La pequeña Rocío Martín tiene solo cuatro años. Es andaluza. De la localidad que lleva su mismo nombre en la provincia de Huelva. Y visita durante unos días sus raíces familiares asturianas. Observa con atención el belén monumental del Antiguo Instituto. Le gustan en especial las figuras de camello. Le viene por su pasión por montar a caballo en su tierra. Junto a su tía Rocío Martín y la gijonesa Tina Rodríguez, que hace de anfitriona, es de las primeras visitantes a una de las piezas más codiciadas de la Navidad en la ciudad. “Está muy bonito, merece mucho la pena visitarlo”, coinciden, mientras observan detenidamente los rincones del belén monumental. “Es algo tan magnífico que te quedarías horas observándolo y siempre descubrirías algo nuevo”, subraya María Luisa Peláez, de la Asociación de Belenista, y otra de las primeras visitantes ayer en la puesta de largo del belén monumental, que regresó tras un año de ausencia por el covid al Antiguo Instituto.
Las medidas contra el covid impiden un regreso total a la normalidad. “Pero nos conformamos, lo importante era volver a estar aquí”, señala Plácida Novoa, presidenta de los belenistas. No faltó la bendición del sacerdote Fernando Fueyo en la inauguración. Las visitas, como novedad, solo se pueden hacer en grupos de un máximo de quince personas. Y el belén, aunque ha vuelto, lo ha hecho con alguna novedad. “La incertidumbre de si podíamos estar o no nos hizo prepararlo con más retraso. En vez de en marzo, la iniciamos la preparación en octubre. Así que la mitad delantera es de uno anterior, y la de atrás es donde aparecen las novedades”, explica Novoa.
La temática en torno a la que gira en esta edición es el aceite y el pan, “dos de los alimentos más básicos de la época de Judea”, apostilla Plácida Novoa. “Hay ruinas de un teatro romano, escenas nuevas, como la de los ceramistas o un mercado nuevo”, detalla.
A última hora de la tarde el goteo de visitantes al Antiguo Instituto fue constante. “Me encanta mucho, especialmente el portal de Belén y la figura de la panadera”, relata Pilar Fernández Acevedo. Ahí es donde se produce un pequeño punto de discrepancia con su acompañante, Manuel Fernández Acevedo. “Me gusta todo en general, pero solo le pondría de pega que el portal de Belén está un poco escondido”, apunta.
Esas pequeñas discusiones, de cuestión de gustos o de pulir detalles, son las que Plácida Novoa reconoce que han faltado este año. “Siempre hasta el último momento podíamos modificar alguna pieza, ajustar alguna temática, pero este año con las prisas nos ha faltado ese encanto de analizar y comentar el belén”, indica. “Pero esa pasión la llevamos tan dentro que, aún así, hasta horas antes de la inauguración tocó agacharse y colarse entre el belén para hacer algún retoque”, sonríe.
¿Y qué tiene de especial los belenes? “Son un puente que te retrotrae a tu infancia, mis padres me llevaban a verlos por Gijón”, rememora Plácida Novoa. “Son una pieza clave que con su presencia te da ya sensación real de Navidad”, subraya Pilar Acevedo. “Son joyas, con una perspectiva muy bonita, y que te dan esa sensación de que sus protagonistas hablan entre sí”, añade María Luisa Peláez.
La tradición belenista, con más de seis décadas de vida, acude un curso más a su cita en Gijón con el belén monumental, la pieza de cabecera para una ruta que cuenta también con otros siete enclaves en la ciudad. “En los belenes de antes primaba mucho el musgo y el corcho, sin apenas construcciones. Ahora hay escultores que se dedican a mejorarlos mucho. Y el resultado es muy especial”, concluye Plácida Novoa.
