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La confesión por fases del asesino de Dacuña: así fueron sus numerosas versiones

José Manuel Sánchez Merino pasó de admitir los hechos tras su detención a declararse inocente un año después / Hasta el juicio, el reo no reconoció la alevosía del crimen y trató de defender lo ocurrido como un “forcejeo”

José Manuel Sánchez Merino, durante el juicio por el asesinato de Lorena Dacuña. Juan Plaza

José Manuel Sánchez Merino, camarero gijonés de 51 años, mató a puñaladas a su expareja Lorena Dacuña en la madrugada del 2 de febrero de 2020. Lo detuvieron en la habitación del piso compartido en el que residía en la calle San Luis tres días después. Tenía ya hechas las maletas para ingresar en prisión. Esa misma noche, confesó los hechos, y volvió a hacerlo en dos cartas manuscritas entregadas a sus letrados en diciembre de 2021 y el pasado mes de marzo, aunque con matices, porque trató de evitar hasta el último momento confesar lo que las pruebas y el relato de hechos indicaban: que planificó el ataque. Llegó, de hecho, a declararse inocente en verano de 2021, cuando se emitió un escrito de defensa con la que pedía su libre absolución. El verano anterior había enviado otra carta manuscrita a la familia, en la que pedía perdón por el crimen. Cumplidos dos años del crimen, y ahora que el jurado popular le ha declarado culpable de asesinato –aunque sin apreciar un agravante de ensañamiento–, lo que no ha reconocido es que mató a Dacuña motivado por los celos de verle junto a otro hombre.

En las dos cartas manuscritas a sus letrados, ambas desveladas por LA NUEVA ESPAÑA, el gijonés cuenta que en la noche del crimen, tras beber y consumir cocaína por la zona de Fomento, se fue en autobús a La Calzada para ver si Dacuña estaba en un karaoke que solía frecuentar. En su primera declaración a los agentes contó que simplemente se le ocurrió acercarse al local, porque sabía que ella lo frecuentaba, para comprobar salía con otro hombre. En las cartas manuscritas, explica que unos amigos en común de ambos que no sabían que habían roto le contaron esa noche que Dacuña estaba en ese local con otro varón.

En las tres versiones autoinculpatorias reconoce que salió de casa con un cuchillo guardado en la mochila, pero asegura que fue armado por si el acompañante de Dacuña se le enfrentaba, para asustarle, y que no tenía previsto herir a nadie. Reconoce que el cuchillo que él llevaba se le rompió, que fue a la cocina para coger otro y que, al regresar hasta la pareja, el portugués, tras verle armado, salió corriendo llevándose con él su mochila. Este individuo, que no acudió a testificar al juicio, sí declaró en su día a los agentes que se llevó la mochila despistado por el miedo, pero negó siempre haber visto cuchillo alguno.

Una vez se quedó a solas con la víctima, el relato del asesino fue cambiando. En su primera versión a los agentes, reconoce directamente la agresión, que la mató a puñaladas. Después, en ese extraño giro en junio de 2021, lo negó todo, también que él llevaba un cuchillo de su casa, y aseguró desconocer quién había matado a su expareja. Para entonces, además de que ya había confesado los hechos, ya se habían hallado restos de ADN del gijonés en el arma homicida y sangre de la víctima en dos camisas requisadas en el domicilio de él. Esa versión, por tanto, apenas tuvo recorrido.

Por eso, en diciembre de ese mismo año el gijonés le envió una carta manuscrita al mismo abogado que argumentó su inocencia, y en ella reconocía otra vez los hechos pero hablaba, esta vez, de un forcejeo. En su última misiva a la letrada que le asesoró en el juicio, redactada en marzo, vuelve a insistir en esa idea: que lo sucedido correspondió un forcejeo durante el cual acabó hiriendo, sin darse cuenta, a la gijonesa. En las tres versiones en las que se reconoce culpable también señala que no llamó a la Policía porque supuso que ya lo habría hecho el portugués, que al llevarse su mochila tenía toda su documentación personal. A este varón le llama “sujeto cobarde” en la carta de 2021 y en la de marzo le reprocha no haber llamado a la Policía. También acusa a Dacuña de haber llevado a este hombre “desconocido y de otro país” a su casa: “Fui yo (quien la mató), pero podría haber sido él”.

En todas sus exposiciones el gijonés trata de justificarse. En la carta de 2021, de hecho, se aprecia con más claridad que se atribuye un cierto papel de víctima. Cuenta que Dacuña le tenía “prohibido” salir de fiesta por la noche y que se sentía un “calzonazos”, y reprochaba al entorno de ella que le llamasen controlador y posesivo porque no lo era. En la misiva de marzo cuenta casi lo mismo y se autodefine como la “cenicienta” de la relación. Lo cierto, sin embargo, es que otras tres mujeres le habían denunciado en las dos décadas anteriores por malos tratos, y en sus declaraciones ellas también le atribuyeron la actitud celosa y controladora que él sigue intentando negar. Fue denunciado en 2005 por pegarle un puñetazo en la cara a su por entonces esposa. Otra vez en 2006 por malos tratos a la misma mujer y controlar la economía familia –ella explicaba que solo le daba diez euros a la semana para mantener a la familia, y con esta mujer el gijonés tuvo seis hijos– y de nuevo en 2010 por amenazas contra la misma afectada. En 2011, le denunció otra de sus parejas, que le acusaba de impedirle tener amistades con otras personas y lo tildaba de “celoso y dominante”. Una tercera víctima le denunció en 2012 por propinarle un puñetazo en la cara. Esta tercera expareja aseguró que Sánchez Merino “por casi nada” le propinaba un bofetón.

En las dos cartas a sus letrados, sin embargo, el gijonés acaba por contradecirse. Relata, por ejemplo, aquella noche en noviembre de 2019 en la que cortó con unas tijeras la lencería de la gijonesa. Pero lo justifica: “Todo ello lo había pagado yo y no fue por celos, fue por rabia, porque lo pagué con mi dinero y solo se la ponía cuando salía con sus amigas”. Rompieron pocos días después, pero acordaron que él se quedase en casa de ella hasta encontrar otro piso. De aquellos días, Sánchez Merino reprocha en su carta que Dacuña no le dejase ver con quién hablaba por teléfono. Y cuenta que pocos meses después, en enero de 2020, él empezó a salir con otra mujer y que a Dacuña no le hizo gracia –aunque el entorno de Dacuña siempre sostuvo que ella se alegraba de que Merino hubiese rehecho su vida para ver si así la olvidaba–, por lo que la amistad que mantenían tras la ruptura se enfrió, según su versión.

En ambas misivas el gijonés relaciona este episodio con el asesinato. En un párrafo lamenta el supuesto rechazo de Dacuña a que rehaga su vida y, en el siguiente, señala que cuando supo que ella estaba con otro varón fue a casa por un cuchillo y la siguió hasta su casa “para causar respeto” a ese otro hombre y para “pedirle explicaciones” a ella. En todas las versiones, salvo cuando trató de defender su inocencia, insiste en que aquella noche consumió alcohol y cocaína, pese a que la cantidad de detalles que recuerda de aquella noche, dicen los psicólogos y peritos, implica que era perfectamente consciente de lo que hacía.

Siempre de justificar no haberse entregado a la Policía. Cuenta en las cartas que aquella salió de casa de Dacuña y de camino a la suya “con la esperanza” de encontrarse con algún coche patrulla para confesar lo ocurrido y que siempre tuvo en mente entregarse, aunque no lo hizo. La noche de su detención, sin embargo, reconoció que destrozó su móvil esa madrugada para que no le localizasen. Siempre se negó a hablar de sus antecedentes por maltrato. Afronta, ahora, entre 20 y 25 años de cárcel.

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