Entrevista | Ángel Junquera Zarza Inspector jefe de la Policía Nacional y presidente de la plaza de toros de El Bibio, se jubila este mes

"Desde guaje quise ser policía y ahora me jubilo por imperativo legal"

"Gijón siempre ha sido una ciudad segura; el radicalismo de extrema derecha y extrema izquierda ha disminuido mucho, queda algo en el deporte"

Ángel Junquera, en su despacho de la comisaría de El Natahoyo. | Marcos León

Ángel Junquera, en su despacho de la comisaría de El Natahoyo. | Marcos León / I. Peláez

I. Peláez

I. Peláez

Se va por "imperativo legal", porque a Ángel Junquera Zarza (Gijón, 1959), inspector jefe de la Policía Nacional y jefe de la Brigada de Información, le gustaría seguir. Pero a final de mes, el día 29, entregará su pistola y placa tras toda una vida al servicio del ciudadano que ha compaginado con las labores en el coso de El Bibio.

–¿Volvería a ser policía?

–Sí, desde guaje quería serlo. Cuando mis padres estaban en Alemania, y yo vivía con mis abuelos en Zamora, una prima mía tenía un novio preparando la oposición. Me picó el gusanillo y ya con 14 años, al acabar el bachiller elemental en el Corazón de María, le dije a mi padre que quería ser policía. En septiembre de 1976 empecé en la academia que había en Ruiz Gómez. Tenía 17 años, de tal manera que hasta los 20 no podíamos examinarnos. Como llevaba unos años preparándome, aprobé a la primera. Investigar era lo que me llamaba la atención.

–¿Cómo vivió la etapa de la academia?

–Nuestra promoción se repartió entre Ávila y El Escorial y opté por este último centro, que no estaba en régimen de internado. Para las prácticas me mandaron a hacerlas a Castellón de la Plana desde abril hasta finales de noviembre de 1982. Después, mi primer destino fue Baracaldo.

–¿Cómo fue la llegada al País Vasco en esos años?

–De Gijón aprobamos la oposición catorce. Excepto dos compañeros que se fueron a Barcelona, el resto fuimos al País Vasco. El día que llegamos era domingo y jugaba el Real Madrid en San Mamés. Ese año el Athletic de Bilbao ganó la Liga y, estando yo ya destinado en Baracaldo, bajamos a la ría a ver la Gabarra (risas).

–Años duros de terrorismo.

–Eso sin duda. Que eras policía no se decía a nadie. Lógicamente, trabajabas y había gente que por el desempeño de tu trabajo lo sabía. Pero tú se lo tratabas de ocultar a todo el mundo. No ibas a ningún sitio diciendo que eras policía, salvo que, por razones obvias de tu trabajo, te tuvieses que identificar como tal. Además, en aquellos años duros, muy duros, nosotros solo nos relacionábamos con compañeros y con la hostelería. Comíamos fuera en restaurantes o bares cercanos a las comisarías de las jefaturas y esos pues sí lo sabían. Pero podía pasar alguna vez que entrase de manera casual un vecino tuyo y te viese ahí, con lo cual ese vecino ya asociaba lo que podías ser. Esas cosas pasaban.

–Continúe.

–El peligro no era mientras trabajábamos. Cuando trabajabas podías sufrir cualquier incidente, pero como cualquier trabajador. Cuando podías ser víctima de un atentado terrorista era al salir o entrar de casa. Ahí teníamos que prestar máxima atención, no tener un horario fijo de entrada y salida, no utilizar vehículo. Muchos compañeros murieron con una bomba lapa porque a veces te vas confiando. No podías confiarte.

–¿Qué le animaba a seguir con ese trabajo?

–La ilusión que te da la juventud y el compañerismo. Lazos que todavía hoy perduran.

–¿Cómo vivió el secuestro de Miguel Ángel Blanco?

–Recuerdo perfectamente ese día. Hasta la ropa que llevaba. Teníamos la despedida de unos compañeros que se iban a nuevos destinos. Era por la tarde, y el jefe de la Brigada, el comisario Manolo Simons, me vio por la jefatura y me dijo: "coge un coche y vete a Éibar, han llamado del Ministerio y dicen que hay un concejal del PP que ha salido a trabajar y no ha llegado". Cogí el coche, llegué a Ermua y di con la casa. Allí estaba la madre de Miguel Ángel Blanco y su novia. La situación no era agradable, estaban llorando y yo intentaba darles ánimo.

–¿Cómo se gestionó?

–Llamé la puerta del vecino para llamar desde allí a Bilbao y no hacerlo delante de la familia. Comuniqué que todo parecía indicar que podía ser un secuestro. A partir de ahí, se desencadenó todo. Esa misma tarde se formó un gabinete de crisis en la sede de la Ertzaintza en Deusto. Toda la información se compartía. Esa noche no dormimos. Cuadriculamos el País Vasco y se fue registrando palmo a palmo. Se confirmó el secuestro. Y llegó el ultimátum.

–¿Cómo fueron esas horas?

–A contra reloj. Tanto nosotros como la Guardia Civil y la Ertzaintza trabajamos de continuo a ver si podíamos dar con su paradero. Sin parar. Pero no pudo ser y, al final, llegó el triste resultado.

–¿Fue un antes y un después en la lucha contra ETA?

–Sin duda. Nunca había ido a ninguna manifestación en el País Vasco, y a la que hubo al día siguiente por Miguel Ángel Blanco fui. Era una situación que no podías creer, que un chaval de veintitantos años pierda la vida por esa sinrazón...

–Además de ETA, también viviría los GAL. ¿Qué sabían?

–Lo que salía en la prensa.

–Después del País Vasco, llega a Gijón. ¿La ciudad es más segura ahora que cuando llegó?

–Siempre ha sido una ciudad segura. Gijón, y Asturias en general. Según se va avanzando se tiende a que haya más seguridad, tanto por el comportamiento del ciudadano como por nuestro trabajo, que se va perfeccionando. Pero claro, una seguridad total no va a haber nunca. Eso es imposible.

–¿Y las zonas de ocio?

–En una ciudad del tamaño de Gijón, con casi 300.000 habitantes y mucho ocio, que haya alguna pelea, incluso alguna de ellas con un desenlace fatídico, entra dentro de lo normal. Lo ideal sería que no pasase, pero por más prevención que haya, puede haberla en un determinado momento. Eso es inevitable.

–¿Se va satisfecho?

–A nivel de información tenemos buen conocimiento de lo que sucede en la ciudad. El radicalismo violento de extrema derecha y extrema izquierda ha disminuido mucho. Ahora hay un radicalismo vinculado al deporte y estamos encima de todo eso. Ahora, por ejemplo, trabajamos en el partido del Sporting contra el Oviedo, donde los dos equipos tienen aficiones radicales ultras enfrentadas. Y ahí estamos.

–¿Alguna acción a destacar?

–En septiembre de 2005 esta Brigada detuvo a un ciudadano cuando iba a colocar un artefacto explosivo en la sede del PSOE de Infiesto. Antes, se habían colocado 23 artefactos en sedes de partidos y sindicatos. A partir de ahí, no volvió a haber ninguno más.

–Otra de sus facetas es la de negociador policial.

–Es de los cursos que más satisfecho estoy y de los que más me valió en la vida profesional. En Gijón se me planteó la primera vez en la calle Soria, con un ciudadano que se encerró en su piso y amenazó con explotarlo con el gas abierto. Resultó bien y logramos convencerle para que depusiese su actitud. Y también el atraco de la avenida de la Constitución en 2017, con arma de fuego, que luego resultó ser simulada. Todo se trabaja en equipo. Hablando con él se logró que se descuidara y se le echaron encima los agentes de intervención. Vi la utilidad de las enseñanzas.

–Su labor policial la ha compatibilizado con los espectáculos taurinos.

–Cuando estaba haciendo las prácticas en Castellón, tras la feria de la Magdalena, se organizó una corrida de beneficencia y ahí empecé, porque un jefe me lo dijo. Para ser policía, como eso era una competencia nuestra, se estudiaba el reglamento taurino. Castellón fue mi primer contacto, aunque a mí siempre me gustaron los toros. Luego, en Baracaldo, se puso una plaza portátil para un festejo. Y luego, Gijón.

–¿Recuperar la feria de Begoña el pasado verano fue una satisfacción para usted?

–Una satisfacción y una responsabilidad. Cuando llega la feria tengo más nervios que ante cualquier servicio que deba realizar en la Policía. Y, además, que a final de mes como policía cobro (risas). Pero lo hago con gusto, muy agradecido de que la alcaldesa, tanto la actual como las anteriores, delegasen en mí.

–¿Seguirá este agosto en el palco presidencial?

–Mi idea es la que ya expresé, que, con la jubilación, la costumbre es apartarse de la presidencia porque hay compañeros que te pueden sustituir. Mi idea es que siga la tradición, pero si por cualquier causa la alcaldesa quiere delegar en mí, de forma excepcional podría ser. Pero sin opción de prórroga.

–¿Seguiría si le dejasen?

–Me jubilo por imperativo legal. De hecho, envié un escrito pidiendo seguir, pero me han contestado que no. Lo voy a echar de menos, porque han sido muchos años y es algo que disfruto haciéndolo. Nunca me ha supuesto una penosidad el trabajar. Lo he hecho encantado.

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