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Agua

Termas en la Universidad Laboral

Lo que antes fue un todo en la Laboral ahora son partes, unidades estancas -sinécdoque- cuyo sumatorio intenta ser pretenciosamente una ciudad sin habitantes, más allá del recreado plató donde se rodó "Mortadelo y Filemón", en Tirania, cómic que viera la luz en plena autarquía, tres años después del curso inaugural de la Laboral.

La Laboral sí fue un todo cuando estuvo habitada por ciudadanos, hijos de los hombres buenos, pueblo llano con el que la megalomanía quiso reconciliarse.

Tras la reanimación cardiopulmonar que supuso para el edificio el inconcluso proyecto Laboral Ciudad de la Cultura en 2007, y la declaración de Bien de Interés Cultural promovida por la Asociación de Antiguos Alumnos, la Laboral sigue clamando agua a gritos. Una llamada por exceso es el agua filtrada que degrada su cubierta y paramentos, como la cúpula de la desacralizada iglesia cuyas obras de reparación se contemplan. La otra invocación del -¡Agua!- por defecto es relativa a la piscina que tantos bautizos procuró entre el alumnado, muchos de ellos de secano. La piscina lleva años siendo un pozo inerte afeando a la vista los relajantes jardines que la rodean cuyas fuentes proyectan agua dando esplendor al conjunto.

De estar operativo este balneario aliviaría la escasez de piscinas públicas al aire libre, amén de evitar que los alumnos -externos- y visitantes se cuestionen si es cultural el abandono de este frigidarium, termas con las el que el arquitecto Luis Moya Blanco donaba glamur a los efebos hijos de la minería, un espacio pedagógico para su desarrollo personal y académico, devolviendo éstos con creces el favor en la amplia nómina de técnicos que dio la Laboral a la industria y comercio del país.

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