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El corazón del Gijón del alma

Taurino, sportinguista y tertuliano, dejó la medicina por el mostrador de la Droguería Asturiana y contar las historias de la ciudad que tanto amó

Caricatura de Alfonso Peláez.

Alfonso Peláez Canal nació el 26 de octubre de 1954 en el primer piso del número 18 de la calle de La Merced. Una vivienda desde la que se podía ver la Droguería Asturiana que su abuelo Manuel Peláez fundara en 1934 tras coger en traspaso un negocio que convirtió en la alternativa a las experiencias hosteleras que había impulsado tras volver de hacer las Américas en Santiago de Chile.

Con ese escenario de nacimiento no resulta extraño que los devenires de la vida le llevaran a convertirse en la tercera generación de la familia Peláez en ponerse ante el mostrador del popular establecimiento. Y a convertir las calles, las vivencias y los personajes de su Gijón de infancia y juventud en material para media docena de libros sobre la ciudad que tanto amaba y en cientos de pequeños artículos publicados en las páginas de LA NUEVA ESPAÑA.

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Alfonso Peláez, una vida en imágenes

El empresario, escritor y articulista fallecía en la madrugada del miércoles en su casa de la calle San Bernardo a los 66 años y tras una larga enfermedad. A su lado, su mujer, Isabel Vila, y sus hijos, María e Ignacio. Abogada la primera y periodista en las filas de LA NUEVA ESPAÑA el segundo. Su adiós tiñe de luto una ciudad que vivió, sintió y contó con emoción y alegría, con pasión y sentimiento. A la que dedicó alguna de esas lágrimas que una sensibilidad a flor de piel le hacían brotar fácilmente y muchas de esas sonrisas que acompañaban sus paseos, sus rondas de sidrería y sus tertulias de amigos.

Peláez era esencia pura del gijonismo de ayer, de hoy y de siempre. Sus restos mortales serán incinerados en el tanatorio de Cabueñes a las once y media de esta mañana. A la una tendrá lugar el funeral por su eterno descanso en la iglesia parroquial de San Pedro, en Cimadevilla. Al lado de esa playa de San Lorenzo y ese mar Cantábrico en el que se bañaba en invierno y en verano.

Alfonso era el menor de los dos hijos del matrimonio de Luis Peláez y Olvido Canal. Su hermana María Luisa es recordaba en la ciudad tanto por su relación con el histórico negocio familiar como por sus años de concejala en las filas del Partido Popular. Sus primeras letras las aprendió el pequeño Peláez en la escuela de Doña Anita antes de pasar al colegio de la Inmaculada. En el centro encontró a muchos de esos amigos que duran toda una vida y se topó con Antonio “El Chimenea”, profesor de Gramática que ya le auguró futuro literario tras leer una de sus redacciones escolares.

Pero puesto a elegir un destino tras acabar el Bachillerato, Alfonso no se decantó por las letras. Se fue a la Universidad de Oviedo a estudiar Medicina. “Siempre me gustó el trato con la gente y en la medicina vi una profesión que iba con mi carácter y me daba la oportunidad de darme a mis semejantes”, explicaba en una entrevista cara a cara con la también fallecida colaboradora de este periódico Cuca Alonso. Su trayectoria profesional la empezaría en Madrid durante su tiempo en el servicio militar. El enchufe de un hermano coronel del doctor Jesús Kocina le colocó en el botiquín del regimiento. Alfonso hizo la “mili” en 1981. Un año antes había conocido a Isabel, con la que acabó casándose en 1982. En ella encontró a la compañera con la que disfrutar de todo lo que le ofrecía la vida en Gijón, pero también para buscar los olores de otros mares en sus escapadas a Cádiz o descubrir las bellezas de una Europa que empezaron a recorrer en su viaje de novios a Italia. Y en ella encontró también a la mujer con la que fundar una familia.

Caricatura de Alfonso Peláez.

Superada la experiencia militar, pasó un par de años ayudando en la consulta del doctor Kocina antes de encontrar destino en el ambulatorio de La Calzada. La enfermedad de su padre obligó a Fonso, como le conocen muchos de sus allegados, a compaginar la medicina con la droguería. Al jubilarse su padre, optó por quedarse al frente del negocio familiar y limitar el uso de la bata blanca a ejercer de facultativo de cabecera de amigos y allegados. El doctor Peláez daba paso al “Drogas”, el apelativo cariñoso para quien era capaz de retener la fórmula magistral de un limpiamuebles tan eficaz que se pedía desde Madrid y Barcelona y garantizar las lociones más clásicas para el cuidado facial de los caballeros. “El cambio no fue ninguna frustración. Mi trato con el público continuó aunque en otra esfera”, explicaba el ya empresario.

La pasión por llevar al papel sus ideas –al principio con boli Bic y donde pillara, desde la parte de atrás de un albarán de la droguería a una servilleta–, le acabó convirtiendo en escritor. Siempre impulsado por los amigos. Siempre contando Gijón. Sin publicar, pero rematado dejó el que sería su séptimo libro tras “Once años de nuestra vida”, “Tiempos pretéritos”, “El Bella Vista tiene historia”, “Histories de El Molinucu”, “Droguería Asturiana” y “Escogiendo lentejas”.

Peláez es el Gijón del paseo por el Muro, del Club de Regatas, de una faena de toros en El Bibio por las fiestas de Begoña, de la pasión por el Sporting, de las tardes de hípico... Un gijonés de gin-tonic y sidra, de tabaco y tertulia de los viernes, que pregonó la Semana Santa en San Pedro y ofreció una corona a Jovellanos por el 6 de agosto al tiempo que mantenía vivo el recuerdo de Turraina, Garciona, Manolo “el Camioneta”, La Perala y Marino “el Boya”, por poner unos pocos ejemplos.

Y el amigo al que las ausencias no se convirtieron en olvido llevando siempre en el recuerdo a Chema Cabezudo, Juan Ramón Pérez Las Clotas, Dioni Viña, José María Díaz Bardales, José Luis Martínez, Miguel Díaz Negrete, Peltó, Ramón “El colorao”, Francisco Prendes Quirós y tantos otros. Alfonso Peláez despidió a los lectores de uno de sus libros con una cita que denominó “póstuma”: “La vida tiene fecha de caducidad, así que no demorarse en disfrutarla”.

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