Negándose a llegar a ningún acuerdo que le inculpase, el exmilitar senegalés Papagore Ndoye se sentó ayer en el banquillo del Juzgado de lo Penal número 2 de Gijón por presuntos delitos de atentado a la autoridad, amenazas y lesiones contra varios agentes de policía que le detuvieron en agosto de 2019 y por los que se le pide seis años de cárcel. El investigado declaró que desconoce el motivo de la reducción forzosa que acabó aquel día con cuatro agentes lesionados y niega que destrozara antes mobiliario urbano. “Me atacaron ellos”, indicó. Y recordó la condena que recibió en 2015 por apalear a otros seis policías. “Soy inocente”, añadió. Los demandantes, por su parte, relataron que para reducir a Papagore tuvieron que intervenir de forma directa varios agentes a la vez y dos ciudadanos (uno de ellos un antidisturbios de Oviedo fuera de servicio), y que la actuación acabó con el africano con grilletes en manos y pies para frenarle. “Estaba contando en alto los segundos que tardábamos en reducirle, como divertido”, dijeron.

Tanto la acusación particular, ejercida por los agentes por la letrada Sylvia Garrido, como la Fiscalía –que añade ahora el agravante de reincidencia–, consideran que su postura ha sido “ampliamente” probada. La versión de los agentes de un Papagore alterado y “fuera de sí” en agosto de 2019 coincide con las “varias llamadas” registradas de testigos que alertaron al 091, en las que relataban que una persona estaba golpeando farolas y paredes entre gritos. El senegalés, a este respecto, relató que estaba hablando por teléfono y que no increpó a nadie ni destrozó mobiliario público alguno. “Yo no rompo muebles”, razonó. Su versión de que no llegó agredir a ningún agente, consideran las acusaciones, se ve también descartada por los partes de lesiones de cuatro de ellos: dos por puñetazos recibidos en la cara y el cuerpo, uno por lesionarse una mano en el forcejeo –tuvo que ser intervenido quirúrgicamente– y otro por una contusión en una muñeca.

Los cinco que declararon ayer explicaron que, después de que rechazase identificarse y les amenazase de muerte, reducir al exmilitar “parecía imposible”. También dijo que el acusado era consciente del despliegue que estaba promoviendo porque “contaba en alto” los segundos que la policía estaba tardando en aplacarle, “como si fuese divertido”. De ahí que Papagore acabara con dos esposas encadenadas para sujetarle las manos (ante la imposibilidad de unirle los brazos a la fuerza) y otras en las piernas, para frenar las patadas. Esta reducción duró varios minutos. Los primeros dos agentes que fueron a la calle del suceso, Juan Alvargonzález, acabaron en el suelo junto al acusado: uno debajo de él, intentando mantenerle en el suelo sujetándole por detrás, y otro encima, a horcajadas, tratando de evitar que se incorporase. “Era imposible, dos ciudadanos vinieron a ayudar para que se quedase en el suelo pero seguía moviendo los brazos”, relataron. Todos estos testimonios fueron escuchados por un frustrado Papagore, que a sus 43 años luce un aspecto bastante distinto.

Acudió ayer al juzgado gijonés con el pelo corto, sin rastas, y muy arreglado. También se leyó varias veces una copia en papel del parte de Fiscalía. Él insiste en que aquel día no había hecho nada para merecer la reducción y, consciente de que la acusación propone sustituir los seis años de cárcel por 18 de expulsión del país, declaró: “Vine a España a mejorar mi vida, no a destrozar nada. Ellos (los agentes) me hacen la vida imposible”. La defensa sigue pidiendo su absolución y, subsidiariamente, la mínima condena, solicitando que cuente como atenuante que el acusado había consumido alcohol aquella tarde y podía no ser consciente de la gravedad sus actos.