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Eloy Méndez

El reverso del cierre de Gijón

El “perimetraje” de una ciudad heterogénea y con gran movilidad interna

Aparcamiento y zona de Mesas próxima al centro de interpretación de la naturaleza del monte Deva. Ángel González

En Gijón se concentran casi todas las Asturias. La ciudad creció por el Oeste al calor de la industria y el puerto, tiene un centro urbano con una de las tasas más altas de comercios y locales hosteleros por cabeza de la Cornisa Cantábrica, populosos barrios con rentas medias y bajas en el Sur, la mayor zona de viviendas unifamiliares de la región (repartida, especialmente, entre las parroquias de Somió, Cabueñes, Castiello de Bernueces y Deva, con propiedades de las principales fortunas y la flor y nata política y cultural) y unos alrededores que cuentan con un dinámico campus, uno de los polos generadores de I+D más exitosos de España, ganaderías, cultivos, lagares, merenderos y un poblado de orígenes mineros. Todo ese microcosmos heterogéneo, 273.000 residentes, quedó el pasado 24 de octubre perimetrado, obligado a permanecer dentro de los límites de su concejo, que ya presentaba una preocupante incidencia del coronavirus. Los resultados hablan por sí solos: en poco más de dos semanas se ha pasado de 352 contagios por 100.000 habitantes a 877.

Esta debacle afecta a todo el territorio municipal sin excepción. Porque, si bien es cierto que los mayores porcentajes se dan en las llamadas áreas obreras, con La Calzada y Roces a la cabeza, donde la densidad es grande y los pisos a menudo pequeños, también lo es que en los chalés y palacetes de Somió se registran números similares al fabril barrio avilesino de La Luz. De ahí que en los últimos días, en la ciudad haya empezado a calar la idea de que el cerrojazo geográfico puede haber sido un éxito hacia fuera, evitando la propagación de casos, pero al mismo tiempo ha servido para espolear al virus puertas adentro.

Según esta teoría, al “encerrar” a casi el 30 por ciento de la población de Asturias en su concejo sin ninguna otra restricción al movimiento se habría conseguido un efecto “búmeran”. No sería tan devastador en los días laborables, a pesar de que centenares de gijoneses se siguen desplazando, como siempre han hecho, en el servicio de autobuses urbanos, el más potente en la región de largo por usuarios, número de líneas y kilómetros realizados. Pero sí se habría convertido en una bomba de relojería los fines de semana y festivos, cuando muchos, ante la imposibilidad de trasladarse a otros municipios o acudir a la segunda residencia, abarrotan los largos paseos marítimos, las céntricas calles peatonales y las rutas senderistas de las afueras, formando aglomeraciones por encima de lo habitual. No se trataría de una irresponsabilidad colectiva sino el reflejo de una realidad socioeconómica y una forma de entender y disfrutar el entorno propia de la idiosincracia local, permitida actualmente y difícil de controlar a nivel individual. Esta mayor movilidad interna, unida a que el patógeno estaba más extendido en Gijón a mediados del mes pasado, explicaría que en Oviedo y en Avilés no se haya dado el mismo caldo de cultivo.

La creciente corriente de opinión que señala al cerrojazo como uno de los motivos de la explosión vírica sostiene además que el caso asturiano no es comparable al de Madrid y al de otras megalópolis, donde los “perimetrajes” sí pueden tener más sentido porque existe un “continuo urbano”. Y destaca que Castilla y León, la primera autonomía que comenzó con estas prácticas, en agosto, no ha parado de sumar tropiezos: Salamanca, León y Aranda de Duero acumulan varios cierres sin que haya mejorías notables en las curvas de contagios de las áreas que las rodean ni mucho menos en las suyas. Lo que está claro, al margen de teorías más o menos elaboradoras, es que las dudas sobre los efectos secundarios de este método crecen en Gijón.

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