El sindicalismo y la lucha obrera local perdió este viernes a Faustino Antuña, uno de sus grandes referentes. Fallecido a los 88 años, el exminero de La Camocha fue un importante impulsor del movimiento sindical de la ciudad, siendo uno de los fundadores de Comisiones Obreras –en el año 1957– y firme militante del Partido Comunista en época franquista. También fue el creador de la Peña Ciclista Bahamontes de La Calzada, que atrajo a importantes personalidades del mundo del ciclismo al barrio. El fallecido deja un gran hueco en una querida familia que ya contaba con nietos y bisnietos y que formó junto a su mujer, Rosa Suárez, y sus tres hijas, Rosa María, Marife y Nuria. La ciudad podrá darle el último adiós en un acto de despedida que se celebrará hoy, a las 13.00 horas, en el Tanatorio Jove. Sus restos descansarán después en el cementerio parroquial de Ruedes.

Sin lugar a dudas, a Fausto Antuña, “Fausto el de La Camocha” o “Tino”, se le recordará por una insaciable necesidad de defender lo que es justo, cueste lo que cueste. Incluso si ello implica tirarse las vías del tren para impedir la salida del carbón al Musel, encerrarse durante días en las oficinas u organizar huelgas que paralizasen la producción durante semanas.

Alma reivindicativa, nace en Sariego un 28 de enero de 1933. Los Felgueroso trajeron a su familia desde la Cuenca hasta Gijón para trabajar en la Mina de La Camocha. Donde empezará desde los 14 años, pero no solo extrayendo carbón gijonés; también defendiendo las garantías de seguridad mineras y unas condiciones dignas de trabajo. A La Camocha dedicará 40 años y 17 días de trabajo sin ninguna ausencia. Y lo hizo en un tiempo nada apto para reivindicaciones, bajo la clandestinidad que pone a Guardia Civil en los talones y pasando alguna que otra noche en el calabozo.

Bien lo sabe Herminio Torre, presidente de la Asociación de Vecinos de La Camocha. En aquel tiempo, fue técnico y superior de Fausto durante las décadas de 1970 y 1980. Presenció el “tira y afloja” empresarial del que Tino formaba parte, comprobando su “gallardía para alzar la voz en comités de una forma decidida y contundente, pero nunca sin perder la compostura”. “Tino hacía las reivindicaciones con el ‘sí o sí’. Primero pactaba con el comité empresarial, y si veía que una negociación no llegaba a efecto...”, titubea Torre, “sabíamos que se preparaba ‘la del demonio’”.

Y es que, pese a su espíritu combativo, fue la mano tendida al diálogo entre mineros y jefatura, donde consiguió crear “un equipo con mucha armonía, una gran familia” que todavía seguía reuniéndose cada 4 de diciembre para celebrar Santa Bárbara, patrona de los mineros. “Organizábamos una misa y una comida, en La Carbayera o en Trabanco, donde recordábamos viejos tiempos”, añade el ex-minero. Su intervención pionera al convocar las primeras comisiones obreras de La Camocha en el año 1957 le sirvió para considerarle uno de los fundadores del movimiento y uno de los padres fundadores de las futuras CC.OO en la mina gijonesa y posterior secretario general. Este compromiso con la causa socialista le llevaría a codearse con algunas grandes personalidades del Partido Comunista –del que fue militante–, como Santiago Carrillo o La Pasionaria.

Toda esa vida de sacrificio a la lucha obrera se vio recompensada después con una larga lista de conmemoraciones. En el año 2005 recibió la medalla de oro de la empresa, ya jubilado y por unanimidad, además de ser nombrado Militante Ejemplar del sindicato. Francisco Prado Alberdi, presidente de la Fundación Juan Muñiz, conoció a Fausto a su llegada a Gijón, en 1971. “Tenía un carácter muy especial, sus compañeros confiaban tanto en él que le eligieron para representar sus intereses frente al Sindicato Vertical. Era modélico, hizo de La Camocha una familia”, recuerda Alberdi. “Rebosante de humanidad”, añade Torre. Jesús Montes Estada, “Churruca”, ex-concejal de IU en Gijón, destaca, asimismo, su integridad: “Fue muchas cosas, pero sobre todo una persona digna. Que menciones a ‘Fausto el de La Camocha’ y todo el mundo sepa de quien hablas dice mucho de él”.

Realmente, Tino se hizo querer. Su carácter afable no solo hizo de él un trabajador modélico. También será recordado como un gran vecino en el barrio de La Calzada, su casa desde 1952, y en toda la ciudad. “Siempre estuvo vinculado a los problemas de la ciudad, bien con los astilleros, bien con el ámbito siderúrgico o, por supuesto con a todos La Calzada”, detalla Churruca. Cuando la lucha sindical le permitió algún descanso, se entregó por completo a mejorar la vida deportivo-cultural de su barrio. Se atrevió a subirse en alguna ocasión al escenario del teatro Ateneo Obrero, el mismo por el que lucharía en 1970, tras la decisión del Ayuntamiento de derribarlo para construir viviendas. Además, perteneció al cuadro artístico del Club de La Calzada.

Sin embargo, lo suyo fueron las dos ruedas. Su gran afición por la bicileta haría que en 1957 fundase la Peña Ciclista Bahamontes, posterior Club de Ciclismo La Calzadada. Aquellos años, fue la segunda sociedad de ciclismo más importante de España y un gran impulso para dar a conocer el ciclismo en Asturias. Consiguió que pedaleasen por Cuatro Caminos ciclistas de la talla de Coppi, El Tarangu, o el propio Bahamontes.Todo gracias a hacer lo que mejor sabía: pactar y dialogar. De esa forma, se ganó la confianza de negocios fabriles para financiar los premios, algo que le serviría para ser distinguido por la Federación Asturiana de Ciclismo y por la Asociación de ex Ciclistas profesionales de Asturias. Y, desde hace 20 años, da nombre al trofeo ciclista organizado en el barrio.

Estos pedaleos por el mundo del ciclismo empezaron desde el bar La Pipa, sede del Club Bahamontes y uno de los rincones del barrio en el que más se le podía ver, solo o en compañía de su familia. “Fue historia viva de La Calzada, luchó por el barrio y se notaba que seguía siendo muy querido por todos. Siempre te lo encontrabas charlando con alguien”, recuerda Gonzalo Campos, responsable del bar. No obstante, y como buen activista social, “no le importaba demostrar su carácter para defender las cosas en las que creía”, describe. Con el tiempo, se convirtió en un hombre de costumbres y sosiego: “Todas las mañanas y tardes, pasaba por aquí a tomar su vino tinto después de venir del bar Yerfol, al otro lado de la avenida Galicia”. Los que lo conocen también sabían de su carácter familiar, “volcado en sus hijas, nietos y bisnietos”, con las que alguna vez comía en el bar.

Amante del socialismo dialogante, defensor de las causas perdidas y consciente de que la acción colectiva es el motor de cambio, hoy, la ciudad pierde a un gran vecino.