en la década de 1910, al que parece ser un grupo de excursionistas, hoy tenemos un testimonio único de cómo fue realmente esta construcción. La imagen resulta chocante ya que, aunque el “Castillín” sigue hoy en la finca, sufrió una modificación parcial –la torre fue reconvertida en depósito de agua– y el conjunto está prácticamente sepultado por la maleza.

La oportunidad de salvar el “Castillín”

No consta su autoría ni su cronología, si bien esta construcción parece tener una relación directa con otro llamativo elemento de esta propiedad: el arco de entrada que le daba acceso por su parte más meridional, con conexión directa desde la antigua carretera de Villaviciosa y que acabó convirtiéndose en su entrada principal. Esta portada, hoy desvinculada de la propiedad tras la apertura de la avenida de la Pecuaria y ahora emplazada en una acera de esta vía, tiene igual diseño historicista y también está realizada con el mismo tipo de ladrillo. Los escudos que ostenta en sus dos caras, el de los Muñoz hacia el interior y el de Riánsares en el exterior bastante deteriorado, permite fechar esta obra en torno a 1873 que es cuando Fernando Muñoz heredó el título de duque de Riánsares de su padre. Parece probable que el “Castillín” se hiciese a la vez por su consonancia tanto estética como constructiva.

Si a pocos gijoneses y gijonesas les sonará hoy el nombre de “Montealegre” o “Quinta del Duque”, sí que abundarán los que les suene el de la “Pecuaria de Somió”. Seguimos hablando del mismo predio ya que durante la II República, tras su adquisición por el Ayuntamiento de Gijón en 1933 bajo el mandato del alcalde Gil Fernández Barcia, se instaló en ella la Estación Pecuaria Regional de Asturias. Fue uno de los centros de investigación agropecuarios punteros en el país, comenzando su actividad de manera efectiva en la década de 1940 y finalizando la misma en esa ubicación en 2005, momento en el que su propiedad revirtió al Municipio. Manuel Cima publicó en 2007 una minuciosa monografía sobre esta institución sumamente recomendable para quien quiera conocer su historia más en detalle.

Durante ese periodo la posesión fue perdiendo algunos de sus elementos más singulares: gran parte del arbolado histórico fue talado por el ejército que ocupó la quinta en la posguerra para convertirlo en combustible, el palacio fue demolido en 1971 y, poco antes, el “Castillín” fue reconvertido en depósito de agua, perdiendo su coronación latericia original.

Tras quedar vacía la finca a comienzos de este siglo, comenzó su desmembramiento. La apertura de la avenida de la Pecuaria se comió su punta meridional y aisló el citado arco de entrada dejándolo como un ente extraño en el borde del recinto del antiguo INTRA, sin identificación ninguna que permita conocer su origen a quien pase por allí. Otra parte del terreno fue segregada hace una década para la construcción de la residencia de mayores “La Golondrina”, mientras ahora otra gran parte será integrada en la futura ampliación del Parque Científico y Tecnológico de Gijón promovida por el Ayuntamiento tras descartarse, por fortuna, la enajenación de esta propiedad municipal para construir chalés.

Esta operación urbanística permite ahora plantear la recuperación del “Castillín” de manera que vuelva a mostrar su configuración original, agrupándolo con el arbolado histórico y el hórreo con los que colinda más la entrada isabelina original de la quinta, creando así un pequeño parque público dentro del futuro recinto empresarial que puede constituir uno de sus grandes alicientes como lugar de esparcimiento.

Esa instantánea centenaria de Laureano Vinck resulta ahora una herramienta útil para revertir las alteraciones que presenta la torre y recuperar el conjunto de manera fidedigna. Aunque este elemento está protegido por el Catálogo Urbanístico su identificación es muy deficiente, por ello es preciso conocer en detalle su valor e interés y entender que se está en el momento oportuno para plantear una intervención correcta sobre este juguete arquitectónico que hoy es parte de nuestro patrimonio municipal.