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Pedro Pérez-Seoane Garau Capitán de navío de la Armada, da una charla hoy sobre la batalla de Lepanto

"La misión de la Armada siempre ha sido salvaguardar los intereses marítimos de España"

Pedro Pérez-Seoane Garau.

El capitán de Navío del Cuerpo General de la Armada Pedro Pérez-Seoane Garau (Córdoba, 1962) es el actual director de la Biblioteca Central de la Marina y hoy visita Gijón para impartir la conferencia “Lepanto, una victoria singular”, con motivo del 450º. aniversario de la batalla, en el Palacio de Congresos del recinto ferial “Luis Adaro”, a las 18.00 horas.

–¿Por qué fue una victoria singular?

–Porque la batalla del 7 de octubre de 1571 fue ella misma muy singular, distinta de todas las habidas hasta entonces en muchos aspectos. Fue la mayor batalla naval conocida por la humanidad hasta entonces, y eso que estamos hablando de un periodo de la historia en el que las guerras y las batallas formaban parte del devenir constante de los estados-nación que se estaban fraguando en Europa y en Oriente. Fue una batalla brutal y sangrienta como pocas, se estima que murieron en unas pocas horas 30.000 hombres de la flota turca y cerca de 8.000 de la cristiana, el mar se tiñó de rojo. Fue el choque a muerte entre dos titanes, dos ejércitos de más de 90.000 guerreros cada uno, embarcados en más de 400 barcos, luchando cuerpo a cuerpo. También fue el cenit del empleo de la galera como buque de guerra. 

–Continúe

–Y la victoria fue singular porque fue el fruto de un formidable esfuerzo de diplomacia y política para unir en la Santa Liga a actores con intereses muy dispares, esfuerzo también logístico y militar de gran envergadura; porque estaba en grave riesgo la supervivencia de occidente. Para muchos es considerada la primera gran batalla naval de la historia, pues no se trataba de conquistar ningún territorio, sólo de destruir la flota enemiga. En cualquier caso, sí que es seguro que acabó con la supremacía del imperio otomano en el Mediterráneo y con el mito de la invencibilidad de su flota. El Mare Nostrum siguió siendo “Nostrum”.  

–¿La batalla era inevitable? 

–En cierto modo sí, fue inevitable. Porque, como he dicho, era mucho lo que estaba en juego para la cristiandad, la grave amenaza sobre el Mediterráneo occidental era muy real. La conquista de Nicosia en la isla de Chipre en 1570 por los turcos fue determinante para convencer a los más reticentes (especialmente Venecia) de que era vital acabar con la expansión otomana en el Mediterráneo y para ello había que destruir su poderosa flota. También era inevitable desde el punto de vista formal porque ambos Capitanes Generales, D. Juan de Austria y Alí Pachá habían recibido la orden expresa de sus respectivos gobernantes de que debían aniquilar a la flota enemiga. Pero aun así, hubo momentos de incertidumbre, de indecisión, -siempre revestida de prudencia, claro- en ambos bandos. Semanas antes de la batalla, y hasta la misma mañana del 7 de octubre hubo quienes, a la vista de la formidable flota que vieron enfrente, recomendaron a sus respectivos Generales la retirada… y los dos rechazaron enérgicamente esa tentación de evitar la batalla, ambos compartían una alta moral de victoria, un elevado sentido del deber y del honor y sabían que aquella batalla era la Gran batalla de la historia y que el destino les había puesto allí, en Lepanto, para librarla. 

–¿Por qué el Imperio Otomano era el enemigo?

–En mi opinión no era “el” enemigo, era un enemigo. Quiero decir que, por desgracia, España tenía muchos enemigos por entonces, Francia, por ejemplo, con la que acababa de firmar pocos años antes la paz después de 25 años de continuas guerras por las posesiones en Italia. Qué decir de Flandes, de las guerras contra los protestantes de Centroeuropa, con la propia Venecia y la Santa Sede que llegaron a aliarse con Francia contra España en la liga de Cognac. El siglo XVI fue un siglo plagado de enemigos. Por otra parte, tanto Francia como la Serenísima República de Venecia mantuvieron buenas relaciones con el Imperio Otomano durante muchos años en la década anterior a la batalla de Lepanto; y también años después. La primera apoyando la piratería contra España dando cobijo, y apoyo, en Tolón y Marsella al famoso corsario Barbarroja; la segunda por el rédito que le proporcionaban las buenas relaciones con el turco para su comercio con oriente. Con esto quiero decir que no siempre fueron “el” enemigo común de la cristiandad, sólo lo fueron puntualmente cuando su expansión hacia el Mediterráneo occidental fue percibida como una amenaza grave no sólo para la integridad territorial de los estados ribereños sino para la propia cultura occidental. 

–¿Hay tácticas de entonces que perduran en nuestros días?

–Podríamos decir que los principios de la guerra que eran válidos entonces siguen vigentes hoy en día. Pero las tácticas que se emplean en los combates navales, en aplicación de esos principios, sí han evolucionado mucho en función, principalmente, de los avances tecnológicos tanto de los buques de guerra como de las armas que utilizan. En Lepanto la batalla era al abordaje, con la evolución posterior de la artillería naval los combates se fueron haciendo cada vez a mayor distancia del enemigo. Finalmente, con la incorporación primero de la aviación embarcada y luego de los misiles, las flotas se enfrentaban sin ni siquiera tener al enemigo a la vista.  

–¿Por qué se dijo que esa victoria era “la más alta ocasión que vieron los siglos”?

–Esta famosa frase de Miguel de Cervantes, combatiente en Lepanto a bordo de la Galera “Marquesa”, yo la interpreto en el mismo sentido de lo que hablábamos al principio, referida a la especial singularidad de la batalla. Él que vivió aquella formidable tragedia en primera persona, que sufrió en sus carnes – herido en su brazo izquierdo- la violencia del enfrentamiento, se dio cuenta de la trascendencia histórica de lo que se estaba dirimiendo en aquellas aguas. No era una batalla más, era la cruz amenazada de muerte por la media luna, eran nuestros cimientos romanos los que estaban en peligro de ser demolidos. Si me permite una breve cita, el gran Chesterton le dedica a Cervantes el último párrafo de su inmortal poema “Lepanto” en el que quiere destacar el carácter simbólico de “Cruzada” de aquella batalla, que es la interpretación que yo hago de la “más alta ocasión que vieron los siglos”: 

(traducción de José Luis Borges):

Cervantes en su galera envaina la espada 

(Don Juan de Austria regresa con un lauro) 

Y ve sobre una tierra fatigada un camino roto en España, 

Por el que eternamente cabalga en vano un insensato caballero flaco, 

Y sonríe (pero no como los Sultanes), y envaina el acero... 

(Pero Don Juan de Austria vuelve de la Cruzada.)

–¿Qué hubiese pasado si el imperio Otomano hubiese vencido? ¿Hubiese tenido otra oportunidad la Santa Liga?

–Es muy difícil dar una respuesta a estas preguntas. En mi opinión, la victoria del imperio Otomano hubiese supuesto el descalabro de una ya frágil alianza de las naciones europeas y la, muy probable, invasión posterior de parte de la península itálica, su asentamiento definitivo en el norte de África y muy posiblemente la conquista de territorios españoles. En definitiva, hubiese puesto en jaque al menos a las potencias mediterráneas de la cristiandad. 

–Prosiga. 

–La Santa Liga habría tenido que reconstruirse de una debacle sin precedentes y eso hubiese requerido tiempo y muchos recursos. No creo que hubiese tenido otra oportunidad de revancha en el corto plazo e indiscutiblemente se hubiese tenido que conformar con estar a la defensiva. Para la monarquía hispánica en particular, la derrota hubiese supuesto también un importante lastre para sus intereses y posesiones en Europa y ultramar pues le hubiese obligado a detraer muchos recursos para atender la amenaza en el Mediterráneo.

–Han pasado 450 años, y el mundo ha cambiado, pero las tensiones de occidente siguen apuntando al mismo sitio. 

–Creo que actualmente las tensiones principales se han desplazado en función de los nuevos actores hegemónicos, principalmente Estados Unidos y China. Occidente no percibe actualmente una amenaza similar a la del imperio otomano de finales del XVI en términos de una expansión anexionista.

–¿La religión por qué sigue siendo tema de conflicto bélico?

–En mi opinión, creo que la situación actual es radicalmente distinta de la época histórica que estamos analizando. En el siglo XVI la civilización occidental y la cristiandad eran una misma cosa, los estados eran confesionales. Lo mismo ocurría en cierta medida con el Islam y el imperio otomano. Las guerras entre adversarios políticos llevaban aparejada una intrínseca connotación religiosa que hacía difícil distinguir el carácter político o religioso de la contienda. Creo que hoy en día, con una clara separación de poderes, no se puede hablar de guerras de religión en términos estrictos, más allá de ciertas persecuciones puntuales de comunidades religiosas, especialmente cristianas, en algunos países del mundo. 

–Los objetivos ahora de la Armada son garantizar la paz y la seguridad. ¿Cómo ha cambiado?

–Me atrevería a decir que, en términos generales, en cuanto a la razón de ser de la Armada, no ha cambiado tanto. Entonces como ahora su misión es salvaguardar los intereses marítimos de España, su independencia y su integridad territorial. Sí que han cambiado, y mucho, las amenazas a esa paz y seguridad, los medios con los que la Armada opera y hace frente a esas nuevas amenazas, y los procedimientos de adiestramiento y combate. Todo ello muy influido por el marco internacional de las organizaciones de seguridad y defensa a las que pertenecemos, la OTAN y la Unión Europea.

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